Amaya y Rojkés pegaron primero

Amaya y Rojkés pegaron primero

De los cuatro nombres del oficialismo que se disputan la chance de suceder al gobernador José Alperovich en 2015, dos son los que más casilleros avanzaron -y de manera agresiva- en las últimas semanas: la senadora Beatriz Rojkés y el intendente de la capital, Domingo Amaya. Los ministros de Salud nacional, Juan Manzur; y del Interior tucumano, Osvaldo Jaldo, en cambio, tratan de hacer menos ruido con sus movimientos.

La presidenta del PJ ya camina sin sonrojarse con el ropaje de heredera natural. La esposa del mandatario dio vuelta a la última página del cuento de hadas que vivió como tercera autoridad del país y se envalentona bajo la lógica K: el poder debe continuar en manos familiares porque es lo único que les garantiza tranquilidad. Amaya, sin permiso, rompió el código tácito en el peronismo de no invadir territorio ajeno. El jefe municipal sonrió para las fotos en Concepción y en Aguilares, titularizó docentes sin siquiera avisar y se subió al avión presidencial con el jefe de Gabinete de Cristina Fernández, Jorge Capitanich.

La senadora y el intendente le imprimieron mucha adrenalina electoral al marzo de los tarifazos por una cuestión lógica: son los que reman desde atrás en la marea oficialista. La ventaja de Rojkés es que le basta con el sí de su marido para que toda la tropa alperovichista se ponga a trabajar por su candidatura. Amaya cuenta en su favor con una buena imagen en el electorado de la clase media capitalina, alejada de los Alperovich. El principal problema para ambos es que aparecen relegados en la preferencia del gobernador. La diferencia es que mientras Rojkés no puede separarse del apellido que gobierna Tucumán desde hace una década, Amaya aún está a tiempo de hacerlo. No obstante, ese paso dependerá de las alianzas que ensaye y de la voluntad que tenga por alejarse de la Casa Rosada y de la Casa de Gobierno local. Hasta aquí, el intendente sólo propinó desafíos gestuales al alperovichismo, pero en enero se sentó a comer con el bonaerense Daniel Scioli y cuando puede recuerda a todos su filiación K, como en este caso la foto con Capitanich. A juzgar por sus actos, al jefe municipal parece interesarle más ser el elegido del cristinismo que dar el salto hacia fuera del peronismo. La reunión con Scioli, según chusmean en el Palacio Gubernamental, puede haber sido un apuro innecesario del intendente: cuentan que en el área de Julio De Vido, de fluida relación con el alperovichismo, ese mitin con Scioli fue muy comentado porque, dicen, el ex motonauta está lejos de ser el elegido por Cristina.

La tarea de Amaya, si es que pretende luchar en serio por la gobernación, es cuanto menos extenuante. Debe abrirse paso en medio de la enmarañada estructura institucional y clientelar que montó el alperovichismo en intendencias y comunas, y que buscará profundizar mediante una ley para el voto “Voligoma”: como la Constitución sólo prevé los acoples a cargos ejecutivos (gobernador e intendentes), pero no a cargos legislativos, la boleta de los partidos municipales y comunales únicamente lleva impresas tres de las cuatro categorías: la de parlamentarios queda en blanco. La idea oficial es que los legisladores también aparezcan allí y tengan la ventaja de “arrastrar” votos locales en sus papeletas.

En la vereda de enfrente, el radicalismo sonríe cuando el intendente amaga con una guerra de secesión, y hace pucheros cuando le llegan los chismes de infinitas fórmulas oficialistas con Amaya adentro. José Cano sabe que buena parte de sus posibilidades de éxito dependerán de que el oficialismo llegue partido en tres (alperovichismo, massismo y amayismo). El diputado recibiría a cualquier peronista con los brazos abiertos, siempre que el invitado esté dispuesto a secundarlo. Alperovich, por ahora, hace silencio. Después del Mundial de fútbol, cuando se encarguen las primeras encuestas desde la Casa de Gobierno, el revoltoso panorama oficialista podría comenzar a definirse.

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