Aquí, la magia se hace realidad

Aquí, la magia se hace realidad

Los ensayos en el Circo Rodas sólo se paralizan cuando juega la Selección. Para los artistas, el show debe continuar

TEÑIDO DE CELESTE Y BLANCO. En los alrededores de la carpa, el mago, un malabarista y una bailarina festejan el triunfo de la Argentina ni bien terminó el dramático encuentro.  TEÑIDO DE CELESTE Y BLANCO. En los alrededores de la carpa, el mago, un malabarista y una bailarina festejan el triunfo de la Argentina ni bien terminó el dramático encuentro.
Ariel Heredia, de manos audaces y mirada pícara, sale de su casilla y camina nervioso sobre la tierra aplastada. Tal vez esté pensando en cómo hacer algún truco especial, algo que ayude a la Argentina a ganar el partido de octavos de final. Lo suyo son las ilusiones y hoy tiene una especial: ver a su país festejar. Es el mago del Circo Rodas, que hará su debut mañana en Tucumán. Por tres horas han suspendido los ensayos y todo el trabajo que vienen realizado a contrarreloj bajo esta carpa gigante. El objetivo: alentar a la tropa de Alejandro Sabella.

Los televisores se encienden en las casas rodantes (todas tienen antenas satelitales). Hay tensión. Especialmente en la “Casa Blanca”. Así le llaman los empleados al enorme motorhome adonde vive el dueño del circo, Jorge Ribeiro Soárez, que es brasileño y que advierte que parará de rezar para que ganase Suiza. Sueña que el seleccionado de su país llegue a la final y que en esa disputa no tenga que enfrentar a Argentina. “Es que me van a quemar la casilla”, bromea. Y vienen a su mente los recuerdos de la última Copa del Mundo que ganó la celeste y blanca. Ese día, le dieron vuelta la casa rodante con él adentro.

La esposa de Soárez, María José Pintos, prepara unos fideos a la bolognesa y los sirve justo a las 13, cuando arranca el partido. Ella es uruguaya y ya no tiene nada que perder en este campeonato. No obstante, hace barra por Argentina. Tiene sus razones: sus dos hijos nacieron en este país y son fanáticos de la albiceleste. Ayrton, de 18 años, y Renata, de 13 (ambos trabajan en el circo) aparecen en la escena enfundados en banderas y con las caras pintadas. “Ganamos sí o sí”, anticipan estos miembros de la tribuna más caliente del circo.

Gran parte del predio de la ex cerámica Matas, en avenida Belgrano al 3.400, se tiñe con los colores argentinos. Es que la gran mayoría de las 100 personas que trabajan en el circo son “locales”. Hay un payaso que es chileno. Pero prefirió salir a dar una vuelta antes que ver el partido. En cada casilla repitieron incontables veces el clásico “vamos, vamos, Argentina”. Equilibristas y bailarinas siguieron el encuentro con atención. Lo sufrieron. Un nudo en el estómago los hizo dejar más de un plato lleno de comida.

La adrenalina desbordó a los trapecistas. El ilusionista quiso gritar goles varias veces. Le imploró a Lionel Messi que desplegara su magia. “Es el mejor de todos, por lejos”, dice sobre el cuatro veces ganador del balón de oro. Otros le retrucaron que Angel Di María estaba jugando mejor. Y nadie dudó sobre el gran partido que transpiró el lateral Marcos Rojo. Cuando Sabella decidió sacarlo, hasta aplaudieron. Aunque, lamentaron que la repetición de amarillas lo dejara afuera del próximo partido por los cuartos.

Terminados los 90 minutos, sólo se respiraba ansiedad y nerviosismo bajo esa enorme carpa en la que caben 2.200 personas cuando se abre el telón. Marcelo Stankovich, el malabarista, cruzaba los dedos y abrazaba a su hija, la contorsionista del circo. Manuel Villanueva, el valiente que en cada espectáculo se mete al globo de la muerte, no perdía la fe. “Si no sufrimos, no es Argentina”, opinó.

Miran al cielo. Rezan. Agachan la cabeza y se tapan los ojos. Ya están todos listos para empiece el alargue. “Van a sufrir hasta el final”, vaticina Ribeiro Soárez. Y acierta. A esta altura, cuando faltan cinco minutos para terminar en la lotería de los penales, todos esperan el milagro llamado Messi. En el minuto 117, el jugador del Barcelona hizo de las suyas, asistió a Di María y el circo gritó ese gol con alma y vida. Todos ovacionaron a la “Pulga” y al “Fideo”.

Faltaba poco para el pitazo final y las gargantas ya no podían más. Les pedían a las agujas del reloj que aceleren. El suizo Blerim D’emaili tuvo el gol del empate en un cabezazo que estampó en el poste en el minuto 120. El dueño del circo se paró para gritar. Todos lo miraron con bronca. Hasta que el árbitro marcó el final del match, en el lugar se gritó victoria y unos cuantos salieron a hacerle capotón furioso a Ribeiro Soárez.

Aún faltan tres partidos para ser campeones. Pero la Argentina está feliz. A veces una jugada tiene más valor terapéutico que el mejor de los partidos. Lo saben bien los payasos, campeones a la hora de fabricar sonrisas. Por eso ahora se levantan, abandonan el rol de hinchas y retoman los ensayos, junto a los equilibristas y otros artistas. Ariel Heredia se queda pensando en los pies de Messi. Y opina que, igual que en el circo, la magia sigue intacta. El show debe continuar.

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