Los jóvenes de Concepción no tienen la diversión asegurada

Los jóvenes de Concepción no tienen la diversión asegurada

Una ordenanza dejó casi sin opciones de baile a los adolescentes de la Perla del Sur. Los chicos dicen que es una ciudad para viejos y se arriesgan en las rutas para ir a una disco en alguna localidad cercana

ALTERNATIVAS. Ante la falta de boliches, hay pubs que ofrecen la posibilidad de bailar aunque no tienen pista. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll ALTERNATIVAS. Ante la falta de boliches, hay pubs que ofrecen la posibilidad de bailar aunque no tienen pista. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll
Había sangre en el piso. Alguno de ellos estaba lastimado. No se animaban a preguntar quién. Estaba oscuro. Y tenían miedo. Mucho miedo. Ahí, detrás de una vieja construcción abandonada de Aguilares pasaron una noche que parecía interminable. Con las primeras luces del día abandonaron la guarida, desesperados por volver a casa.

Ocurrió el primer viernes de abril. Estuvieron escondidos seis horas. “Nos querían pegar. Fue muy feo, una pesadilla. Nos perseguía una banda”, recuerda Franco, de 19 años. Está junto a sus amigos Lautaro, de 19 años, y Franco, de 18. Son estudiantes secundarios. Es jueves al mediodía y, como siempre, se encuentran en la plaza Mitre de Concepción para planificar cómo será su fin de semana. No se ponen de acuerdo. A “la ciudad de la furia”, como le dicen a Aguilares, ellos no vuelven “ni a palos”. Otras alternativas: Monteros o Lules. “Ahí tenemos boliches, la macana es que están lejos y nos tenemos que arriesgar en la ruta para ir y volver. Además, tenemos que ir en banda por las dudas nos quieran pegar”, evalúan.

Es el mismo dilema que tienen la mayoría de los jóvenes de Concepción. Casi no hay opciones para divertirse en la ciudad en la que viven. Entonces, terminan deambulando por las calles, organizando reuniones en sus casas o poniendo en peligro sus vidas en la ruta 38 para llegar a alguna de las ciudades del sur en las que sí hay boliches para todas las edades y gustos.

“Esta es una ciudad para adultos”, dice Camila Lizárraga. Tiene sólo 15 años, pero pone en su boca palabras de un adulto. “Esta situación me indigna porque no nos dejan más opción que salir a las rutas a matarnos. Mi compañero Emanuel había ido a bailar a Aguilares y, cuando volvía, chocó contra un auto y falleció”, disparó la adolescente de mediana estatura, pollera tableada y medias rojas.

Pablo, de 15 años, alumno de la escuela técnica, levanta las cejas y mueve los ojos de un lado a otro. Tiene algo para decir. Confiesa que cada viernes a la noche parte junto a sus amigos en varias motos hacia La Cocha, Monteros o Aguilares. “Vamos con miedo porque podés tener un accidente o sufrir un asalto. El otro día venía por la 38, había clavos sobre el asfalto y movimientos extraños en los cañaverales”, describe.

“El sábado habíamos ido a Monteros. Volvíamos en moto con un amigo y de repente se nos cruzó un auto a toda velocidad. Era obvio que el conductor estaba ebrio. Grité tanto, pensé que nos chocaba. No sé cómo nos salvamos”, relata Luz, de 14 años. Y confiesa que por un buen tiempo no volverá a salir.

Para Verónica Sosa, de 17 años, y sus amigas, la estrategia es subirse a un colectivo temprano, tipo 10 de la noche, y hacer la previa del boliche por los bares de Monteros o Aguilares. La diversión, según cuentan estas adolescentes de pollera verde a cuadros, termina cuando se asoma el día y pueden tomar otro colectivo para regresar.

En la misma mochila que llevan este mediodía sobre el uniforme, por la noche suelen cargar botellas de cerveza y fernet. “Hay que ahorrar algunos gastos”, es la excusa. Como viajan en ómnibus, no hay mucha producción: se ponen un jean y una remera para salir. Eso sí, usan altísimas plataformas, algo ajustado y se maquillan.

Hay un grupo de chicos que mastica otra bronca: a punto de terminar la secundaria aún no conocen lo que es un boliche. Nunca vieron una lluvia de estrellas, ni pantallas gigantes o espejos irregulares. No es que no les interese moverse en una pista. Sus padres no los dejan ir a otras ciudades. No tienen más opción que reunirse en las casas o en la calle para armar su propia fiesta, cuentan Estefanía, Agostina, Magalí y Carla, todas de 17 años, alumnas del Instituto Vocacional Concepción.

“Con las fiestas de clubes pasa lo mismo siempre: llega la policía y las clausura. Realmente ya no sabemos qué hacer. Aquí hay un boliche, pero es para un público más adulto. Es muy injusto lo que nos pasa a los adolescentes. Y eso que estamos hablando de la ciudad más importante de todo el sur”, reclama Estefanía.

La música golpea repetitivamente en los celulares. En las plazas de la “Perla del Sur” los jóvenes se van juntando mientras avanza la noche de viernes. También se reúnen en la calle Italia y 25 de Mayo. Los que llevan botellas en la mano dicen que la consiguieron en algunos quioscos. La venta de alcohol, según cuentan, se rige por portación de cara. En las veredas hay cientos de chicos que pasan el tiempo y la noche. Después de esta previa, algunos eligen ir hacia los boliches en otra ciudad. Sólo algo es seguro en esos viajes que emprenden: nunca sabrán si vuelven a casa sanos y salvos.

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