El que avisa ...
“El realismo político ha insistido en todas las épocas en que la naturaleza política está determinada básicamente por la lucha por el poder”. (John Herz, Realismo político e idealismo político, 1951)

Entre los peronistas existe una secuencia temporal para describir conductas internas cual verdad revelada, una máxima puertas adentro del PJ: lealtad, confusión, traición. Alude a los pasos de un dirigente respecto de otro o los de un conducido respecto del conductor político en tiempos de recambio institucional, como lo son estos dos años de finales cantados; de reelecciones imposibles debido al cepo constitucional. Tiempos que resucitan esta línea de acción, adormecida en épocas de reelecciones permitidas. Además, entre “compañeros” no hay término medio cuando se trata de desconocerse por intereses político-electorales: se pasa de la lealtad a prueba de todo (para algunos obsecuencia lisa y llana) a la deslealtad total (cambiar de agrupación o crear una propia).

Entre esos extremos, la confusión juega un papel clave para encauzar conductas. Esa nebulosa, deliberadamente promovida, se instala para tratar de sacar las mejores tajadas en una negociación futura o para salir lo mejor parado posible en el reparto de espacios de poder. En el peronismo eso significa -en determinados casos- unirse ante la más mínima chance de que exista una posibilidad de perder una elección, suceso que para hombres y mujeres del PJ tiene un único significado: dejar de disfrutar del poder. Los justicialistas están convencidos que portan el gen del poder y que, por lo tanto, nacieron para ejercerlo. Sueñan con la conducción, cual si llevasen el bastón de mariscal en la mochila; como les enseñó su líder.

Cuando hay reelección aquella secuencia permanece anestesiada por cuanto la resolución es sencilla: sigue conduciendo el que está al frente del PE. Cuando se cierra la puerta a la repetición, el PJ entra en estado de ebullición y reflota la añeja fórmula. En estos tiempos los muchachos peronistas ya entraron en acción: asoman los que quieren ser los nuevos jefes. Los leales de ayer ahora tratan de diferenciarse, de distanciarse, de ser los nuevos convocantes. Situación que desemboca indefectiblemente en la etapa intermedia de la confusión, que muchos manejan con habilidad de profesional. ¿A quién confundir? A todos: a propios y extraños, a los del PJ y a los que están en otras veredas, a contrincantes internos y hasta a los electores, politizados o independientes. ¿Ejemplos? Scioli atraviesa este período: está y no está con el modelo, es leal, pero no tanto. Y los kirchneristas lo miran con desconfianza, para ellos no representa al proyecto, pero no aún no pueden tildarlo de traidor. Ya llegará la ocasión, todavía hay bastante que convenir.

Tucumán también tiene la suya. La etapa de confusión está en su plenitud. Repasemos: la Provincia le debe al municipio $ 170 millones, la Municipalidad le debe al Gobierno $ 600 millones, por el alperovichismo tienen chances Manzur, Rojkés y Jaldo, Amaya puede estar en la fórmula, Amaya quiere ser candidato a gobernador con aval radical, hay diálogo entre Alperovich y Amaya, desde el 17 de enero que no se hablan, gracias al Pacto Social la municipalidad funciona, quieren que la Capital deje el pacto para restarle plata y complicar la gestión, que la senadora quiere ser, que Jaldo crece en las encuestas, que Amaya es el que mejor mide. Puros dimes y diretes. Lo concreto es que Alperovich no bendijo a nadie y que el amayismo salió a pintar “Amaya 2015”. Uno la tiene más clara que el otro. Sin embargo, entre tanta confusión inducida aún no puede haber demasiada presión. Es tiempo de chicanas y de pícaros. Amaya no puede romper del todo, ni el Gobierno puede ahogar al intendente (lo convertiría en víctima y le arrimaría simpatías). Después llegará tiempo para las acusaciones de deslealtades. Claro que en el peronismo hay otra frase, propia de su folklore, para prestarle atención: el que avisa no traiciona. ¿Cuándo será? Algunos indicios ya hay.

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