Por Nicolás Iriarte
14 Abril 2014
DESBORDE Y CENTRO. Jara se apura en sacar el envío desde la izquierda ante la marca de Agüero, en el primer tiempo.
Es curioso lo que le pasa a Atlético con la independencia. En toda la temporada dependió de otros equipos para ser un real candidato al ascenso, y cuando tuvo la chance de cortar el cordón y entrar a ese podio por mérito propio, fracasó en el intento: Defensa, Instituto, Patronato y Brown (A).
Ayer, su rival era justo el Independiente mendocino, dueño de un nombre como para agudizar el trauma de la autonomía. Finalmente, empató 1-1. Un triunfo no significaba quedar tercero pero sí a tres puntos de esa posición, algo extraño teniendo en cuenta la cantidad de chances que dejó pasar. Pero no. Un golazo de Luis Rodríguez apenas si le permitió igualar.
El gol llegó justo cuando el público empezaba a descreer de la justicia en el fútbol. Fue un partido tan pobre que no merecía ganadores. Ni la “lepra”, ni Atlético. El equipo de Héctor Rivoira tuvo más ganas de ganar, pero sólo eso. La manera de ejecutar esa intención fue lo que falló, constantemente. El descanso que les había dado el “Chulo” a sus titulares entre semana no daba resultado.
Esta vez, el gol tranquilizador y en el final en el primer tiempo, a diferencia del 3-0 con Douglas, fue para el visitante. Ya con la ventaja, se agrandó pero ni con espacios en una defensa local desordenada, pudo definirlo. No lo merecía.
Tan extraña es la relación entre Atlético y la independencia que al Independiente de Avellaneda le marcó cinco goles en dos partidos en este torneo. Ocho en los últimos cuatro partidos oficiales.
Pero con Independiente Rivadavia llevaba hasta ayer cinco partidos sin poder anotarle. Habían pasado 570 minutos desde aquel tanto que Sebastián Battaglia hizo por la temporada 2010/11.
La autosuficiencia vuelve a ser virtud si tenemos en cuenta que en el torneo no tuvo problemas para salir de casa y regresar sano y salvo, como deberá hacerlo ante Huracán: sacó más del 40% de los puntos que disputó como visitante.
Atlético y la independencia, una relación tan irregular como el curso del equipo en el torneo.
Ayer, su rival era justo el Independiente mendocino, dueño de un nombre como para agudizar el trauma de la autonomía. Finalmente, empató 1-1. Un triunfo no significaba quedar tercero pero sí a tres puntos de esa posición, algo extraño teniendo en cuenta la cantidad de chances que dejó pasar. Pero no. Un golazo de Luis Rodríguez apenas si le permitió igualar.
El gol llegó justo cuando el público empezaba a descreer de la justicia en el fútbol. Fue un partido tan pobre que no merecía ganadores. Ni la “lepra”, ni Atlético. El equipo de Héctor Rivoira tuvo más ganas de ganar, pero sólo eso. La manera de ejecutar esa intención fue lo que falló, constantemente. El descanso que les había dado el “Chulo” a sus titulares entre semana no daba resultado.
Esta vez, el gol tranquilizador y en el final en el primer tiempo, a diferencia del 3-0 con Douglas, fue para el visitante. Ya con la ventaja, se agrandó pero ni con espacios en una defensa local desordenada, pudo definirlo. No lo merecía.
Tan extraña es la relación entre Atlético y la independencia que al Independiente de Avellaneda le marcó cinco goles en dos partidos en este torneo. Ocho en los últimos cuatro partidos oficiales.
Pero con Independiente Rivadavia llevaba hasta ayer cinco partidos sin poder anotarle. Habían pasado 570 minutos desde aquel tanto que Sebastián Battaglia hizo por la temporada 2010/11.
La autosuficiencia vuelve a ser virtud si tenemos en cuenta que en el torneo no tuvo problemas para salir de casa y regresar sano y salvo, como deberá hacerlo ante Huracán: sacó más del 40% de los puntos que disputó como visitante.
Atlético y la independencia, una relación tan irregular como el curso del equipo en el torneo.
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