Un cataclismo bíblico con todas las letras

Un cataclismo bíblico con todas las letras

El Creador le avisa a Noé que su paciencia se agotó y que arrasará a la humanidad con un diluvio. De inmediato Noé pone manos a la obra e inicia la construcción del arca en la que se refugiarán su familia y las especies animales. Prevenidos del desastre, el malvado Tubal-Caín y su ejército harán lo posible para frustrar esos planes.

De repente irrumpen en escena unos trolls de piedra que se mueven como autobots y son, en realidad, ángeles caídos y castigados. Con esa generosa mano de obra consigue Noé construir el arca. A esa altura de la película la magia y la estética están más cerca de “El señor de los anillos” que del Antiguo Testamento. Aunque, para ser justos, ¿no se nutrió Tolkien de las Sagradas Escrituras para construir su universo? Nada más parecido a una horda de orcos que Tubal-Caín y sus huestes. A Noé sólo le faltaba la espada para convertirse en Aragorn.

Cuando un director divide aguas sus películas resultan, cuanto menos, convocantes. Algo deben tener para que se las elogie o las critique tanto. A Darren Aronofsky le encanta ese rol, con lo que queda expuesto al desastre (“La fuente de la vida”) o al aplauso (“El luchador”). Su cine es tan demesurado como ambicioso y provocativo, terreno en el que sin delicadeza ni inteligencia es fácil empantanarse. “Noé” es temáticamente pretenciosa; aspira a hablar de cuestiones trascendentes (el bien y el mal, la condición humana, el medio ambiente) en el marco de un gran espectáculo visual. El que tanto abarca no aprieta prácticamente nada.

El guión de “Noé” está escrito desde hace milenios. Aronofsky y Ari Handel lo acomodaron a los 130 millones de dólares que Paramount les consiguió para el rodaje, así que hay batallas, efectos especiales y -cómo no- el diluvio que el Creador dispone como castigo para sus hijos descarriados.

El Noé de Russell Crowe es un personaje atormentado del principio al fin. Lógico, hay muy pocas risas durante las dos horas y pico de película. Asistimos a la hecatombe bíblica por excelencia y Noé nos explica una y otra vez el por qué. Jennifer Connelly rema a su lado, mientras Logan Lerman y Emma Watson están más cerca de Percy Jackson y de Hermione Granger que del Antiguo Testamento. El mejor del reparto es Ray Winstone, el descendiente de Caín que se mezcla en la historia para meter cizaña y liderar a los malos. Y por ahí anda Anthony Hopkins, que saltó de Odin a Matusalén y parece dispuesto a aceptar el papel que le ofrezcan.

Con todas las bestias acomodadas en el arca y la lluvia que cae sin cesar -aunque nadie avisa que la tormenta durará 40 días y todos se sorprenden cuando escampa- a Aronofsky no le queda otra que enfocarse en las intimidades familiares. La cámara deja de moverse a toda velocidad y “Noé” muta en culebrón de la tarde.

Cuando da la sensación de que los actores no se toman demasiado en serio lo que pasa a su alrededor hay que empezar a dudar. Russell Crowe sufre tanto que parece pedir a gritos que todo se termine de una vez. No se comprenden las polémicas que generó “Noé”; que se manipulen leyendas bíblicas no puede ofender a nadie a esta altura de la soirée. Tanto le piden al Papa que vea a esta película que al final les va a hacer caso. Y sí, va a terminar durmiéndose.

Origen: Estados Unidos, 2014.

Dirección: Darren Aronofsky.

Con: Russell Crowe, Jennifer Connelly, Emma Watson, Ray Winstone, Anthony Hopkins, Douglas Booth, Logan Lerman.

Violencia: con escenas.

Sexo: sin escenas.

Comprensión: fácil.

El dato: como en “Una mente brillante”, Crowe y Connelly vuelven a ser marido y mujer.

La viñeta: la Tierra cubierta de una impenetrable nubosidad.

Lo llamativo: jamás se pronuncia la palabra Dios; siempre es el Creador o sencillamente Él.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios