Nunca colgado del travesaño

Nunca colgado del travesaño

Defensor del humor blanco, Miguel Martín se abre, con y sin personajes, a la charla con LG Deportiva.

MODELO. Sosa intenta estar a la moda, con su permanente y sus gafas de sol.  LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ MODELO. Sosa intenta estar a la moda, con su permanente y sus gafas de sol. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ
Dueño de un descomunal sentido del humor, Miguel Martín hace de la risa su poder de fuego. Habla del humor blanco, un enemigo a las costumbres de su hermano el negro, cuya fórmula se basa, generalmente, en monólogos impregnados de palabrotas, sexo y vulgaridades varias. Miguel o Pájaro Sosa, en este caso, intentan surcar un camino poco habitual en las costumbres tucumanas y nacionales. Por eso es feliz, asegura, con poco.

“Te dicen que la felicidad es pasajera. Y te digo que soy feliz con lo básico. Dormir la siesta con mi hijo Juan Pablo me hace muy feliz. ¿Viste? Esa es mi felicidad”, confiesa mientras queda en sunga en medio del parque 9 de julio antes de arrancar una sesión de fotos con LG Deportiva.

Un perro amaga con unirse al grupo. A escasos metros de recibir un abrazo fraternal, cambia la dirección de su paso y se aleja lentamente. “Pucha, che, hubiera sido el modelo ideal para nosotros. Que dos perros posen juntos era un bombazo, quenó”. Martín no ríe pero a vos te quiebra las rodillas con solo mirarte. Armando lo siente en carne propia. “Dame un beso”, pide el cómico; “Mosquito” huye.

Dos parejas de nenes curiosos con cara sospechosa se acercan a la cancha de fútbol que de fútbol solo tiene los arcos. El trajín de tanto ritmo no le da tregua a la recuperación del césped. Es un campo de tierra rellenada con pequeños filamentos de escombros y vidrios. “Soy de potrero, sí, pero eso nomás. Debería nacer 1.000 veces para ser futbolista”. Habla Martín y al mismo tiempo Sosa, un delantero frustrado con cero gol en su foja. “Nací con los pies redondos”, reconoce el dueño del personaje que nunca llegó a debutar en Primera. Su anhelo murió en la Quinta de Ñuñorco y también en la de Famaillá. “Una vez un técnico empezó a putearme: ‘Maaaaaartínnnnn, se te está viniendo el 11, hacé la diagonal!!!’. ¿Queeeeeeé? Obvio que le pregunté qué era la diagonal. Adoro el fútbol pero no sirvo”, insiste el dueño de un corazón azul y oro. “Soy de Boca, fanático perdido. No me importa nada más. La culpa la tiene mi viejo. En la libertadores del 2000 que le ganamos a Palmeiras, por ejemplo, cuando ellos atacaban, le decíamos a mi papá que cambie de canal. En el cable en Famaillá tenés Fox y después siguen para abajo ESPN y TyC. Cuando cambiábamos escuchábamos a Quique Wolf hablar de la ‘caprichosa, papilo. Chau, pobre Quique, nos desquitábamos con él, ja. Cualquier canal nos caía mal”.

Su locura lo hizo mentir y también zafar cuando casi derrapa en una fiesta “xeneize”. “Era en pleno auge del “Potro” Rodrigo. Jorge Amor Ameal, entonces secretario de Peñas del Interior, me llama para hacer un show. Largué con el Polesia Gordillo... ‘Do NN en atitú sospechosa se dirigían con diresión a la avenida alen...’. Empecé a escuchar murmullos, después gritos: ‘horrrrrible, sos horrible’, me gritaban. Acorralado, me mandé por el lado cordobés. Empecé a tirar chistes y zafé. Cuando termino, Ameal se me acerca y me pregunta: ‘¿qué quisiste decir al principio?’, ja, los tucumanos somos especiales”. Quizás Martín más que cualquier otro.

A Soraya, su mujer, la timó. “Ella es de una familia preparada, es arquitecta y tiene padre y hermano ingeniero. Imaginate si e decía que era humorista, no, ni loco entraba ahí. Le dije que era comerciante y que hacía videos sociales. Fue en la época de República de Tucumán. Cuando la enamoré, recién le dije la verdad”, cuenta.

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