El Verbo estuvo siempre
Fue el año pasado, en un encuentro del Movimiento de los Focolares en Buenos Aires, cuando conocí a Margarita Ramírez, una mujer sencilla y devota oriunda de Lampacito (Santa María, Catamarca). Ella me contó una historia que quiero compartir con ustedes:

"En tiempos de mi antepasados aborígenes, antes de la colonización, el Verbo ya estaba encarnado allí. Yo creo que era así porque mis abuelos me contaban que desde tiempo inmemorial existía la tradición de pasarse de familia en familia un huesito que se ponía a hervir en la sopa para que a nadie le falten las vitaminas. Se lo llamaba el 'huesito gustador'. Representaba el amor al hermano, el compartir el alimento. No hay duda de que en tiempos de los diaguitas calchaquíes ya estaba ese espíritu", dijo esta focolarina y gran tejedora de tapices.

Margarita también afirma que de alguna manera los antiguos descendientes del imperio Inca conocían a la Virgen María. Rescata de la tradición que los pobladores decían que habían visto a una señora chiquita de cabellos plateados, a la que le empezaron a decir la 'madrecita'. Aún hoy dice que la invocan cuando dejan una piedra en alguna apacheta. "La Madre estuvo aquí. Ella se les aparecía hace 500 años", asegura.

Quizás por eso, al aborigen de América no le costó aceptar la religión católica. A pesar de la imposición española, que levantó las nuevas iglesias encima de los templos andinos, como ocurrió en el Perú. El aborigen supo asimilar las nuevas imágenes a las que ya traía consigo de su historia milenaria.

Será por eso, dice Margarita, que prendió tan rápido el amor del Evangelio. Lampacito fue uno de los lugares donde surgió el movimiento focolar en la Argentina, recién traído de Italia por el padre Antonio Priori. Eso ocurre cuando la semilla del Evangelio cae en tierra fértil.

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