Que los hay, los hay

Que los hay, los hay

Mitos o leyendas, quienes cuidan los estadios del fútbol tucumano aseguran no estar solos. Algunos, incluso, dicen que estuvieron frente a frente con el Duende, vieron fantasmas, sombras y hasta sintieron haber sido perseguidos. En esta primera entrega, LG Deportiva te cuenta qué pasa de noche en Atlético y en Central Norte

Que los hay, los hay
Es momento de no hablar sino de escuchar. Marcelo Florio es el primero de los entrevistados en esta visita curiosa a los estadios del fútbol tucumano. La pregunta es simple y hasta suena ficticia, pero pronto la realidad que describen los protagonistas la convierte en real; en creíble pese a lo increíble que suenan algunas anécdotas. El miedo recorre cada frase de la parla de Florio, un miedo controlado y ajusticiado por el paso del tiempo en Central Norte. Marcelo pasó ya los 40 y casi 28 los vivió en la casa del "cuervo", entre trabajo y afinidad por esos colores.

"Soy el que abre y cierra las puertas del boliche", aclara antes de prender uno de los dos cigarrillos que fumará en menos de 20 minutos. Su calma se altera a medida que se adentra en temas congelados por el inconsciente. "Sí vi cosas acá; sí, muchas". Cosas, dice Marcelo. Cosas.

"Pero te acostumbrás", razona como pidiendo calma y acentuando que el peligro viene de los vivos y no de los muertos ni de lo sobrenatural. "He visto un enanito en el vestuario aquel", señala el de calle Marcos Paz. "Era chiquito, de ojos saltones grandes y negros; mechudo y vestido como con ropa desgarrada", respira Florio y hace una pitada entusiasta en su tabaco. "Tenía un pantaloncito oscuro, de arriba era rojito. Y se reía". Otra seca. "En ese tiempo yo era el utilero, entonces tenía que dejar todo limpio para el día siguiente. Eran las siete de la tarde, las siete de invierno, o sea era casi de noche. Yo estaba escobeando y limpiando el piso cuando levanto la mirada, porque sentía que había algo, y veo que en la entrada el tipito sacaba la cabecita y se escondía. Hasta la médula me espanté. Para colmo, yo tenía que salir por ahí. Si vas al vestuario vas a ver que es una entrada recta y después tenés una curva. Había que encararlo". ¿Y cómo hiciste?, le pregunto. "Mi abuela me decía: 'si te llega aparecer el Duende, nunca corras; rezá un padrenuestro y encaralo que solo se va'. Eso hice. Seguí haraganenando y rezando. Levanté la cabeza y no lo vi en la puerta... Porque el tipito se había puesto justo a la par mío, a menos de un metro en un piletón perpendicular a mí. Volví a encararlo y cruzó las paredes. Las traspasó. Nunca más volví a verlo", asegura Marcelo y muestra su piel de gallina.

Esa no fue la única que le tocó pasar. Hay más. "Hasta el día de hoy, después de que apago las luces del tinglado, cerca de la medianoche siento como la pelota de básquet empieza a botar. Sentís el ruido de los piques". Chan.

"Según recuerdo, un chico falleció hace muchos años. Se trepó por la estructura para arreglar el aro, o algo así, y cayó de frente", le agrega datos a la historia.

Florio no está solo en esta. "Mi mujer vio un par de veces una sombra en el salón del tinglado. Es normal", aclara, y jura: "Que los hay, los hay; pero tampoco es que sea miedoso. Ya las viví y respeto lo que me pasó. Si me pedís que dé una vuelta a la cancha de noche, lo hago sin drama. Estoy acostumbrado a eso y a los silbidos". ¿A los queeeeeeeé?

"A la altura del cartel de Pedro Martínez (en el medio de la popular de Paso de Los Andes), un hincha falleció de un paro cardíaco ahí. Se jugaba el Torneo del Interior, le ganábamos 3 a 0 a Talleres de Perico (Jujuy) pero perdimos 4-3. El tipo se infartó y, al parecer, la ambulancia ya le lo había llevado muerto. A veces por la noche te silban. Y sentís que te silban fuerte, siempre desde el mismo lugar. Es creer o reventar", intenta razonar Marcelo antes del último pucho, que será devorado.

"Mi hermano Martín también trabajó acá, pero renunció no sé bien por qué a los meses", revela Marcelo. Para los sugestivos, el motivo estará a la vista.

"Antes no existía esa entrada, la que está pegadita casi en Santa Fe y Juan José Paso. El codo era todo derecho y salías por Paso de Los Andes. Había terminado un partido de domingo por la tarde. El portón de la esquina de Paso estaba abierto y Mónaco, el canchero de aquel entonces, lo ve y lo manda a mi hermano a cerrarlo. Cuando iba caminando, le pide: 'decile a ese que se baje porque estamos por cerrar'. Era una persona sentada en la tribuna. Mi hermano se arrima y le dice: 'maestro, maestro, baje porque estamos por cerrar el portón. El tipo no le daba bola, hasta que se arrima y lo mira de frente. Era una calavera". Fin.

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