La primera vez
¿Tiene libros de bonsai?, preguntó el hombre. Morocho, treinta y pico de años, vestido con ropa de fajina, no desentonaba en la librería, porque en las librerías, por suerte, nadie desentona. El librero volvió presto, con su libro de bonsai en mano. El cliente lo miró de reojo, meditó un instante y preguntó, ahí sí, con timidez, casi con reverencia: ¿y tiene además “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez? Esta vez fue la librera la que dijo “sí”; y regresó rauda con un ejemplar resplandeciente, recién salido del horno. El mítico “Gabo” se había ido en su viaje final a Macondo hacía apenas unos días, y la maquinaria editorial ya trabajaba a destajo para contener ese “necromercado” que suele estallar cuando se muere un famoso de las Letras. El hombre abrió el libro, y con sus dedos comenzó a pasar las hojas amorosamente. “Es la primera vez que voy a leer un libro entero, puras letras, sin figuritas”, dijo el hombre, para sí y para quien pudiera oírlo. “¿Por qué decidió comprarlo?”, le preguntó, curiosa, una clienta que charlaba con la librera. “No sé, desde que se murió he visto que se hablaba tanto de él en todas partes. Y me dieron ganas de leerlo”, respondió, alzándose de hombros, mientras extendía una tarjeta para el pago. La librera y la clienta se intercambiaron miradas emocionadas: ¡estaban presenciando el parto de un nuevo lector! De pronto, el rostro de la librera se contrajo, como cuando un médico está a punto de dar malas noticias: “No tiene saldo”. El nuevo lector hurgó en la billetera: “perdón, es la de débito, ahí no tengo ni un peso. Quería darle la de crédito, me había equivocado”. La clienta suspiró tranquila; de todos modos, estaba dispuesta a pagar lo que faltaba, para que el hombre del mameluco se llevara su ejemplar de “Cien años de soledad”. No todos los días tenemos la suerte de ver parir un lector.

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