Jesús, manifestación de la misericordia del Padre

Jesús, manifestación de la misericordia del Padre

23 Abril 2014

Alfredo Zecca - Arzobispo de Tucumán

Estamos próximos a celebrar el domingo de la “Divina Misericordia” que coincidirá, este año, con el feliz acontecimiento de la canonización de los beatos Juan Pablo II y Juan XIII, dos papas particularmente queridos por el Pueblo santo de Dios y que, en sus palabras y gestos, cada uno a su modo, ha procurado presentar al mundo, con sus vidas, la misericordia infinita del Padre que, por su Hijo Jesús, hace manifiesto su inaudito amor por el mundo.

“Oh inconcebible e insondable misericordia de Dios” (Diario 951) –afirmaba el Papa Juan Pablo II repitiendo palabras de Santa Faustina– el domingo en el que, al consagrar el mundo a la misericordia divina y, juntamente con ello, en Lagiewniki, Polonia (17-VIII-02), el templo dedicado a esta singular devoción ponía de manifiesto, que en Cristo redescubrimos el rostro del Padre: de aquel que es “Padre misericordioso y Dios de todo consuelo” (2 Co 1,3). No existe otra fuente de esperanza para el hombre y por ello –decía el Papa– deseamos repetir con fe: “Jesús, confío en ti”.

El mundo tiene, hoy, particular necesidad de la Divina Misericordia. El avance inexorable del secularismo, la debilidad de los lazos sociales, especialmente de la familia, las persecuciones –particularmente de cristianos– y guerras y, en general, el avance del mal deja desconcertados a nuestros contemporáneos que, en no pocos casos, se interrogan acerca del sentido de la vida y buscan refugio en Dios para alimentar, finalmente, su esperanza en un futuro más promisorio y en la vida eterna.

Juan Pablo II ha deseado que el santuario y el mensaje de Sor Faustina fueran de oración y de imploración asidua de la misericordia para el mundo. La cruz de Cristo nos permite ver el pecado a la luz del “misterio de piedad”, es decir, del amor misericordioso e indulgente de Dios (Cf. Dominum et Vivificantem, 32).

Quisiera, como Pastor de esta Iglesia particular de Tucumán invitar a todos los fieles a participar de la celebración, frente a la Catedral, de la Fiesta de la Divina Misericordia y, así, unirnos espiritualmente al Santo Padre que, en ese día, canonizará a los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Estoy seguro de que, la difusión de esta devoción que tan particularmente ha impulsado el Papa Juan Pablo II, redundará en abundancia de frutos espirituales para nuestros fieles, la Iglesia y el mundo.

En preparación a este magno acontecimiento propongo a todos la meditación de las tres parábolas de la misericordia que trae San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio, esto es, la de la oveja perdida (cf. vv. 4-7); la de la dracma perdida (cf. vv. 8-10) y la del hijo pródigo (cf. vv. 11-32). En ellas hay un mismo mensaje: la alegría de Dios ante la recuperación del pecador que vuelve al redil, a la casa del Padre.

Termino esta breve reflexión citando, nuevamente, a Juan Pablo II en la Homilía con motivo de la consagración del Santuario de la Divina Misericordia: “Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”. Amén

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