"Con este sol"
11 Noviembre 2012
Este es el romance del Aniceto y La Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…

Este fue el título de la película que me hizo conocer a Leonardo Favio. Por una cosa o por la otra, en aquellos años no vi Crónica de un niño solo. Lo hice después. Debe de ser porque, excepto la inolvidable Juegos prohibidos, no soy muy proclive a historias que narran los infortunios de la infancia, infortunios materiales que devendrán en reformatorios, en crímenes, en cárceles y en miserias de todo tipo.

Tampoco en oportunidad de su estreno vi Los 400 golpes, de Truffaut. Carencia de sensibilidad, dirán algunos, exceso de sensibilidad, argüirán los de más allá. Ni lo uno ni lo otro. Simplemente no las vi en aquella época. Creo que compensé mi omisión años después, cuando tanto Favio como Truffaut tenían en su haber títulos más importantes de los que enorgullecerse y yo asistía a ellos con puntualidad. Crónica de un niño solo es, esencialmente, autobiográfica, y dentro de esa historia está la infancia de Favio, el abandono por parte de su padre, el delito latente, la concreción de esos delitos, módicos pero que encendían luces de advertencia, que lo llevaron a institutos de menores y que llegaron a recluirlo en una celda. No estaba físicamente solo: cuidaban de él su madre y su tía, mujeres que desarrollaban su vida laboral en el ambiente de la radiofonía.

Llegó Torre Nilsson y su casi paternal protección, llegó en consecuencia su labor como actor, donde intervino en numerosas películas del nuevo cine argentino de los años 60. No era un gran actor, aunque sí eficiente. Pero lo que Favio ansiaba era dirigir.

Ayudado por el generoso Torre Nilsson, encaró una de sus obras fundamentales: El Aniceto y la Francisca. Cuando la vi, quedé seducido por el intento de lenguaje que mostraba (se filmó en 1966, plena vigencia de la nouvelle vague) y que ubicaba a Favio no en el papel de revolucionario que quería cambiar al mundo a golpes de planos cinematográficos llenos de violencia (como creen algunos que no han visto su filmografía), sino en una posición que no difería mucho del nuevo cine argentino de los años 60, algo más metido en el interior de los personajes.

Luego, encaró la que después de años fue reconocida como su obra consagratoria, El dependiente, con la que completó su trilogía de cine intimista y encontró algo que nunca creyó que resultaría tan exitoso: su actuación como baladista. El suceso fue asombroso, nunca, nadie, argentino o extranjero, pudo superar los registros de venta de Favio en 1968.

Viajó por toda América, entonando baladas emotivas como Fuiste mía un verano y Ella ya me olvidó, que él cantaba con personalidad y cierta reciedumbre que atraían. No soy Serrat, decía, pero me gusta lo que hago. Teniendo como protagonista a sus canciones filmó algunas películas de las que mejor no acordarse pero que le aseguraban tranquilidad económica. Ya estaba en las antípodas del "niño solo" de su primera obra cinematográfica.

Cuenta la crónica que, en la triste jornada identificada como "la masacre de Ezeiza", él, que había estado a cargo de la escenografía de un acto que se presumía iba a ser festivo, en el hotel de Ezeiza, llorando y amenazando con matarse, salvó de la muerte a una docena de jóvenes pertenecientes a uno de los bandos en pugna.

Después del éxito como cantante, ya en la Argentina, se abocó a Juan Moreyra, película con la que ingresaba al color y que resultó una obra muy lograda. Es conmovedora la escena final, cuando el Sargento Chirino hiere a Moreyra (Rodolfo Bebán) y éste se asoma a un ventanuco con rejas y lleno de luz y dice tres palabras con las que se lamenta de la muerte que ya merodea: "Con este sol". Esta frase, de las más felices que se han dicho en el cine, pertenece al innegable talento de Leonardo Favio, cuyo Juan Moreyra alcanzó cifras de público solamente superadas por otra obra de él, Nazareno Cruz y el lobo. Esta última, basada en una leyenda popular argentina, se resolvía en estructuras visuales operísticas, en desbordes que muchos consideraron influencia de Fellini. Hubo críticas y alabanzas.

El 5 de noviembre murió un artista apasionado, visceral, que hizo historia en el cine, que mostró cierta incoherencia, privilegio de los talentosos, que no se envaneció con sus aciertos y no se sintió destruido por las críticas.

© LA GACETA

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