¿Y si apostamos a la paz?
Cada gesto de hermandad, de tolerancia y de amor al prójimo del papa Francisco me toca en lo más profundo y acrecienta mi admiración por ese pastor con olor a oveja -como a él le gusta metaforizar-, de andar pausado, sonrisa amplia y decisión firme.

Desde que ocupa el sillón de Pedro viene exhortando a propios y extraños a desterrar la violencia y a construir la paz con el diálogo y el respeto mutuo. Lo pide con el idioma universal del amor y la bondad. Y no se limita a la prédica. Sus pasos y acciones son hechos concretos y coherentes que marchan en pos del ideal que persigue. Viajó a Tierra Santa en son de armonía religiosa y calma social, por eso los ojos del mundo estuvieron puestos en su gira de tres días. Llegó como peregrino que invita a construir puentes de amistad cimentados en “relaciones respetuosas entre judíos, cristianos y musulmanes”, y volvió a sorprendernos cuando selló su propuesta con una celebración ecuménica en la iglesia del Santo Sepulcro. Cristianos y ortodoxos oraron juntos por la paz... Dentro de unos días habrá en el Vaticano un encuentro similar, cuando los presidentes y autoridades israelíes y palestinos acudan al convite de Francisco para rezar juntos por el fin de las guerras.

Francisco -símbolo de humanidad- predicará con el ejemplo: oficiará de mediador en la noble tarea de limar asperezas religiosas para iniciar el camino de la reconciliación. Su conducta debe invitarnos al cambio, a buscar la unidad y la paz en un marco de respeto y tolerancia.

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