Cruzada contra la barbarie

Cruzada contra la barbarie

En "Historia del guerrero y de la cautiva" Jorge Luis Borges describe el derrotero de un soldado bárbaro del siglo VII que llega a Ravena con el objetivo de destruirla. Sin embargo, cuando descubre la belleza de la ciudad queda deslumbrado ante esa maquinaria compleja hecha de estatuas, templos y jardines -en cuyo diseño adivina una inteligencia superior-, y decide cambiar de bando para morir en su defensa. Qué bueno sería pensar que el bárbaro no se equivocó en su decisión y que aún hay inteligencia para alejar a cualquier ciudad de la barbarie más desoladora. Una barbarie similar a la que los tucumanos vivimos ayer, en vísperas de la Navidad y que sólo ratifica lo que ya se sabe: nuestro civismo está en crisis. Una crisis que no es nueva, por cierto. De hecho, hace tiempo que Tucumán dejó de ser esa provincia benévola, en la que los peatones convivían en armonía con los automovilistas, los ciclistas desandaban las calles con total tranquilidad y los ómnibus, taxis y motos circulaban con más respeto que insultos. Hoy, en las calles se vive un estado tal de crispación y violencia que cualquier místico diría sin lugar a dudas que ha llegado el fin de la historia. Sin embargo, como en el cuento borgeano, lo divino se adivina en nuestras calles. Y, por eso mismo, vale la pena hacer el esfuerzo de recuperar la cordura y vivir en la ciudad como si fuera una extensión de nuestro propio hogar. Esa sea tal vez la mejor manera de salvarla de la barbarie.

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