Resucitó el Señor

Resucitó el Señor

Alfredo Zecca - Arzobispo de Tucumán

EN EL PARQUE. A orillas del lago San Miguel, un grupo de actores recrean la “Vida y Pasión de Dios hombre”. la gaceta / foto de diego aráoz EN EL PARQUE. A orillas del lago San Miguel, un grupo de actores recrean la “Vida y Pasión de Dios hombre”. la gaceta / foto de diego aráoz
20 Abril 2014
En la Semana Santa celebramos del Misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, el salvador del mundo. Ya el domingo de ramos nos presenta a Jesús aclamado como Mesías : “¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!” (Mt 21,9); como Rey: “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!” (Lc 19,38). Jesús tiene plena conciencia de que se dirige a su muerte y lo hace con plena libertad, por obediencia a la voluntad de Dios y por un amor que brota de su corazón y que expresa, al límite, su propia decisión de aceptar la ignominia de la cruz para, así, satisfacer por los pecados de todos.

El Jueves Santo es el jueves de una triple institución: la eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento de la caridad. Pero el relato de la última cena está imbuido de una atmósfera que anticipa el drama del Viernes Santo. La institución de la eucaristía es anticipación de la pasión y muerte del Señor; y será su perpetuo memorial: “Anunciamos tu muerte, preparamos tu resurrección, ven Señor Jesús” respondemos al anunciar el misterio de la fe, la consagración del pan y del vino ofrecidos que se convierten, por obra del Espíritu Santo, en el cuerpo y la sangre de Jesús” (cf. Plegaria Eucarística).

El Viernes Santo no hay eucaristía. En el centro está la cruz, que se venera luego de la Lectura de la Pasión. La cruz y la hermosa oración universal que muestra, con sus peticiones, la infinita amplitud de la redención por Cristo a través de ella operada; y, luego, el Sábado Santo: un día en el que no hay culto, día silencioso y pleno de misterio. No hay ninguna acción litúrgica en ese día, sólo las Iglesias con sus altares despojados : “¿Qué es lo que pasa? -afirma una antigua homilía anónima- un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra…y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo…, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento la región de los muertos” (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo).

Se comprende, así, que la resurrección que le sigue sea un incontenible anuncio del triunfo de la vida sobre la muerte: Cristo es, en efecto, “El lucero de la mañana; Aquél que volviendo de los abismos resplandeció sereno sobre el género humano” (“Exultet”. Misa de la noche de Pascua). La vida ha triunfado definitivamente sobre la muerte que ya no es, para el hombre, la última palabra. La Pascua de Cristo, es, también, nuestra Pascua y nos da la gracia para vivir como “hombres nuevos”, como “resucitados”. Nuestro “obrar” (nuevo) ha de seguir, necesariamente, a nuestro “ser” (nuevo); el pecado da paso a la gracia, las tinieblas a la luz, la muerte a la vida.

Es indispensable que este nuevo ser y obrar se manifiesten en nuestra vida concreta, cotidiana, de cristianos y de ciudadanos y aquí, claro, surgen inevitablemente interrogantes.

No, al aborto
¿Es posible que la Iglesia calle ante la maliciosa pretensión de instaurar, una vez más, la “cultura de la muerte”, como ha sucedido, hace unos días, en el Congreso de la Nación, donde un grupo de parlamentarios ha vuelto a presentar un proyecto de ley de aborto libre con la excusa inadmisible del derecho de la mujer a elegir sobre su propio cuerpo?. Pero, ¿de qué derecho se habla?. El Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe, se expresó públicamente sobre el particular de modo que me limito, aquí, a hacer mías sus palabras. Y ¿qué decir de la droga que sigue tronchando las vidas de nuestros jóvenes sin que se halle, hasta ahora, un remedio eficaz contra este flagelo? ; ¿y la violencia creciente con la locura de una supuesta “justicia por propia mano”?; ¿podemos, acaso, los argentinos, vanagloriarnos -como algunos hacen- de ser pioneros en la defensa de los derechos humanos cuando no respetamos el más elemental de ellos: la vida humana, sagrada, indisponible desde su concepción hasta su término natural?. La Iglesia, fiel al mandato del Señor, no se cansará nunca de anunciar el Evangelio de la Vida y de denunciar, con el Evangelio y el derecho natural, todo intento de justificar legalmente la muerte, cualquier muerte, pero, sobre todo, la del más inocente: el niño por nacer. No hacerlo sería ceder a un espiritualismo tan ingenuo como pernicioso renunciando a un indispensable discernimiento evangélico que debe iluminar, desde el mensaje de Jesús al conjunto de la sociedad. Quiera Dios que la Pascua nos haga reflexionar como cristianos y ciudadanos, especialmente a los que tienen mayor responsabilidad institucional y nos dé el coraje de enfrentar unidos y mancomunadamente estos desafíos. A todos deseo felices Pascuas y les envío de corazón mi bendición pastoral.

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