"El padre se lo echó al cuello y se puso a besarlo"

"El padre se lo echó al cuello y se puso a besarlo"

10 Marzo 2013
¡Qué poco conocemos los hombres a Dios! Y todavía nos atrevemos a preguntar: "Dios ¿dónde estás?", cuando saboreamos el dolor, la ingratitud, la indiferencia, la frialdad, o cuando vemos la crueldad de un atentado que clama al cielo.

¿Es realmente un Dios Padre quien está detrás de todo este caos? ¿Existe un rostro genuino de Dios? Si es así: ¿dónde encontrarlo? Es la pregunta de los hombres a los que nos toca vivir en las mayores encrucijadas de la historia.

El Evangelio de este domingo nos ayuda a conocer el rostro verdadero de Dios por medio de la parábola del hijo pródigo. Hagamos el esfuerzo, con la ayuda de la gracia, para conocerlo, porque para esto ha venido el Hijo. La Parábola del hijo pródigo es quizá la más emotiva y hermosa de todas las que nos presenta Jesús en el Evangelio. El destino y la esencia de los dos hijos sirven únicamente para revelar el corazón del Padre. Nunca describió Jesús al Padre Celeste de una manera más viva, clara e impresionante que aquí.

Ahora bien, en la vida espiritual, ¿consideramos esta realidad? ¿O nuestra relación es con un Dios desconocido que está tan lejos que nada tiene que ver con nosotros?

Dejémonos ahora iluminar por el Evangelio.

Lo admirable comienza con el primer gesto del padre que accede al ruego de su hijo menor y le da la parte de la herencia que le corresponde. Para nosotros esta parte de la herencia divina es que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, hemos recibido la libertad, la capacidad de elegir, de amar, de entregarnos sin esperar nada a cambio. Que nosotros rechacemos esta fortuna no es interesante en el fondo; lo que sí realmente importa es la actitud del padre que ha esperado a su hijo y le da una desmesurada bienvenida, ordenando que le pongan el mejor traje, después de cubrirlo de besos y celebrar un banquete en su honor.

¿Quién es el hijo pródigo? ¿A quién representa? Nos lo dice Juan Pablo II: "Aquel hijo que recibe del padre la parte del patrimonio que le corresponde y abandona la casa para malgastarla en un país lejano, 'viviendo lujuriosamente', es en cierto sentido el hombre de todos los tiempos, comenzando por aquel que primeramente perdió la herencia de la gracia y de la justicia original. La analogía de este punto es muy amplia. La parábola toca indirectamente toda clase de rupturas de la alianza de amor, toda pérdida de la gracia, todo pecado". En el hijo pródigo, entonces, estamos representados tú, yo y todos los hombres.

Reflexionemos

¿No será tiempo de dejarnos de tantas consideraciones y empezar a saborear la filiación divina? El mundo de hoy está enfermo porque no sabe gustar la misericordia de Dios. Porque nos comportamos como el otro personaje de la parábola: el hijo mayor, que no entiende de misericordia ni de perdón.

¿No seremos nosotros también este otro hijo, además del de la parábola? Lo somos cada vez que nos sentimos justos y que Dios está obligado a reconocer nuestro buen comportamiento.

Necesitamos convertirnos -dejar de ser el hijo mayor, egoísta, y ser como el hijo pródigo en su arrepentimiento- para regresar a Dios y así saber quién es Dios, porque en el fondo de nuestro corazón, muchos todavía no hemos descubierto el Dios "rico en misericordia".

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