En busca del secreto de la vida urbana

En busca del secreto de la vida urbana

En todo momento, la avenida 3 de Villa Gesell está atestada de vehículos, como la avenida Bunge de Pinamar o cualquier calle principal de Mar de las Pampas, Cariló, Ostende y otros balnearios de la Costa argentina.

Pese a la aglomeración de autos, no se oyen bocinazos y basta con que un transeúnte ponga un pie en el pavimento para para que los autos se detengan y le den paso para cruzar.

Algo une a esos conductores serenos, llegados de todas partes -incluso Tucumán- a esas ciudades veraniegas: la idea de estar compartiendo un lugar que eligieron para pasarla bien, utopía hecha realidad a la que contribuyen las comunidades residentes, dispuestas a sacar buen provecho del aluvión de visitantes. ¿Es entonces el interés común el que hace que el tránsito sea fluido y que el respeto por el otro reine sin necesidad de varitas? ¿Qué diría Foucault de esa armonía urbana en la que no parece hacer falta la mano rígida del poder para intentar domesticar a la sociedad rebelde?

Acaso ese secreto escondido, que debe estar en el seno de la sociedad tucumana capaz de comportarse de un modo allá y de otro acá, pueda ser investigado por los responsables del espacio urbano. Desde hace años se intenta dar un sentido inclusivo al parque Guillermina pero han fracasado todas las iniciativas para evitar el vandalismo, así como están fallando las ideas para convertir al Campo Norte en un verdadero parque y erradicar los basurales que lo inundan.

Lo que parece claro es que no bastan las iniciativas vecinales solas, como tampoco son suficientes las obras municipales para que el vecindario sienta como propio el lugar y le dé un uso de esparcimiento. No se trata sólo del vecino que se queja, sino también del carrero que va a tirar basura allí pagado por los mismos vecinos. Ninguno siente el lugar como su casa y la autoridad diseña planes y ejecuta obras sin saber si cuajan en quienes usan el predio, y sin intenciones de mantener sus políticas. Ni siquiera organizaron un festival con los vecinos (¿y también con los carreros?) para que se apropien de la belleza del predio recuperado. Después de hacer la caminería se fueron del Campo Norte y en el acto renacieron los basurales.

Y vuelve la sorpresa del comienzo: ¿Por qué en las ciudades de la Costa hay un comportamiento y acá hay otro? ¿Por interés? ¿Porque otro pensó los problemas y los resolvió por nosotros? Acaso, como dice el arquitecto Adrián Gorelik, la crisis de la ciudad se acompañó de la crisis de las ideas para pensarla.

Pero este es el lugar en que transcurre nuestra vida. Quizás, como si fuera una ciudad buscada para las vacaciones, podría ser también un sitio no sólo donde vivimos, sino que elegimos para pasarla bien.

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