Descubrí el mundo secreto del parque Percy Hill

Descubrí el mundo secreto del parque Percy Hill

Ubicado en el corazón de la Ciudad Jardín, este pedacito de edén esconde misterios que convierten una simple caminata en una experiencia inolvidable. El aljibe, el "Monte de las cocinas" y las siestas de Belgrano a la sombra de los laureles.

 MISTERIO. El sendero tapizado de hojarasca, el inicio de un viaje arcano. MISTERIO. El sendero tapizado de hojarasca, el inicio de un viaje arcano.
Nos han hecho creer que el tiempo es irremediable. Que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Que todo trazo es definitivo. Sin embargo, el destino nos brinda a veces la posibilidad de experimentar lo que los místicos llaman "momentos mágicos". Es decir: esos instantes en los que el tiempo pierde todas sus dimensiones.

El parque Percy Hill ofrece, casi sin excusas, la posibilidad de vivir uno de esos momentos mágicos. Sí, porque adentrarse en su follaje, recorrer sus senderos una mañana soleada, dejarse invadir por esa paz que huele a savia fresca, es una experiencia inolvidable. ¡Y vaya si vale la pena vivirla!

Hagamos la prueba. Elijamos un día por la mañana y llevemos a los chicos en una travesía fuera del tiempo por el Percy Hill. Veremos -así, a la que te criaste, como diría Cortázar- que esa magia empieza apenas atravesamos el portón de entrada. Allí, un enorme cartel enseña, con un simple mapa, los senderos internos, y destaca la información necesaria -pero no abrumadora- de las 21 especies forestales que conviven en el parque. Del otro lado, hay una biografía de Percival Hill, el empresario que donó las tierras. Y, hacia la izquierda, una fuente primorosa le da un toque onírico al paisaje: al verla, uno tiene la sensación de estar en medio del jardín de la Reina Blanca de "Alicia a través del espejo".

Con casi una hectárea de bosque, el Percy Hill constituye el último reducto de la selva en las planicies del pedemonte tucumano. Es, por decirlo de alguna manera, una burbuja verde en medio de la Ciudad Jardín. Apenas iniciamos el recorrido por el sendero principal, comprobamos que Albert Einstein tenía razón: el tiempo es relativo. Tanto, que a medida que caminamos por esa frondosidad seductora, la realidad se va anulando de a poco. No dejan huellas nuestros pies. Los automóviles en las calles, el bramido de los ómnibus, las melodías que salen de las casas vecinas... todo el barullo del mundo se queda afuera de este sitio donde sólo abunda lo esencial. El canto de los gorriones y el murmullo casi secreto de los árboles, nos invitan a descifrar los arcanos de este bosque tan nuestro y tan poco visitado. De vez en cuando las hojas se desprenden y caen irremediables, como lágrimas que llora la floresta. Dan ganas de preguntarle al nogal: ¿te duele la vida?

Las cocinas y el aljibe
"En el predio hay 21 especies de árboles. La mayoría son nativos, pero también hay algunos que fueron introducidos por el hombre. Por ejemplo, aquí hay un ombú, que es una especie muy asociada a las actividades humanas. Aunque, en general, podemos decir que este parque es una pequeña muestra de lo que era el bosque nativo de Yerba Buena, antes de su urbanización", cuenta Rodrigo Ordóñez, de la Fundación Pro Yungas, una de las cuatro entidades encargadas de proteger este pequeño edén.

Antes de ser donado al municipio para la creación del parque, los antiguos pobladores de la zona conocían al Percy Hill como "El monte de las cocinas". Ordóñez explica con un poco de historia las razones de este singular nombre: "hacia 1900 los obreros del ingenio El Manantial llegaban a este lugar cargando cocinas de hierro a leña y armaban sus campamentos para comer, bajo la copa amable de los laureles. Era una rutina que se volvió casi como una fábula".

Aunque tal vez eso que cuenta Ordóñez sea más que una simple leyenda urbana, porque mientras avanzamos por el camino principal, nos topamos de golpe con una formación circular, hecha de ladrillos antiguos. Parece una reliquia tapizada de musgo (briofitas) que lleva allí más de lo que uno podría imaginar. "En realidad esto es un viejo aljibe, de donde, según suponemos, los trabajadores sacaban agua. Porque esta zona era famosa por su agua", razona Ordóñez. Y explica: "nuestra intención es poner en valor estas ruinas y reconstruir el aljibe, con algunos agregados como bancos para descansar o leer y pequeños merenderos. Todo sin agredir al bosque".

El descanso del prócer
Pero si de mitos se trata, no se puede obviar aquel que sostiene que el pequeño bosque del Percy Hill también sirvió de amparo a los soldados del ejército libertador. Algo que aquí, parados debajo de los indescifrables tarcos, tampoco suena tan descabellado. De hecho, mientras se avanza por el sendero uno hasta puede imaginarse a Manuel Belgrano y a sus generales tomando una siesta refrescante a la sombra de los arrayanes, mientras los caballos abrevan del brocal. Para ellos, que estaban a las puertas de una batalla crucial, este pequeño bosque debió haber sido una suerte de vergel en medio del infierno.

De duendes y lunas llenas
Pero, a decir verdad, cualquier leyenda podría cobrar vida entre la hojarasca de este parque, donde reina el pacará y los laureles se enlazan en abrazos fraternos con los naranjillos. A los vecinos les gusta pensar que a la siesta los duendes hacen de las suyas entre los troncos caídos y las raíces desvanecidas. O que los árboles de esta selva se mueven en sentido contrario a las agujas del reloj cada solsticio de primavera. Incluso hay quienes afirman haber visto a la luna llena enredarse en la copa insomne del cebil colorado, justo encima del aljibe circular... Y tal vez sea cierto; todo es posible en sitios como éste, repletos de historias y enigmas.

A propósito: una característica de este bosque son las plantas epífitas y las lianas, que le otorgan al paisaje una apariencia aún más sombría y melancólica. "Este predio es ideal para que los chicos tomen un primer contacto con el bosque nativo. Además hay mucha seguridad ya que está completamente cerrado", dice Ordóñez.

Del sendero principal también se desprenden pequeñas calzadas de tierra, que tienen sus propias características. Así, por ejemplo, están el camino de las flores, el sendero de los helechos o el camino del laurel. Cada tanto hay pequeños carteles con las características de las especies. "Son elementos interpretativos que ayudan a conocer más sobre estos árboles", insiste Ordóñez.

Después de un recorrido prodigioso, la senda nos devuelve al punto de partida, como en un círculo a tono con la vida. El tiempo empieza a girar de nuevo. La calle está a pocos metros y, tal vez por eso, el bosque se queda atrás como amarrado por sus propias lianas. Da pena dejarlo. Tiene -eso es seguro- muchos más enigmas guardados en su matriz. Y aunque tal vez no nos corresponda a nosotros conocerlos a todos, el Percy Hill igualmente espera nuestra visita. Está ahí para que vayamos cada vez que necesitemos un poco de sosiego. A lo mejor, quién sabe, si agudizamos nuestros sentidos, hasta podamos volver a ser niños otra vez, entre los troncos erizados y los caprichosos senderos que se bifurcan en su espesura primordial.

Comentarios