Una de piratas
“¿Saben por qué los piratas usaban un parche en el ojo?”, preguntó el jueves el desarrollador de nanosatélites Emiliano Kargieman ante un auditorio lleno de jóvenes emprendedores -o con ganas de serlo- que con seguridad crecieron viendo “pelis” de piratas; pero que muy probablemente nunca antes se habían formulado tal pregunta. Si resultó fascinante la experiencia narrada en primera persona del argentino creador de Tita y “El capitán Beto” (tales los nombres de los satélites que él y su equipo desarrollaron y largaron al espacio), igual fascinación despertó la explicación del misterio de los piratas tuertos, que al parecer no fueron tales (o no todos, al menos).

Los piratas, explicó nuestro hacedor de satélites, solían llevar un parche para adaptarse a la oscuridad cuando las circunstancias los obligaban a batirse a sablazos con el enemigo en la oscuridad de la bodega de la nave. Un día antes, nuestra colega Silvina Cena acababa de describir en una crónica en LA GACETA cómo es eso de sumergirse en una experiencia de “teatro ciego”; una historia que transcurre en plena oscuridad, y en la cual el espectador se ve obligado a despertar todo el manojo de sensaciones no visuales que suelen dormir en los desvanes de la mente. Y unos días atrás, otro colega, Gustavo Martinelli, nos había regalado el recuerdo de “El principito”, deliciosa creación de Saint Exupéry. Imposible no acordarnos del empecinamiento del niño por mostrarles a los adultos que las cosas no siempre son como las creemos ver.

Recordemos que el Principito dibujó una serpiente boa que se tragaba un elefante; pero para los adultos, ese dibujo no era otra cosa que un sombrero; y que de esa frustración del Principito por la incomprensión del mundo adulto nació la perdurable consigna de que lo esencial es invisible a los ojos.

Curiosas casualidades: en menos de una semana, tantas invitaciones a ver más allá de lo evidente, en estos tiempos en los que la selfie manda.

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