El tiempo en el que las palabras matan

El tiempo en el que las palabras matan

“El peor verdugo es la droga”, rumia el hombre, un viejo perro de presa que lleva décadas transitando el ala penal de los pasillos judiciales. Para contextualizar el escenario, acerca estadísticas: entre el 60 y el 70% de los “pibes chorros” que llegan a Tribunales lo hacen drogados; y a muchos de ellos, los “alimenta” la familia, para que salgan a robar. El diálogo transcurre en esa semana turbulenta en la que la palabra “linchamiento” (llegar a matar a alguien) ha enriquecido hasta las charlas de peluquería y ha transitado por los medios -gráficos, televisivos, redes sociales- con liviandad obscena. En los interminables debates televisivos, un gremialista histórico acota, displiscente, que los linchamientos en la Argentina son viejos como el país. “Y sí, chocolate por la noticia. A los tribunales nos llegan muchos pibes chorros con señales de golpizas, tanto de “la gente” como de la policía”, reconoce el funcionario. En su ceño fruncido se adivina esta inquietud: que cuando el lenguaje naturaliza y banaliza la violencia, hemos perdido el sentido de comunidad.

Es el lenguaje lo que nos hace humanos, coinciden la filosofía y las neurociencias. Y en esta semana en la que le hemos arrancado al lenguaje su dimensión de humanidad, hay quienes se niegan a abandonar la racionalidad cuando se trata de pedir justicia por crímenes o por delitos cometidos. Ahí está Alberto Lebbos, sumando vueltas en la Plaza, pidiendo que se haga justicia por la muerte de Paulina. Y hay otros muchos ejemplos de coherencia moral, pero uno es emblemático. Hace nueve años, Diana Cohen Agrest, filósofa especializada en “Etica de la vida cotidiana”, había escrito sobre “las madres del dolor”. No sabía que con el tiempo se convertiría en una de ellas: hace cuatro años, su hijo Ezequiel fue asesinado durante un asalto, a plena luz del día. Cuando se sustanciaba el juicio contra el homicida, en 2011, Cohen Agrest pidió prisión perpetua para el asesino. Y fundamentó su posición: “Porque perpetua será la ausencia de mi hijo”. El año pasado, una Cámara de Casación penal le redujo la pena al asesino de Ezequiel. Sin embargo, aun cuando ha salido a confrontar con la Justicia “garantista”, Cohen se niega a subirse a la horda fratricida. Tiene buena memoria: recuerda que hace unos años, antes de la muerte de Ezequiel, ella reprodujo esta cita de un pastor luterano que erróneamente le atribuimos a Brecht: “Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era; después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde”.

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