Cuando el Avispón Verde emocionaba a Bella Vista

Cuando el Avispón Verde emocionaba a Bella Vista

El Moderno, el Gran Rex y el cine teatro Bella Vista convocaron multitudes durante décadas. Las tres salas se cerraron a pesar de surgir del esfuerzo de inmigrantes pioneros y hacedores

El tinglado del cine de los Angelis aún se mantiene. Se ingresaba por la calle Franco. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL El tinglado del cine de los Angelis aún se mantiene. Se ingresaba por la calle Franco. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
Ir al cine, en una ciudad o pueblo del interior tucumano, era mucho más que ir a ver una proyección cinematográfica que nos involucraba en el mundo de la ficción. El cine o el espacio del cine era más cuantioso que eso: era un ámbito de sociabilidad fundamental. Un punto de encuentro en el que se forjaba no tan sólo una identidad común sino también lazos de pertenencia entre la gente del lugar y las familias de las colonias y de las localidades cercanas.

Pero, en la mayoría de esas ciudades o pueblos, hoy el cine es una cuestión del pasado. Un recuerdo sólo almacenado en el inconsciente de vecinos adultos mayores y memoriosos. Y esos retentivos del pretérito son los que disponen de la alforja más preciada para rescatar del olvido lo que, a veces, a los más jóvenes poco les importa revalorizar o preguntar.

Inventario

En cada pueblo, en el que alguna vez funcionó una sala de cine, quedan las pistas de aquellos que pudieron disfrutar de la magia del séptimo arte cuando aún la TV ni siquiera era un proyecto en experimentación. Y en Bella Vista, según la memoria colectiva y oral del lugar, hubo tres salas, que en realidad fueron dos: el Moderno, que funcionó un tiempo en Alberdi al 200 y después se trasladó a la esquina de Alberdi y Comandante Ramón Franco, donde permutó su nombre por el de Gran Rex. Ambos cines fueron explotados por don José “Pepe” Angelis, inmigrante italiano de notable sentido del humor e incansable emprendedor también de espectáculos bailables y musicales.

La otra sala existió en Belgrano primera cuadra y se denominaba cine teatro Bella Vista. Fue creada por don Moisés (Musa) Yubrín, un inmigrante oriundo de Hamas (Fortaleza, en árabe), ciudad del centro de Siria, situada al norte de Damasco.

El Moderno-Grand Rex, que según indicios y suposiciones de habitantes lugareños, durante la década del 20 habría pertenecido a un señor de apellido Olivera, que también era propietario de una fonda en el lugar, se cerró entre 1963 y 1964. Y el Bella Vista, que surgió en la década del 40 (entre 1946 y 1948) -según la historia oral- funcionó hasta fines de los 60 y principio de los años ´70.

Una realidad

Hasta mediados de la década del ’30 del siglo pasado, el cine sonoro era una realidad en el interior de la provincia. Y Bella Vista, no fue ajena a esas innovaciones. En esa década llegó a la hoy ciudad cabecera del departamento Leales don Giuseppe (José) Angelis, oriundo de la región de Toscana, Italia. Don José había nacido el 5 de marzo de 1894, en Vaglidisoto, provincia de Lucca, según contó su nieta, Mariana Díaz (63 años), quien también es hija de Lucho Díaz, el inolvidable poeta del pueblo de la bella vista.

Los primeros ensayos cinematográficos del cine mudo fueron en la década del 20. Pero en el 30 lo adquirió Angelis. Las proyecciones se realizaban en el cine Moderno, de Alberdi al 200, donde en la actualidad se instaló un corralón. Apelando a la historia cinematográfica de aquellos tiempos, no cuesta tanto imaginarse las caras de los concurrentes disfrutando de las grandes proyecciones de Charles Chaplin: El vagabundo, El chico, Tiempos modernos; en el género de terror, La novia de Frankenstein, King Kong o El último malón, una película santafesina sobre el levantamiento indígena en tierras litoraleñas.

“La sala del Moderno no era chica sino más bien amplia, pero estaba dotada de una muy buena acústica. La pantalla estaba ubicada en sentido inverso a la mayoría de los cines. Es decir hacia el frente. Cuando uno ingresaba a la sala lo hacía por el costado de la pantalla. Al fondo había un altillo de madera donde estaba la sala de máquinas con un sólo proyector. Tenía una capacidad de aproximadamente de 300 localidades con sillas, lo que le confería una muy buena comodidad a los espectadores. Se proyectaban dos películas los sábados y los domingos, en horarios nocturnos”, explicó Italo Maresio, de 82 años, que en su niñez era un habitué a esta sala, donde también se realizó la asamblea fundacional y constitutiva del club Bella Vista, el 3 de noviembre de 1925. Esta entidad surgió de la fusión de los clubes Manuel y Tulio García Fernández.

El traslado

“A partir de la década del ´50 el Moderno se trasladó a la esquina de Alberdi y comandante Ramón Franco. Pero ya a esa no iba porque ya no vivíamos en Bella Vista”, agregó Maresio, otrora piloto de competencias automovilísticas. Don Italo y el “Negro” Romero, posteriormente, fueron los corredores más emblemáticos de la ciudad que aportó a la provincia tres gobernadores (Riera y Juri y Campero).

“En esa esquina un tinglado construido sobre un perímetro con piso de porlant -como se decía en aquellos tiempos- servía para ubicar las sillas de metal, en dos grupos de filas. La pantalla era grande y rectangular para cinemascope. En ese ámbito también se realizaban bailes y presentaciones artísticas. Actuó Alberto Castillo cuando era niña. Asimismo había bancos de material en los laterales. Mi nono, mi padre y un señor Semino y mi madre estaban a cargo de la boletería, del acceso al local y de las proyecciones. Mientras un joven hacía de acomodador con una linterna en la mano una vez que comenzaba la función”, describió Mariana Díaz, docente jubilada.

El proyectista especializado era Lucho Díaz, yerno de don Pepe Angelis. “Recuerdo que en el Moderno, los domingos solía ir a ver las películas seriales o seriadas El Avispón Verde y La sombra (The Shadow), esta última tenía como protagonista al actor Víctor Jory en el rol de Lamont Cranston. La sala contaba con un sólo proyector y se llenaba con familias y parejas de novios. Al fondo, en sentido inverso a la pantalla, había unas gradas donde se abonaba un precio menor la entrada”, evocó Enrique “Chicho” Zapata, de la misma edad que Maresio. Ambos recordaron que con la explosión de bombas de estruendo se avisaba a los espectadores que la función estaba próxima a comenzar.

Una travesía

“Italo (Maresio) tenía el hábito de contarnos de principio a fin las películas que veía en esa sala, que en tiempos de cosecha y por encontrarse en la calle Alberdi, al 200 -hoy convertida en Fernando Riera-, era transitada por carros cañeros y numerosos vehículos, ya que también era la traza de la ruta que nos conectaba con Simoca. No obstante ello, todo se hacía más complicado cuando había que cruzar el predio de la estación ferroviaria ubicado al frente del cine, hacia el oeste, a raíz del intenso movimiento de vagones cargados con atados de cañas”, añadió don Chicho.

Irreversible

La mayoría de los cines en pueblos y ciudades del interior cerraron irreversiblemente sus puertas. En algunos casos, remodelaron las salas, pero sólo para dar lugar a nuevos emprendimientos. En otros, la demolición fue definitiva para adecuar el espacio a las novedades que planteó la urbanización pueblerina.

Es posible que, a modo de testimonio, algún pueblo haya intentado preservar la vieja sala de cine con el propósito de que las nuevas generaciones no olviden el pasado de sus mayores. Pero no es el caso de Bella Vista. Ya no hay salas pero los memoriosos aún evocan ese mágico espacio en penumbras, de héroes enlatados y de imágenes asombrosas. Porque “el recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados”, como solía afirmar el escritor alemán Johann Paul Friedrich Richter, más conocido como Jean Paul (1763-1825).

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