“El rock no supo envejecer bien”

“El rock no supo envejecer bien”

20 Abril 2014

Por Hernán Carbonel - Para LA GACETA - Salto (Buenos Aires)

- ¿Qué es, según tu opinión, el rock argentino hoy, dos décadas y media después de haber escrito Rockología?

- Me cuesta responder a esta pregunta porque ya no escucho rock argentino con la dedicación ni el entusiasmo de hace 20 o 30 años. Podría decir que mi desinterés es toda una respuesta. Pero sería muy simplista. El rock argentino dejó de interesarme, en lo personal, entre fines de los años 90 y principios de la década siguiente. Hubo diversas razones, pero una de ellas es que lo que se hacía en ese momento me resultaba inferior, bastante inferior, a las propuestas anteriores. No creo que uno deba alejarse obligadamente del rock a medida que envejece. Hay varios casos que demuestran lo contrario. Ahora bien, yo siento que entonces empezaba a suceder que el rock (más el argentino, siento, que el de otros países), que durante décadas acertó en vampirizar y conservar así su juventud, no supo envejecer bien en estos últimos tiempos. Me parece que se metió en una especie de callejón sin salida. Al menos en su versión más purista, más cercana a los “rituales” tradicionales del género. Esto produce, de modo casi inevitable, que se pierda la sorpresa. Supongo que ningún género (ni ningún artista, tampoco) puede conservar por siempre la vitalidad y ese momento de “juventud” en el que cada paso es una suerte de novedad. Pero hay formas de envejecer con gracia y hasta segundas juventudes, como pueden dar fe Van Morrison, Neil Young o Leonard Cohen… Siento que al rock argentino le ha costado (le cuesta) esa fase en particular.

- Tantos años después, el libro sigue siendo el “documento de una generación”. ¿Cómo creés que las nuevas generaciones han retomado o han sido influidas por las bandas de los 80?

- Lo peor que puede ocurrir es eso que se llama “revival”, que es todo un negocio de la “nostalgia”. Todo tiempo pasado no fue mejor porque, por suerte, seguimos adelante, podemos mejorar y podemos aprender de los errores. Pero todo tiempo pasado esconde joyas y tesoros que están vivos. Los 60, los 70, los 80, los 90… Creo que en los 80, puntualmente, hubo discos y grupos que se volvieron “clásicos” en el sentido que le daba Ítalo Calvino a las obras clásicas: esas obras que no terminaron de decir todo lo que tenían para decir. Pienso en Piano Bar, de García; en Oktubre, de los Redondos; en la obra de Sumo, de Soda… Esas obras no están perimidas, al contrario.

- Con el tiempo, ¿has llegado a ver la necesidad de reformular esos “cinco ciclos” en que se podría dividir el rock argentino? O aún más: ¿cómo dividirías lo que devino con los 90 y la década pasada?

- Los primeros tres ciclos que menciono en Rockología están tomados del libro Cómo vino la mano, de Miguel Grinberg. Y no hay nada que objetarles, pienso yo. En mi libro propongo dos ciclos más. Creo que en su momento, cuando escribí el libro, me faltaba la perspectiva (y seguramente otras cosas) para algo así. No tengo dudas de que el límite entre el Ciclo III y el Ciclo IV se localiza entre la guerra de Malvinas y la caída de la dictadura. Sobre todo en la guerra. Pero luego yo hablo de un Ciclo V que empezaría en 1985, y hoy no sé si es tan así… Del replanteo, de mis dudas acerca de este Ciclo V hablo en el posfacio que le agregué a Rockología en oportunidad de la segunda edición. También hablo ahí de una supuesta frontera entre los 80 y los 90 marcada por una serie de hechos: desde el regreso de Serú Girán y el estallido del “nuevo rock argentino” (a la sombra de Dynamo, de Soda Stereo) hasta la película Tango feroz.

- Ese rock de los 80 del que habla Rockología, ¿está presente de algún modo en tu obra de ficción?

- No lo está, para nada, en forma explícita. Mis novelas no hablan de rock y tampoco están ambientadas en la Argentina de los años 80 (salvo algunos pasajes de La sombra del púgil, mi cuarta novela). Sin embargo, cada vez estoy más seguro de que mi experiencia personal con el rock y con el periodismo escrito (sobre todo en los 80 porque fue la década en la que me formé, me eduqué) me nutrió enormemente, de igual modo que lo hizo mi indagación en torno al tango (ya en los 90) o mi experiencia con el lenguaje de los documentales televisivos. En el caso del rock, tuve la suerte de conocer de cerca a artistas como Spinetta o Nebbia, por ejemplo, que no sólo me cautivaron (y me siguen cautivando) por su calidad musical, sino que también fueron maestros o referentes por su actitud, por su ética artística. En ese sentido, les debo muchísimo.

© LA GACETA

PERFIL

Eduardo Berti nació en Buenos Aires en 1964. Es escritor, periodista cultural, editor, guionista y traductor. Su primer libro fue Los pájaros (cuentos, 1994). Luego vinieron dos novelas: Agua y La mujer de Wakefield. Berti estuvo radicado varios años en París. Desde allí publicó La vida imposible (cuentos) y Todos los Funes (novela, finalista del Premio Herralde), a los que le siguieron La sombra del púgil (novela, 2008) y Lo inolvidable (cuentos, 2010). Su última novela, El país imaginado, fue premio Emecé 2011 y Premio Las Américas 2012. Actualmente vive en España.

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