Narrar la muerte de un hijo

Narrar la muerte de un hijo

relato inteligente, seco, pulcro, sin poesía, casi sin adjetivos

TALENTO COLOMBIANO. Piedad Bonnet ha escrito teatro, poesía y narrativa. Es licenciada en Filosofía y Letras y también se dedica a la crítica literaria.  piedadbonnett.co TALENTO COLOMBIANO. Piedad Bonnet ha escrito teatro, poesía y narrativa. Es licenciada en Filosofía y Letras y también se dedica a la crítica literaria. piedadbonnett.co
20 Julio 2014

TESTIMONIO

LO QUE NO TIENE NOMBRE

PIEDAD BONNETT

(Alfaguara - Buenos Aires) 

De nuevo la brutal experiencia de una madre que necesita contar en primera persona la muerte -siempre inexplicable- de un hijo. Al hacerlo siente que la palabra la acompaña, le permite seguir siendo humana, la rescata de los profundos abismos del dolor. Esa palabra que, tensa, llena de ímpetu, busca llegar más allá de sí misma a través de los sentidos a los que alude, paradójicamente, no puede decir casi nada con sentido sobre lo que quiere hablar: la muerte. Esa terrible realidad trasunta el libro. La maravilla de la palabra que somos y que nos hace humanos y la impotencia, al mismo tiempo, de ella, la palabra, para contar “con verdad” lo vivido. Este límite -que lo vive todo escritor de profundidades- es casi insoportable.

Se trata, por cierto, de una madre escritora, poeta colombiana; de una madre cuya vida gira -cotidianamente- alrededor de las palabras con las que transmite sus más íntimas emociones a través de la creación literaria; la literatura siempre es buena para llevar una experiencia personal a niveles universales. Pero nada alcanza. La muerte es el límite y en el límite, sólo el silencio.

En el caso del libro que comentamos, se trata de una muerte no casual, sospechada, intuida con angustia por una madre consciente de la enfermedad mental de su hijo. Mil veces, mientras describe con detalles algunos momentos vividos, se dice a sí misma que cometieron un error, que no vieron el médico correcto, que se quedaron a medio camino en la ilusión de que ya pasarían las alucinaciones, los largos silencios, el sufrimiento mental que el muchacho manifestaba. De nuevo la impotencia que acrecienta el dramatismo. La autora vuelca en estas líneas, con solvencia, su experiencia directa del dolor. La narración es inteligente, seca, pulcra, sin poesía, casi sin adjetivos. La muerte no acepta metáforas. La lectura del texto produce tristeza; quizás sirva para otras madres que han perdido sus hijos… aunque creo que tal vez nada sea adecuado en esos casos.

En una última página le confiesa al hijo muerto que lo ha vuelto a parir con dolor, pero esta vez lo ha hecho con palabras “porque ellas que son móviles, no petrifican, no hacen de tumba”. Parece ser esta la única verdad posible: el lenguaje –en el que habitamos–, nos dona un universo de interpretaciones cambiantes que garantizan nuevas e inagotables lecturas de un buen texto… y la vida misma es un texto. Quizás sea sólo esto, y no es poco, lo que nos abre a un mundo con sentido a pesar del dolor.

© LA GACETA
Cristina Bulacio

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