Un riojano que dejó hondo rastro en Tucumán

Un riojano que dejó hondo rastro en Tucumán

Arsenio Granillo escribió nuestra primera geografía general, el primer libro para enseñanza del Derecho aquí editado y fue coautor del famoso Código de 1873.

ARSENIO GRANILLO. El jurista riojano se radicó en nuestra ciudad en 1861. Fue ministro y gobernador interino. ARSENIO GRANILLO. El jurista riojano se radicó en nuestra ciudad en 1861. Fue ministro y gobernador interino.
Son escasos los retratos de los hombres públicos que actuaron a mediados del siglo XIX en nuestro país. Por eso no sabemos que exista, en Tucumán, más que una fotografía -acaso tomada de un dibujo- del doctor Arsenio Granillo. Muestra a un hombre con mirada decidida, flaco, de gran barba y pelo oscuro partido al costado, con mechones que le tapan las orejas. Tucumán debe mucho, en materia de tareas del espíritu, a este caballero cuyo rostro tenía cierta semejanza con las efigies de Don Quijote.

Escribió la primera obra descriptiva de nuestra provincia; el primer texto para enseñanza del Derecho editado entre nosotros, y fue coautor del más importante código tucumano del siglo XIX. Si a esto agregamos que se desempeñó como maestro, magistrado y funcionario en tiempos difíciles, se dibuja una figura olvidada que merece recuerdo y gratitud.

Riojano en Tucumán

Granillo había nacido en La Rioja en 1832. Sus padres, Francisco Solano Granillo y Josefa de la Colina, pertenecían a antiguas familias de esa provincia. Consta que estudió en el Colegio de Monserrat y que se graduó de abogado en Córdoba. Por junio de 1861, se incorporó a la matrícula de abogados de Tucumán. Un mes más tarde, lo nombraban Fiscal de Gobierno.

Transcurría la época azarosa que rodeó la definición de Pavón y el final de la Confederación Argentina. Sus turbulencias tuvieron especial dramatismo en Tucumán, con la invasión del general Octaviano Navarro y su victoria sobre los liberales, en la batalla de El Manantial.

Sin titubear, Granillo se comprometió con los liberales. Hay que suponer que su condición de letrado distinguido lo destacó de inmediato, y que su sensatez lo habilitó para manejar problemas serios en ese particular momento.

Cargos importantes

Por eso, antes de reventar las hostilidades con los confederados, el gobernador Benjamín Villafañe lo destacó como comisionado ante Navarro, junto con el doctor Manuel Fernando Paz.

En las luchas que siguieron, el gobernador José María del Campo lo nombró su “secretario de campaña”, con retención de la fiscalía. También sería secretario del “agente confidencial”, doctor Agustín Justo de la Vega. Más tarde, Del Campo lo designó su ministro de Gobierno. En ese carácter, desempeñaría la gobernación interina en las ausencias del titular.

En 1864, La Rioja lo eligió diputado al Congreso. Llenó su banca a conciencia entre mayo de ese año y abril de 1866. Pero seguiría radicado en Tucumán, donde se casó con Sabina Posse, hermana de los futuros gobernadores Wenceslao y Juan Posse.

Groussac, un amigo

Así, entre nosotros fue profesor del Colegio Nacional y vocal del Superior Tribunal de Justicia. En 1871, llegó a la ciudad Paul Groussac. Se convirtió fácilmente en amigo y admirador del doctor Granillo. Lo consideraba “uno de los pocos hombres, en Tucumán, con quienes se puede conversar con gusto y provecho, disintiendo en política y en religión. No buscaba la discusión, pero admitía la contradicción”.

Erudito jurisconsulto y católico ortodoxo, “no pretendía nunca impugnar una convicción sincera y razonada con un axioma jurídico”, y “no hacía nunca, a la conciencia de su adversario, la injuria de suponerla menos noble ni leal que la suya”.

El ambiente intelectual de la ciudad era pobre. Recién se había fundado el Colegio Nacional, la Normal llegaría en 1875 y habría que esperar hasta 1882 para contar con un ateneo, la Sociedad Sarmiento. Pero el doctor Granillo estudiaba y escribía afanosamente.

Descripción pionera

“Durante su juventud y hasta hace poco –diría Groussac en 1875- su elevada naturaleza había participado un tanto de la indolencia intermitente, peculiar de las organizaciones delicadas y artísticas. Pero durante estos últimos años, parecía que sentía ya cernida sobre su frente el ala invisible de la muerte, y se había puesto a producir con afán, con fiebre, deseoso él también de imprimir en este frágil suelo una huella profunda”.

Si descartamos, por exclusivamente literaria, la “Memoria descriptiva de Tucumán”, de Juan Bautista Alberdi, en 1834; y, por su brevedad, el folleto que Hermenegildo Rodríguez redactó en 1845 por encargo oficial, tenemos que el primer libro que describió nuestra provincia fue obra del doctor Granillo.

Lo compuso en 1870, para la Exposición de Córdoba. Dos años más tarde, lo editaron las prensas tucumanas de “La Razón”. Se titulaba “Provincia de Tucumán. Serie de artículos descriptivos y noticiosos. Mandados a publicar por S.E. el Sr. Gobernador D. Federico Helguera”. La edición tenía la curiosidad de llevar pegadas las célebres fotografías de Ángel Paganelli, primeras que documentaron el aspecto de la ciudad.

Valioso contenido

La obra ofrecía una “fisonomía física” de Tucumán, informaba sobre sus límites, división territorial, organización política y administrativa. Traía datos de población, descripción de la Capital y sus edificios principales, la instrucción pública, las industrias y producciones, etcétera. Era, dice Manuel Lizondo Borda, “más bien una geografía general de Tucumán, en el sentido usual y moderno del término”.

Incluía interesantes textos descriptivo-literarios. Algunos eran del propio Granillo: “Reflexiones sobre el progreso de Tucumán”, “Alto de las Salinas”, “De la ciudad de Tucumán a La Reducción”. Firmaban también el doctor Domingo Navarro Viola (“La Quebrada de Lules”); el teniente coronel Lucas Córdoba (“Tafí”); Vicente Alcalde Espejo (“Paseo a vuelo de pájaro”). Y se insertaba igualmente el magnífico artículo temprano de Paul Groussac, “Un paseo a San Javier”.

Un famoso Código

Al año siguiente de esta edición, el doctor Granillo, junto con los doctores Benjamín Paz y Ángel M. Gordillo, firmaba un trabajo jurídico de verdadera trascendencia. Era el nuevo “Código de Procedimientos Civiles” que entró a regir al año siguiente. El trabajo llamaría ya entonces la atención de los estudiosos. Sin duda, cuando se ahonde en la Historia del Derecho en Tucumán, alguien tendrá que ocuparse detenidamente de este texto.

Por de pronto, este año 2014, el doctor Miguel Eduardo Marcotullio acaba de incluir y comentar el “Título preliminar” del Código de 1873, en la introducción a las “Lecciones de Derecho Procesal Civil” de Adolfo Alvarado Velloso, adaptadas para Tucumán por el doctor René Padilla (h).

En 1872 se habían inaugurado, en el Colegio Nacional, los “Cursos libres de Derecho”. Al igual que los otros distinguidos abogados que los dictaban, Granillo aspiraba a que la experiencia fuese preludio de una casa de estudios superiores. Por eso se puso a la tarea de redactar un texto para los alumnos.

Enseñando el Derecho

Fue editado en 1873, también en la imprenta de “La Razón”, con el título “Curso de Derecho Internacional Privado teniendo por base la doctrina de M. Foelix enriquecida con de otros autores y concordada con la lejislación argentina”. En el prólogo, Granillo reproducía su discurso de apertura de los “Cursos libres”. Dirigiéndose a los alumnos, les decía: “el Gobierno de la Nación tiene en vosotros fija su mirada, porque en vosotros se ensaya la futura Universidad del Norte, que responde a una necesidad sentida en esta parte de la República”.

Como se sabe, en 1875 los cursos se convirtieron en una “Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Políticas”. Ésta aspiraba, decía la ley provincial que la creó, a ser el plantel de una futura Universidad. Era demasiado optimismo. La Facultad funcionó hasta 1882, año en que desapareció a causa de que el Gobierno Nacional se negó a apoyarla, mientras el Provincial no tuvo mejor actitud.

Inolvidable profesor

Granillo fue uno de los más entusiastas profesores de efímera institución. “Dictaba a sus alumnos de Derecho –recordaría Groussac- dos cursos doctrinales, uno de ellos sin remuneración alguna, sin más recompensa inmediata que el respeto creciente con que rodeaba su cátedra una parte selecta de la juventud”.

Quienes fueron sus discípulos, también exaltarían esa actitud de desprendimiento. Silvano Bores lo llamó, en 1897, “un maestro que prodigó, cuando pocos pensaban, las enseñanzas de su intelecto y brillantez de su talento”. Y el doctor Napoleón Vera evocó con emoción al “querido y respetado maestro, que escribía una obra sobre Derecho Internacional, mientras los estudiantes de Buenos Aires se veían obligados a recurrir a textos extranjeros”.

Veía y comprendía

El doctor Arsenio Granillo murió en la madrugada del 17 de agosto de 1875, a los cuarenta y tres años. La nota necrológica que publicó “La Razón” estaba firmada por Groussac. Hemos entresacado más arriba algunos de sus párrafos. En los finales, afirmaba que Granillo tenía talento: “poseía la facultad de ver las cosas con sus propios ojos y de comprenderlas; es decir, de descubrir sus leyes íntimas”, esto unido “con la facultad de interpretarlas con potencia y originalidad”.

En suma, “creía que la misión de la conciencia humana es guardar con valor y reserva el tesoro de convicciones adquiridas con el sudor de la frente y las lágrimas del corazón: no exigiendo de las acciones sino la rectitud, de las ideas sino la pureza, y de la conducta presente, sino el respeto de la conducta de ayer”.

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