"Muchas veces hablamos para descubrir qué pensamos"

"Muchas veces hablamos para descubrir qué pensamos"

El ganador del Premio Alfaguara 2009, heredero de la literatura del siglo XXI según Bolaño, cuenta cómo ha lidiado con las fronteras geográficas, lingüísticas y literarias. "Con los géneros literarios me pasa como con los países: cuanto más fronterizo, más en casa me siento", afirma el autor de Hablar solos.

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09 Diciembre 2012

Por Eugenia Flores de Molinillo

Para LA GACETA - Tucumán

Leer Hablar solos (editorial Alfaguara, 2012) y enterarse de que el autor es un argentino (1977) radicado en Granada, España, y que ya tiene publicados varios libros de poesía y de ficción, causa una sensación de "¿dónde estaba yo, que llegué tarde a la fiesta?". No le faltan avales. "Tocado por la gracia. La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre", dijo el talentoso Roberto Bolaño.

Hay frescura y una chispeante claridad en el discurso literario de este treintañero, que se va acomodando con tonalidades flexibles a los diversos momentos narrativos y, en el caso de esta novela, a la idiosincrasia de cada uno de los tres narradores -madre, padre e hijo de 10 años- que alternan sus voces durante el último tramo de la enfermedad del padre. El título mismo del relato -o los relatos, si se quiere- ya alude a uno de los ejes temáticos que organizan la novela: la intransferibilidad de la experiencia como disparadora de tantas soledades íntimas que nos agitan y nos constituyen.

En una entrevista televisiva, Neuman mencionó La muerte de Iván Illich, de Tolstoi, como paradigma del relato de una dolencia terminal, señalando que este tipo de ficción suele centrarse en el enfermo mismo, por lo que quiso resaltar las peripecias del entorno familiar: desde el momento en que Mario decide hacer un viaje final, en auto, con su hijo, como quien cumple un ritual formato viaje para beneficio de ese hijo.

Y pasamos, pues, del staccato, aliñado con el vocabulario cibernético de Lito, el niño, a un andante emotivo con el largo repertorio de lecturas de Elena, su madre, docente de literatura, y el adagio de la serena aceptación de Mario, el padre. La narración polifónica con la que Faulkner trabajara en el siglo XX, pasa al XXI, aligerada pero eficaz, revelando mundos interiores acechados en este caso por la realidad final. Los recuerdos, las culpas, los deseos, todo se resignifica, se redimensiona. Y para los que quedan, solo el duelo completará la tarea de reencontrarse a sí mismos. Decía el inefable Holden Caulfield de J.D. Salinger que cuando un libro le gustaba sentía un intenso deseo de hablar con el autor. Afortunadamente, la tecnología nos permite hacerlo, en esta entrevista transoceánica.

- Habiendo dejado la Argentina en tu adolescencia, ¿podés percibir cuál ha sido el aporte de aquellos años para que llegues a ser el profesional de la escritura que sos ahora?

- Antes que nada, me gustaría dudar un poco de mi profesionalidad. Por muchos libros que haya publicado, sigo sintiendo que cada uno es un comienzo, un ejercicio de duda y aprendizaje. El peso de mi memoria argentina es grande. No solamente representa una infancia, evocada en diferentes textos. También es una educación familiar y una historia heredada. Durante mi adolescencia tenía la sensación de estar viviendo, y escribiendo, en dos países a la vez. En el hogar, con mis padres, estábamos en Argentina. Y al salir a la calle, aparecía España. La frontera era la puerta de mi casa.

- Tengo entendido que en una de tus novelas la variedad dialectal del idioma español tiene un papel fundamental. ¿Es así?

- Al haber hecho la escuela en ambos países, sus dialectos me resultan propios y, en cierta forma, raros. Hablando con mis compañeros de la secundaria, me tocó reaprender mi idioma materno como si fuese extranjero. Dudaba de cada palabra, y eso me provocó un acercamiento diagonal a la escritura, una especie de tensión permanente. Eso fue generando distintos procedimientos narrativos. Por ejemplo, utilizar ambos dialectos en paralelo (en Bariloche o Una vez Argentina), o inventar lugares fronterizos en los que no se sepa muy bien dónde están quienes hablan (El viajero del siglo o Hablar solos). Lo que ahora me costaría es elegir un dialecto y excluir otro. Sería como una amputación.

- Tu mirada a la realidad, tal como aparece mediada por tus personajes, es profundamente humana. ¿Ves a esos personajes como voceros de tus ideas o les das libertad para que se desarrollen con cierta autonomía?

- Muchas veces hablamos para descubrir qué pensamos. Y ese es el gran poder de la palabra, que no sólo refleja ideas o emociones, sino que también las crea. Igualmente, cuando trabajo con los personajes me gusta repartirme entre ellos, para generar una especie de discusión dentro de mi propia persona. Pienso que, cuando se obliga a un personaje a reflejar a su autor, los demás tienden a perder fuerza.

- Horacio Quiroga hablaba de la necesidad de tener un maestro, un modelo de escritor que marque un rumbo. ¿Hay escritores que te hayan marcado rumbos en algún sentido?

- El poeta Gil de Biedma solía decir que a las influencias no hay que nombrarlas, sino merecerlas. Desde ese punto de vista, ¿qué derecho tendría yo a invocar a Goethe, Rilke, Virginia Woolf o César Vallejo? Lo que sí tuve fue un maestro en persona: José Viñals, gran y olvidado poeta argentino exiliado en España, que en mis inicios tuvo la paciencia de corregir mis garabatos. Eso sí, se vengaba sirviéndome coñac a la hora del desayuno. - En relación con Hablar solos, y tal vez en un sentido que pueda aplicarse a toda tu obra, ¿qué te sugiere la palabra "trascendencia"?

- Me sugiere un desafío, pero también un peligro. Si a la palabra trascendencia la despojamos de su sentido más sacralizante, y la referimos sobre todo a la conciencia de la muerte y la emoción de lo fugaz, entonces me atraería. Pero si esa palabra nos remite a los discursos pretenciosos y al lenguaje recargado, entonces preferiría no hacerlo, como el austero Bartleby.

- He leído poemas tuyos en Internet, y me encantaron... una mezcla de alegría y revelación. ¿Qué lugar ocupa la poesía en tu producción actual?

- Con los géneros literarios me pasa como con los países: cuanto más fronterizo, más en casa me siento. Suelo escribir poemas y narrativa al mismo tiempo. Pasar de un territorio a otro me refresca, como si el lenguaje agradeciese esos cambios. Sigo escribiendo poesía, y el año pasado tuve la alegría de publicar por primera vez un libro de poemas en mi Argentina natal: No sé por qué, en Ediciones del Dock.

- ¿Qué significó en tu vida y en tu producción obtener el Premio Alfaguara (2009)?

- En mi vida personal, el premio supuso unas cuantas valijas, un dinero que le entregué a mi banco a cambio de mi casa y, sobre todo, el encuentro con lectores más generosos de lo que nunca había imaginado. En mi escritura, por suerte, siento que no influyó. Acaso pudo traerme un poco más de miedo, que también es un motor para exigirse.

© LA GACETA

PERFIL

Andrés Neuman nació en 1977, en Buenos Aires. Hijo de músicos argentinos emigrados, terminó de criarse en Granada, en cuya universidad fue profesor de literatura hispanoamericana. Fue seleccionado por el Hay Festival como uno de los nuevos autores más destacados de Latinoamérica; y por la revista británica Granta como uno de los 22 mejores narradores jóvenes en español. Publicó su primera novela, Bariloche, a los 22 años. El libro fue finalista del Premio Herralde y fue elegido entre las revelaciones del año por El Cultural, de España. Con El viajero del siglo ganó el Premio Alfaguara 2009 y el Premio de la Crítica de España. Traducida a 11 lenguas, la novela fue votada como una las cinco mejores del año por los críticos de los diarios El País y El Mundo. También fue finalista del Rómulo Gallegos, el mayor galardón de las letras latinoamericanas.

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