Réquiem por la Nina
FOTO DE RICARDO YANCE FOTO DE RICARDO YANCE
Nadie puede eludir a la muerte; ni los poderosos, ni los más humildes. Por eso dicen que no existen las grandes o pequeñas muertes. Todas golpean por igual porque nos recuerdan nuestra condición de seres finitos. Sin embargo, hay partidas que sorprenden más que otras.

Ayer murió una mujer extraordinaria: la Nina Velardez. Y su partida causó tal conmoción en Tafí Viejo, que la novedad fue anunciada con la sirena de los Talleres Ferroviarios. "¡La Nina ha muerto!", decían los vecinos. Y la voz se corrió con tanta rapidez que casi podría decirse que había muerto un prócer. Aunque... en cierta forma la Nina era un prócer: era la guardiana del cerro; la Pachamama taficeña que recibía en su puesto a todo aquel que se animaba a escalar los prodigiosos senderos del cerro. Su casa estaba a 1.300 metros de altura sobre el nivel del mar, en medio de una pradera con vertiente propia y un fondo de bosques de alisos y pinos misteriosos. No sabía leer ni escribir, pero acumuló una sabiduría ancestral que desconcertaba. Allí, en su pequeño paraíso, vivió una existencia primordial hasta que, ya cerca de los 90, abandonó su puesto por razones de salud y seguridad. Sin embargo, siempre volvía al cerro. No podía estar demasiado lejos del verde. Ni demasiado cerca del asfalto. La mareaba la vida agitada; le dolía nuestra sociedad preocupada por el consumo. Y así, añorando su puesto en la cumbre, murió la Nina. Fue el gesto final de una vida que mucho antes de la muerte había entrado en la órbita casi ultraterrena de los que, sin dejarse ver demasiado, tocan, recitan y cantan en la memoria colectiva. Como lo dijo Osvaldo "Chichí" Costello en su célebre poema: "Nina Velardez, tu corazón es el monte". Allá, está ahora, en la cima del cerro, cebando mates con leche de cabra y amasando pan casero. Ahí espera como siempre, de pie y alerta en su puesto de guardiana.

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