Un hogar donde se cobijan los sueños de numerosos chicos

Un hogar donde se cobijan los sueños de numerosos chicos

La Fundación de Albergues Infantiles contiene a niños y jóvenes en situación de riesgo; y necesita ayuda para continuar

DE CUMPLEAÑOS. En la casa de la FAI, los chicos festejaron con torta y velitas los 11 años de Santiago. la gaceta / fotos de jorge olmos sgrosso DE CUMPLEAÑOS. En la casa de la FAI, los chicos festejaron con torta y velitas los 11 años de Santiago. la gaceta / fotos de jorge olmos sgrosso
24 Julio 2014
Como es de esperar, al mediodía, en la casa de FAI (Fundación de Albergues Infantiles) de la calle Buenos Aires hay olor a comida “de madre” y el bullicio propio de los hogares con familia numerosa: 18 chicos, entre niños de seis y jóvenes de hasta 20 años paladean un suculento guiso y le cantan el Feliz Cumpleaños a Santiago. “Santi” sopla las 11 velitas de su torta de chocolate, recibe un buen par de zapatillas de regalo y se prepara, como el resto de los habitantes de la FAI para ir al colegio o para hacer las tareas.

En la confortable casa de dos plantas de Buenos Aires 855 (cocina y lavaderos a full, dormitorios en la planta alta, un amplio patio, un taller de zapatería y otro de carpintería, sala de estudios), Marta de Cruz Prats -“la dire”, para los chicos- administra con afecto y tesón la rutina de la fundación. Nacida en 1992, FAI vive desde entonces gracias al esfuerzo del grupo fundador, de los voluntarios, de la solidaridad de vecinos y empresas tucumanas, de subsidios de la Caja Popular de Ahorros y de Políticas Sociales de la Nación, y de su tradicional subasta anual de antigüedades, que este año se desarrollará entre el 21 y el 31 de agosto. No es la única sede de FAI: en el Oratorio de Lules funcionan un comedor y un centro de asistencia familiar. A diario asisten unos 50 chicos; allí comen, se les brinda apoyo escolar, psicológico, talleres y catequesis. Además, las madres desarrollan microemprendimientos y cocinan a diario, comprometidas con este proyecto de contención de chicos en situación de riesgo.

Sin embargo, la comunidad de la FAI está preocupada: Marta Cruz Prats y Silvia García Hamilton de Padilla, dos de las socias, cuentan que los ingresos que recibe la Fundación no alcanzan para seguir sosteniendo esta iniciativa que durante décadas ha cobijado -y lo sigue haciendo- los sueños de numerosos chicos tucumanos.

“Esta es mi casa, y quiero que lo siga siendo”, dice Gonzalo (19), cuya llegada a FAI, en 2004, le cambió la vida. Con una beca que el colegio Carducci le da a la FAI, Gonzalo terminó su secundario; y por otra mano solidaria ingresó a trabajar a Tribunales. “No me quiero quedar atrás, quiero estudiar en la facultad; esta es mi casa, aquí pasó más de la mitad de mi vida y me gustaría ayudar a los otros chicos para que tengan la oportunidad que yo he tenido, a animarlos cuando están por bajar los brazos”, le cuenta Gonzalo a LA GACETA, apenas llegado de su tarea diaria en el Poder Judicial. “Porque no es que yo he sido perfecto -se ataja- porque he terminado el colegio a los ponchazos; pero trato de incentivarlos para que ellos también puedan llegar. Todos tienen capacidades; lo que falta a veces es ánimo”, sentencia; y muestra un talonario de bonos en apoyo de FAI que él mismo ha mandado imprimir. Siente que esa es apenas una de las estrategias que tiene a la mano para ayudar a “su casa”.

Gonzalo tiene razón: se adivina una infancia difícil, un pasado de vulnerabilidad en la docena de chicos que se han reunido con LA GACETA para contar que la FAI es su hogar.

Sin embargo, todos ellos hablan en presente y en futuro. Christian (19) muestra sus dibujos de trazo perfecto que delatan que ha nacido con un don; ya anticipa que quiere estudiar la licenciatura en Artes; Sebastián, que juega rugby en Lince, se ve como médico; Jorge es “el campeón de Malambo”; Kevin o algún otro adelantan que quieren ser “chef”. Puro futuro, pero saben que para eso necesitan que “su casa” continúe sin sobresaltos económicos.

Los testimonios de lo que significa la FAI para numerosos jóvenes se agolpan. En Lules, Giselle (22 años) fue contenida de chica por la organización, y hoy da apoyo escolar a los más chiquitos. “La FAI es mi segunda casa; y con respecto a los chicos, creo que son mis hijos; cuando ellos fallan -confiesa Giselle- creo que yo también fallo. Así de fuerte es este vínculo mío con la FAI”.

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