Kicillof con el FMI: el hombre taciturno que venía del sur

Kicillof con el FMI: el hombre taciturno que venía del sur

BUENOS AIRES.- El ministro de Economía concurrió a la habitual reunión conjunta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) con el propósito de concertar con sus autoridades el restablecimiento de las negociaciones de la Argentina con el Club de París. El objetivo de esta intervención fue avanzar con alguna opción aceptable para la cancelación de la deuda con el organismo multilateral que representa los Estados acreedores.

La noticia sería obvia si no fuera que no se refiere a Axel Kicillof, sino a Miguel Peirano. Que no se remite a abril de 2014, sino a octubre de 2007. Y que entre las gestiones de los dos hubo cuatro ministros de Economía en funciones. Quizás en 2021, el actual ministro integre el grupo de asesores de algún candidato presidencial para las elecciones de 2023. Todo es posible en esta Argentina amnésica, en la que las cosas vuelven a suceder con la frescura de la primera vez, aún cuando sea una historia repetida hasta el cansancio.

Ningún ministro de Economía del kirchnerismo, ni siquiera Roberto Lavagna, había nacido en 1940 cuando Jorge Luis Borges publicó su cuento “Las ruinas circulares”. En este relato, sin proponérselo, el escritor predijo el periplo de Kicillof en Washington, en un ambiente en el que “comprendió que un fracaso inicial era inevitable” si no daba un oportuno volantazo que dejara atrás sus años de prédica, contra los organismos multilaterales de crédito. Fue así que “juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio, y buscó otro método de trabajo” que, al fin y al cabo, “le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje”.

Del otro lado, no se escatimaron aportes a la hora de plantear una puesta en escena adecuada, y hasta la directora del FMI, Christine Lagarde, se mostró “encantada” por el arribo a la asamblea del ministro debutante. Hasta fueron condescendientes con su atuendo descontracturado, después de todo -como bien anticipó Borges- “nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur”.

El lugar era el indicado para recrear la historia, si se tiene en cuenta el empecinamiento de todas las gestiones que por el FMI han pasado para decir tarde lo que todo el mundo ya sabía de antemano. Es el mismo organismo que, con Dominique Strauss Kahn, se animó, en 2010, a advertir en sus documentos que los datos del Indec no coincidían con los de las consultoras privadas, algo que cualquier argentino sabía desde hacía tres años antes. Por eso, Lagarde recibió a Kicillof con otra de las obviedades habituales del organismo: “las políticas macroeconómicas que han sido continuamente expansivas, han dado lugar a un alto nivel de inflación y a una disminución de las reservas oficiales de divisas. La brecha entre los tipos de cambio oficial y de mercado sigue siendo amplia en ambos países, y ha seguido creciendo en Venezuela”, señaló el FMI en referencia a la situación argentina.

En fin, nada que no venga diciendo hace tiempo cualquier aprendiz de consultor. Pero suficiente para que en Buenos Aires, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich encontrara un nuevo argumento para insistir con sus alocuciones matinales, esta vez endilgándole al Fondo un “sesgo ideológico”. En medio de las negociaciones de Kicillof en Washington, las bravuconadas del ministro coordinador quizás no hayan sido oportunas, pero en los discursos también se prioriza el consumo interno. Y el propio Kicillof se encargó de remarcarlo en una insólita conferencia de prensa convocada para ratificar que vino de la asamblea con las manos vacías.

Sin embargo, al igual que Peirano hace siete años, Kicillof chocó con el mismo obstáculo que impide a la Argentina iniciar las negociaciones con los Estados acreedores. Hasta el momento, no se conocen casos de países que hayan accedido a un acuerdo con el Club de París sin el visto bueno del Fondo. Y no hay razones para que la Argentina busque algún atajo para ser la excepción. El propio Kicillof lo dijo en su conferencia de prensa que la Argentina “no le debe un centavo” al FMI. ¿Cuál es, entonces, el problema para aceptar las revisión de cuentas que, por otra parte, son (o deben ser) públicas, mucho más si se sabe que el país es miembro del Fondo hace 58 años? Pero el arribo a Washington del “hombre taciturno que venía del Sur” no pudo ser más contraproducente para los defensores de un relato al que cada vez le cuesta más encajar con la realidad.

Desde el FMI, a pesar de la crítica descripción de la situación económica argentina, se encargaron de elogiar ciertas medidas que para la institución configuran un cambio de rumbo: devaluación, suba de tasas, intentos de controlar la inflación y recortes de subsidios son música para los oídos de Lagarde y sus acólitos. Y Kicillof, entre Washington y Buenos Aires, se sigue enfrentando al incómodo dilema de “Las ruinas circulares”: “si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder”.

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