En el escenario, el pueblo ríe y llora de verdad

En el escenario, el pueblo ríe y llora de verdad

"El Mensaje de Lourdes" celebró sus 15 años en escena con récord de espectadores

CANSANCIO Y DOLOR. Bernardita recibe el consuelo de su madre al ser encarcelada por el comisario. LA GACETA / FOTOS DE MARIA SILVIA GRANARA CANSANCIO Y DOLOR. Bernardita recibe el consuelo de su madre al ser encarcelada por el comisario. LA GACETA / FOTOS DE MARIA SILVIA GRANARA
Cada año, unos 300 actores se reencuentran en el escenario multitudinario de "El milagro de Lourdes". Arriba, a un costado de la ruta, mientras esperan el momento de salir a escena vestidos con los trajes típicos del Lourdes de 1858, los saludos y los besos a las apuradas, no cesan. "¡Eh! ¡Cómo has crecido!", se escucha. ¡Mirá, ¿te acordás de mi panza?", enseña una mujer a su beba de cinco meses que luce una pequeña cofia. A todos les brillan los ojos en la oscuridad, mientras en el inmenso predio apenas se dibuja la silueta de 20.000 espectadores.

"¡Ahora!", anuncia alguien, y sale "el pueblo" a caminar por la ruta para mostrar una estampa de la vida que rodeaba a Bernardita Soubirous: las damas, con sus largos vestidos, los caballeros con bastones y galeras, las niñas con canastos con flores y las mujeres del pueblo (ahí venía yo, porque me invitaron a cronicar la obra desde el escenario y no desde el público, como es habitual). Las niñas avanzaban saltando, mientras las señoritas reían nerviosas y presumidas. Los saludos que comenzaron en las tinieblas se extendieron con exagerados ademanes.

"¡Hacía años que no veía tanta gente actuar! Muchos se vinieron sin ensayar", comenta Elena, una "paisana" del Grupo Lourdes, que tenía por misión conducirme en mi insólito debut escénico y, a la vez, evitarme el papelón de caer en terreno farragoso, en plena oscuridad y de estreno con mis alpargatas y mi pollera larga.

En medio del desfile de personajes, Elena Erazo, una abuela de San Pedro de Colalao, arrastraba de la mano a sus dos nietos y a una sobrina. Participa desde hace 12 años. "Mi nieto Juan Ruiz tenía cinco años cuando lo traje. Lo habían operado tres veces del brazo y no sanaba. Hasta que le prometí a la Virgen que si quedaba bien, lo iba a traer todos los años", cuenta emocionada.

¿Por qué había tanta gente? ¿Será por los 15 años que cumplió la obra el sábado? ¿O por la presencia del obispo emérito de Lourdes, monseñor Jacques Perrier, que vino especialmente para ver la representación, además de nuestro arzobispo?

Lo cierto es que el sábado, mientras la capital se cocinaba a fuego lento, en San Pedro de Colalao una lluvia torrencial hacía descender la temperatura varios grados. A la noche todos miraban el espectáculo con abrigos y paraguas, porque además, de vez en cuando se largaba una lluvia bastante copiosa y fría.

Mientras Bernardita recibía los mensajes frente a la Fuente de los Milagros, el resto de los actores contemplaba la escena de rodillas. Una mamá "de verdad" con todos sus hijitos vestidos de "pueblo" sacaba de su canasta varias camperas para todos. "¿Alguien más tiene frío?" ofrecía en voz baja. Otra, siempre inclinada, escarbaba dentro de su bolso en busca de un paquete de galletas "Ópera" que comenzó a repartir entre varias manitos hambrientas.

Sólo cuando comenzó la escena de los milagros, el frío y el hambre también desaparecieron. Los chicos levantaban sus brazos al grito de "¡Milagro!" con tanta alegría como si de verdad estuviera ocurriendo.

Al final, después de la escena en que el pueblo ayuda a construir la Iglesia Universal, se van encendiendo las velas una a una, no sólo en el escenario, sino en toda la inmensidad del predio. Ya no hay diferencia entre pueblo y actores. El mensaje de corazón a corazón está dado. En las caras de todos las lágrimas se mezclan con las gotas de lluvia. ¡Hasta el cielo está emocionado! El obispo Perrier también lo está. Abraza a Silvia de Pérez, la autora del guión y solo tiene una palabra para decirle: "merci..."

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