Calidez de misa de barrio en El Vaticano

Calidez de misa de barrio en El Vaticano

Cuando el Papa llegó a la Plaza de San Pedro la multitud de fieles, estimada en 200.000 personas, estalló de emoción. Por José Nazaro, enviado especial de LA GACETA a Roma.

EN SAN PEDRO. Cardenales, jefes de Estado de todo el mundo y miembros de la realeza europea, en la asunción del Papa Francisco.  FOTOS DE REUTERS EN SAN PEDRO. Cardenales, jefes de Estado de todo el mundo y miembros de la realeza europea, en la asunción del Papa Francisco. FOTOS DE REUTERS
El sol pellizcaba. Pero ella prefirió no sacarse el chulo de lana de tipo andino. Si bien ahora están de moda en Europa, lo suyo parece haber pasado por una cuestión de identidad, como si ese gorro fuese un símbolo de los humildes que viven en los rincones pobres América del Sur. A mediodía, María Angélica Carbajal se olvidó de las dudas que le pesaban en la valija: el viaje desde Colombia a Roma no había sido en vano. "Se nota que es el Papa del pueblo ¡Por fin tenemos un Papa de los pobres! Vine hasta acá para agradecer", se emocionó. ¿Y qué actitud de Francisco le dio esa certeza? La misma que derritió a los cientos de miles de personas: su sencillez. Ayer, el Pontífice argentino logró algo que parecía imposible. Con palabras y gestos simples transformó la solemnidad distante de El Vaticano en la calidez de una misa de parroquia de barrio.

Todo fue así desde el principio de la celebración litúrgica con la que asumió el papado y la jefatura de Estado del Vaticano (más sencilla y corta que las habituales para estas ocasiones). Cuando las campanas de la basílica de San Pedro comenzaron a tañer y las pantallas gigantes mostraron que el Papamóvil estaba cerca, la locura se desató en la plaza de San Pedro. Entonces, el nuevo líder espiritual de 1.200 millones de católicos hizo de las suyas (desde que resultó electo viene demostrando que al protocolo lo respeta, pero hasta ahí no más): ordenó detener el vehículo, descendió, se metió entre la multitud y abrazó a un discapacitado que estaba junto a las vallas. Es probable que con esa actitud se haya terminado de comprar a las almas que todavía estaban indecisas.

"Me impactó mucho que haya parado para saludar a un enfermo. Eso demuestra que para este Papa no somos un montón de personas, sino que somos individuos ¿Viste cómo nos miraba cuando pasó por acá? Nos miraba a uno por uno", aseguró Robinson García, religioso colombiano de los Legionarios de Cristo.

Las pantallas gigantes mostraron el momento en el que fue a venerar la tumba de San Pedro (está dentro de la basílica) y la primera lluvia de aplausos que sacudió la misa ocurrió cuando recibió el palio y el anillo del Pescador, símbolos del Pontificado. "No tengo dudas, este Papa está cambiando a mucha gente, va a acercar personas a la Iglesia. Estoy lleno de esperanza", se ilusionó Mariano Echeverri, un argentino que vive en Alemania y que viajó a Roma exclusivamente para ver al Papa del fin del mundo.

La homilía golpeó fuerte a los más de 200.000 fieles que colmaron la plaza de San Pedro y la vía de la Conciliazione, según cálculos de la agencia Reuters. Quizás por la televisión no se lo pudo observar, pero en la Plaza se produjeron todo tipo de reacciones: unos se emocionaron, otros tomaron nota de cada frase (como si fueran periodistas, pero sin serlo) y hasta algunos hicieron de traductores para que entiendan aquellos que no hablaban italiano.

"Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal", arrancó Francisco. La figura de este santo, a quien destacó como custodio de la Virgen y de Jesús, atravesó todo la homilía. "Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos custodios de la creación, del designio de Dios inscripto en la naturaleza; guardianes del otro, del medio ambiente. No dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro", instó ante las delegaciones oficiales de 132 países (entre ellos, la Argentina, encabezada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner).

Mientras hablaba, el silencio en la plaza se hizo tan concreto como una pared. Y la claridad del mensaje sorprendió. ("Me emociona la sencillez con la que habla, sin conceptos difíciles de entender; no parece Papa, sino una persona cercana", se impactó la argentina Fernanda Beattie.)

Casi al final definió el rol de servidor que debe caracterizar al Pontífice y renovó su compromiso con los pobres: "Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los más débiles". Por último, volvió a pedir que recen por él.

Sor Elisabeth Fernández conoce bastante bien al nuevo Papa. Ella es de Laferrére, una zona pobre y conflictiva del Gran Buenos Aires, de esas por las que siempre se interesó el ex arzobispo de Buenos Aires y, a pesar de que vive en Roma desde hace ocho años, en el pasado tuvo trato con él. "No creas que la sencillez es algo de ahora; siempre fue así", advirtió.

Pero la discusión sobre si la personalidad del Papa fue la misma o cambió no le interesa a la peruana María Rosa Vilcapoma; ella dijo que sólo quiere mirar hacia adelante. "Me voy llena de fortaleza porque sé que estamos en buenas manos", lanzó con la mirada puesta en el frente imponente de la Basílica; en ese momento, junto al altar ya no había nadie. "Este Papa nos devolvió la fe", concluyó.

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