Miradas cortas
La guerra es de bajo nivel, territorial a más no poder, típica en el peronismo. La disputa fratricida se está dando por el dominio de los circuitos electorales de la capital. Es a cara descubierta, con denuncias públicas y con versiones subterráneas que hablan de peleas entre referentes de una misma línea política. Es habitual cuando se aproxima lo que ahora se denomina popularmente “fin de ciclo”. Final de ciclo para algunos y grandes oportunidades para otros. En ese choque de intereses es donde afloran las peleas por acopiar punteros -o apropiarse de referentes territoriales-, sumar heridos políticos y adueñarse de cuanta unidad básica, ONG, cooperativa, fundación o asociación por más fantasma y pura sigla que sea. Vale pelearse hasta con el que fue socio en 2011. En ese marco deben encuadrarse los proyectos “limpieza” de la ciudad, que no son más que iniciativas de apuro destinadas a “barrer” al amayismo de la futura mesa de la negociación de las candidaturas para 2015.

Se trata de asear a escobazo limpio, sin una estrategia de fondo y a largo plazo, son parches políticos, tan particular del estilo dirigencial actual, que ya sintetizó magistralmente Copani cuando cantó: “lo atamo con alambre, lo atamo, lo atamo con alambre, señor”. El miedo por perder lugarcitos de poder se apoderó de todos, por eso se desconocen amistades y afloran las conveniencias. La incorporación de un futuro barrio al ejido capitalino debe interpretarse a la luz de las especulaciones políticas. Además de una pelea con Amaya, en teoría, se trataría de traer votantes de otras zonas para sumar voluntades al justicialismo de la Capital; donde la oposición radical hizo una muy buena elección en 2013. Si en democracia una gobernación o una intendencia se ganan sólo por un voto, es atendible y entendible la desesperación, por más excusas en materia de desarrollo y de auxilio material para encarar las obras. Si todo va a ser así hasta el fin de los días del alperovichismo, mal futuro para los tucumanos. Nada cuesta sentarse a pensar en el bienestar general y no en el interés particular, porque esto lleva a cometer errores que pagarán los que vengan después y los que los tengan que sufrir.

No es equivocado hablar de una futura generación perjudicada, no sólo porque no se está pensando en ellos sino que, además -y es lo más triste-, no les están dejando ni siquiera buenos ejemplos desde el accionar político. Puede haber mil argumentos para aceptar la anexión de un barrio a la capital, así como otros tantos para sostener que no se puede avanzar. Eso es precisamente lo que confirma que nada se hace consensuadamente, ni con diálogo. No hay ganas. Sólo prima el interés sectorial, lo que lleva a desconocerse a propios partidarios y a dar letra a la oposición para castigar y hacer campaña desde la crítica. Desde el absurdo se puede sugerir que se sigan anexando más pueblos y ciudades a la capital para garantizar el éxito electoral del peronismo, que siempre es fuerte en el interior. Sería mezquino y poco estratégico.

Precisamente, en mayo cumplió 20 años un proyecto de ordenamiento territorial encarado por el entonces gobernador Ramón Ortega, la Universidad Nacional de Tucumán y el Ministerio de Obras Públicas y Transporte de España. Se denominaba “Directrices para la ordenación del territorio de la provincia de Tucumán” y, entre otras conclusiones, proponía la creación de 25 municipios (Capital, Banda del Río Salí, Yerba Buena, Las Talitas, Tafí Viejo, Alderetes, Concepción, Aguilares, Monteros, Famaillá, Alberdi, Lules, Bella Vista, Simoca, Los Ralos, Ranchillos, La Cocha, Tafí del Valle, La Madrid, Trancas, Graneros, Burruyacu, Amaicha, Villa de Leales y Raco). El trabajo se hizo porque “no existía una legislación urbanística que atendiera los objetivos, contenidos e instrumentos del planeamiento municipal”. Una buena idea de largo plazo, planificada, superadora de conflictos políticos internos. Pero ahí está, perdida en algún cajón del Estado. Y una copia, en mi archivo personal.

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