La casa no está en orden
El 19 de abril de 1987, también en un domingo de Pascuas, el entonces presidente Raúl Alfonsín dijo, ante una plaza de Mayo colmada de gente, una frase que quedó grabada en la historia del país: “la casa está en orden”. Usó esas palabras para confirmar que el alzamiento de los militares Carapintadas había llegado a su fin. Pero con el tiempo, llegarían la Ley de Obediencia Debida y otros alzamientos de uniformados.

Y algo similar ocurre con los violentos en el fútbol de nuestra provincia. Los dirigentes no se cansan de asegurar que lucharán contra los barras, pero estos personajes nefastos no desaparecen de la vida institucional de los clubes. Es más, hubo problemas con las barrabravas de entidades de todas las categorías. Se salvan los de la Liga Tucumana de Fútbol, porque todavía esos equipos no empezaron a competir.

Evidentemente ya no alcanza con aplicar derecho de admisión u obligar a los clubes a jugar en estadios ajenos y sin público. Hay una convivencia que ya es inocultable. Por eso, los miembros de La Inimitable ingresan sin problemas al vestuario de Atlético a orar con los jugadores o los integrantes de las facciones de la barra de San Martín tienen el poder de ingresar a una práctica a puertas cerradas del equipo para hablar con los jugadores como paso previo a la agresión que sufrieron en Misiones. Ni hablar de la emboscada que sufrió el plantel de Lastenia en la cancha de Amalia, en la que a un colaborador de la “gloria” lo golpearon con medio bloque de cemento; o el ataque del que fue víctima un jugador de Atlético Concepción al finalizar el duelo contra Concepción FC.

Son demasiados episodios vergonzosos en muy poco tiempo. Y lo que es más grave aún, hasta aquí nadie dijo nada para ver cómo se frena la violencia o qué caminos se pueden tomar para erradicar a estos energúmenos que tan mal le hacen al fútbol. Por eso estamos cada vez más lejos de tener una casa en orden.

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