Las verdaderas malas noticias

Las verdaderas malas noticias

Marcela atendió el teléfono agitada y tensa; habían pasado algunos minutos de las 6.30 y no era común que sonara tan temprano. En cuanto escuchó la noticia sintió que el mundo se terminaba.

Florencia manejaba cuando le entró la llamada al celular. Escuchó lo que tenían para decirle y cambió de dirección. En pocos minutos llegó a la esquina que desde ese momento se convirtió en su modelo de pesadilla: había ambulancias, muchos policías, curiosos y un auto destrozado.

Cecilia dormía cuando empezaron los mensajes: dos ex compañeros de la facultad que vivían en otra ciudad le decían que se estaban yendo a visitarla; ella no les prestó atención: eran las dos de la madrugada, era obvio que algo habían tomado y era hasta ridículo pensar que a esa hora y en ese estado fueran a manejar los cientos de kilómetros que los separaban. El aparato se silenció y ella se durmió; a la mañana siguiente la despertó la noticia de la tragedia.

Uno se pasa la vida calificando de problemas a infinidad de situaciones. Pero los de verdad suelen ser aquellos en los que uno nunca piensa y que sorprenden un día cualquiera en el horario menos esperado. Es lo que les ocurrió a las mujeres de los párrafos anteriores, familiares y amigas de personas que murieron en accidentes viales. Hoy, en el Día Mundial de las Víctimas del Tránsito, también vale la pena recordarlas a ellas.

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