Algunos desprecian a los demás y se creen mejores

Algunos desprecian a los demás y se creen mejores

27 Octubre 2013
Algunos que se creían buenos, que estaban seguros de sí mismos (de lo que pensaban y de lo que hacían) y que despreciaban a los demás, son el motivo de que Jesús nos haya contado esta parábola:

Dos hombres subieron al Templo de Jerusalén a rezar. Uno era fariseo y el otro publicano. A ambos, después de verlos en el Templo, Jesús les da sendos calificativos que los definen perfectamente: al primero lo llama: "el que se exalta y enaltece"; al segundo: "el que se humilla y abaja".

El que se exalta a sí mismo es "el hombre orgulloso". La meta de su plegaria no es Dios sino él. Quizá hablaba consigo mismo y no con Dios. La dirección de la plegaria es él mismo: "Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: injustos, ladrones...". En lugar de Dios podría haber puesto su propio nombre y decir: "me felicito". No ve sus características personales como un don de Dios sino como un logro personal. Y, en su soberbia, se va ensalzando, exaltándose sobre los demás. ¡No soy como el resto de los hombres!: eso equivale a decir soy el mejor de todos, estoy más alto que todos… El fariseo se eleva a sí mismo... y es todo un símbolo de lo que los hombres llevamos dentro. La soberbia es el más corriente de todos los pecados.

Desde siempre

La historia de la humanidad vuelve a repetir esta escena. A lo largo y a lo ancho del corazón del hombre existe la tentación de juzgar y descalificar a los otros. Nos creemos mejores a punto tal que los otros no existen y los descalificamos "calificándolos" de tal o cual cosa… Cuánto daño hacemos a un país, a una nación, a una provincia, a nuestras comunidades cristianas cuando nos miramos de esta manera.

Estamos en el día de nuestras elecciones parlamentarias y en ellas se concreta un paso más de nuestra consolidación democrática; hemos de rezar mucho por ello. Pero al mismo instante debemos interrogarnos si esta escena evangélica no se puede aplicar a nuestra Argentina, debilitada porque nosotros, los argentinos, nos descalificamos permanentemente los unos a los otros. Un país que se desangra en la división no tiene futuro, ha perdido el rumbo estable de crecimiento.

Como Iglesia estamos llamados a ser misericordiosos y a no condenar por condenar al otro. Pero al mismo instante se nos pide la responsabilidad de ser constructores de una ciudadanía argentina que se levante sobre el reconocimiento del talento del otro y no sobre la destrucción de la vida moral de los hermanos.

Reflexión

La vida es demasiado corta para vivirla sobre la base de la soberbia y la descalificación. Estamos llamados a ser constructores de una sociedad justa y fraterna. Que el Bicentenario que se aproxima nos encuentre a todos con un mismo objetivo: realizar la Patria como don y asumir que su construcción es una tarea de todos, todos los días.

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