Un bache te puede costar la visión de un ojo

Un bache te puede costar la visión de un ojo

Los hoyos en las calles definen la fisonomía de esta localidad, que soporta más de 5.500 vehículos en horas pico. El reconocido escritor habla del accidente en que perdió el equilibrio por un hundimiento

LLENA DE POZOS. Los conductores deben ejercitar su pericia al volante para transitar seguros por 24 de Septiembre y Avellaneda. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll LLENA DE POZOS. Los conductores deben ejercitar su pericia al volante para transitar seguros por 24 de Septiembre y Avellaneda. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll
Era de noche. Lloviznaba. Mantenía firme los pies en el pedal de la bici. Como si hubiera presentido algo. La calle estaba desierta. Faltaba poco para llegar a casa, cinco cuadras. Es todo el recuerdo que le quedó de ese momento. Ni siquiera sabe si llegó a frenar. Ni si escuchó el sonido de las sirenas. O cómo terminó con su rostro contra el cemento. Cuando se despertó, diez días después, había perdido la visión en el ojo derecho. Y las enfermeras le hablaban de pronóstico incierto. Era inexplicable lo que le había pasado. Varios días después volvió al lugar del accidente: ahí estaba el bache en el que la rueda delantera de su bici quedó atascada.

Han pasado nueve años. El escritor Octavio Cejas, protagonista de esta historia, aún no entiende bien lo que le pasó. “Pero fue jodido. Los médicos me dijeron que podría no haber contado el cuento. Bueno, ahora lo estoy contando. Y eso que todavía no le escrito nada a ese bache”, cuenta con una pizca de su inmejorable sentido del humor.

Fanático del ciclismo, Cejas explica que en la noche que ocurrió el accidente él volvía de entrenar de Alpachiri. Entonces, tenía 78 años (hoy tiene 87, aunque le gusta decir “tengo más de 80 y punto”). “Sabía que debía tener cuidado porque las calles de Concepción se caracterizan por estar rotas. Donde se juntan los bloques de cemento de las calzadas siempre hay hundimientos”, resalta el reconocido escritor.

Sentado en el comedor de la casa de su cuñada, donde está viviendo ahora, Cejas confiesa que sufrió mucho. Y que tal vez por eso nunca habló demasiado sobre el incidente. “Quedé mal, muy dolorido. Me costó recuperarme, acostumbrarme a que ya no puedo ver de un ojo. El accidente me dañó el nervio óptico. Ahora, por suerte, estoy mejor”, dice. Levanta su menudo cuerpo despacito y camina unos pocos metros. Ahí, contra la pared, al lado de un aparador, está su amada bicicleta. Sus hijos tuvieron que sacarle la rueda delantera para que Octavio no se siga escapando a dar vueltas por la ciudad. “Hay muchos peligros y él ya no está en edad de andar sorteando tantos baches y vehículos”, dice Sergio, uno de los hijos de Cejas.

Han pasado nueve años del incidente de Octavio. Y la calle 24 de Septiembre sigue estando a la cabeza de las más destruidas de Concepción. Esa zanja que le hizo perder el equilibrio al escritor sigue allí, intacta, amenazando a cuanto conductor se atreve a pasar por encima de ella. “Hay frenadas constantes, motociclistas que se caen, maniobras bruscas de automovilistas. Es un peligro”, expresa Ignacio Cornejo, comerciante de la cuadra.

“Vas en bici y tenés que decidir: o me trago el bache o choco contra el cordón de la vereda o me pisa un taxi. Todo en un segundo”, añade Jaime Sosa, también ciclista aficionado.

Ni la historia de Octavio es nueva ni la calle 24 de Septiembre es la única dañada en la Perla del Sur. Desde hace años, estos cráteres molestos definen la fisonomía de la ciudad y se reproducen a diario en una Concepción que soporta más 5.500 autos en horas pico.

Los concejales opositores Carlos Olarte y Eduardo Carrizo hablan de un abandono total de las calles. “Pero no es todo culpa de la Municipalidad. Hace muchos, muchos años que no hay inversión en la red de cañerías de agua. Nuestra red tiene 70 u 80 años de antigüedad”, señala Carrizo. “Las cañerías se rompen, comienzan a drenar y el suelo pierde sustentabilidad, por lo que la presión de los vehículos sobre el pavimento causa roturas”, añade Olarte, que es arquitecto.

“Otro daño frecuente: rotura del pavimento por parte de los frentistas, debido a que son engañados por plomeros inescrupulosos que, ante cualquier taponamiento, le mienten al propietario que la única solución es romper el pavimento y hacer una nueva conexión”, añade.

Multiplicados
Los hoyos se multiplican en el centro, en la periferia y en todos los barrios. Hay calles con un promedio de hasta 10 baches por cuadra: la Italia, por ejemplo, que corre en sentido paralelo a la 24 de Septiembre. Por allí pasan colectivos, autos rurales y vehículos particulares. Desde Colón hasta Catamarca, los rodados van haciendo zigzag para esquivar baches de hasta 30 centímetros de profundidad. Cuando llueve, es más difícil verlos. “Son días en que te hartás de tanto clap, clap, clap”, describe Jorge Acuña, que viaja en un auto pirata todos los días desde Monteros a Concepción y viceversa. “La Italia y Colón es de terror”, precisa.

Ni la calle San Martín, la principal de la Perla del Sur, se salva. En todas las cuadras hay baches. Cruzar la esquina de 25 de Mayo y Uraga es una verdadera odisea. Justo en medio de la calzada hay un cráter de medio metro. Una pérdida de agua lo mantiene siempre húmedo y los conductores que pasan por allí deben decidir en cuestión de segundos qué maniobra menos arriesgada hacer: o cruzarse de carril o pegar las ruedas al cordón.

En la calle República (al norte de la ciudad) los baches proliferan como hongos, especialmente en época de lluvias. Están los nuevos y los veteranos. En la esquina con Catamarca se esconde un verdadero peligro: los socavones provocan caídas y daños en los vehículos. Los vecinos presentaron quejas formales en el municipio. Y siguen esperando que el barrio Salustiano Zavalía deje de parecer un terreno que ha sobrevivido a un bombardeo.

Cuando el cielo se pone negro, automovilistas y motociclistas saben que ese día habrá que conducir con ojo avizor. Cualquier hoyo puede ser el preludio de una caída o de una pronta visita al taller mecánico. Los baches están en el asfalto, en las conversaciones y hasta pueden servir de inspiración. Si es que Cejas, tras caer en sus fauces, decide finalmente dedicarle una prosa a su bache.

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