Lejos del mundo del siglo XXI

Lejos del mundo del siglo XXI

La decisión kirchnerista de gastar U$S 1.000 en el plan Progresar sólo se explica en que el Gobierno quiere cambiar la matriz cultural Miguel Angel Rouco | agencia dyn

CLAVE. Los destinatarios del nuevo programa social no son hijos del neoliberalismo -dice Rouco-, sino del clientelismo. REUTERS CLAVE. Los destinatarios del nuevo programa social no son hijos del neoliberalismo -dice Rouco-, sino del clientelismo. REUTERS
La presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, desde la Casa Rosada, ratificó la vigencia del modelo clientelista que impera en la Argentina desde hace un cuarto de siglo.

El anuncio del plan Progresar que implica un aumento del gasto público de unos 1.000 millones de dólares anuales, encendió todas las luces de alarma en el mercado.

Ya no es la puja por la distribución del ingreso lo que desvela a Cristina Fernández y a su elenco. Se trata de un proceso más profundo, de cambio en la matriz cultural del país.

De otra manera, no se puede entender como destina 1.000 millones de dólares anuales para que más de 1,5 millón de jóvenes terminen sus estudios, en un sistema donde los estudiantes no superan los más elementales exámenes de fin de ciclo.

Esa franja de jóvenes, no son hijos del neoliberalismo como esgrimió la Jefa de Estado. Son hijos de la perversión del clientelismo, una nueva forma -moderna y más sutil-, de esclavitud, de la cual la dirigencia política se aprovecha desde hace un cuarto de siglo.

El resultado es un ejército de jóvenes que deambulan como espectros, por alguna repartición oficial, sin alguna función o que van en busca del subsidio de turno que le permita subsistir en un modelo forjado y prohijado por esta dirigencia política, a cambio de un apoyo incondicional a sus mezquinos intereses proselitistas.

El plan político de la Casa Rosada consiste en llevar la situación económica al punto tal que un quiebre productivo se haga sentir en el mercado.

“Este gobierno no entiende donde está parado. Tiene un déficit fiscal enorme, no tiene financiamiento externo y encima sube el gasto para financiarlo con emisión monetaria. Esto es más combustible al fuego de la inflación”, razonó un operador mientras el clima en la city se calentaba a la par de la temperatura, en la tórrida tarde del estío porteño.

Este clima obligó al ministro de Economía, Axel Kicillof, a cruzar la Plaza de Mayo y moverse hasta la sede del Banco Central donde participó de la habitual reunión de directorio de los jueves aunque desde distintas fuentes intentaron ocultarlo.

Las diferencias con el presidente del BCRA, Juan Carlos Fábregas, no se hicieron esperar. El ministro le recriminó la falta de intervención en el mercado en una jornada crítica. Fábregas retrucó diciendo que no estaba dispuesto a perder más reservas. Finalmente, Fábregas cedió para bajarle la temperatura el dólar, lo que le costó 100 millones de dólares de reservas.

La puja sustentó la posición del presidente del BCRA frente al joven ministro que tuvo una semana poco propicia, tras el estéril viaje a Francia, para intentar una nueva negociación por la deuda con el Club de París y que por ahora no arroja resultados positivos.

La abrupta suba en la paridad cambiaria deja mortalmente herido el acuerdo de precios ensayado por el bisoño equipo económico.

Los aumentos de precios en las materias primas y de los costos de logística están provocando la desaparición de los productos contenidos en el acuerdo.

“En muchos casos, no tenemos el compromiso de los proveedores para asegurarnos que nos entregarán la mercadería al precio sugerido en el acuerdo”, dijo un portavoz del sector de los supermercados.

Otras empresas han recibido cartas de sus proveedores en las que se detalla que “no se sostienen cotizaciones, salvo pago total anticipado” y otras que “no van a entregar mercadería hasta que se normalice la situación cambiaria”.

El gobierno dio soporte a la suba del dólar por varios motivos. En primer lugar, porque en términos reales le permite licuar el gasto público. En segundo lugar, porque le permite achicar las importaciones y le genera mayor saldo comercial. En tercer lugar habrá menor salida de divisas vía turismo y vía energía ya que el consumo inevitablemente va a mermar.

Pero como ocurriera en décadas pasadas, todo este supuesto beneficio dura poco, si no se cuenta con un plan fiscal, administrativo y financiero que ponga el gasto bajo control y termine con la emisión monetaria y la pérdida de reservas. Es decir un plan que devuelva la confianza a los agentes económicos.

Por ahora, la administración Kirchner está muy lejos de este escenario. Está encriptada y asilada, en un proyecto político de perfiles y contenidos decimonónicos. Lejos, bien lejos del mundo del siglo XXI.

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