"Barack Obama permitió que le arrebataran el poder de la comunicación"

"Barack Obama permitió que le arrebataran el poder de la comunicación"

El lingüista de la Universidad de California en Berkeley analiza la dialéctica de la política de EEUU. "El progresismo debe inventar un lenguaje propio", exhorta

Bajito, barbudo, canoso y campechano. El lingüista George Lakoff (1941, Nueva Jersey, EEUU) sabe que la caridad empieza por casa y que difícilmente podría predicar sobre la necesidad de allanar el discurso si comulgase con el estereotipo del científico confinado a su laboratorio, receptáculo que, en última instancia, resulta inaccesible para el común de los mortales. Lakoff parece uno más del montón. Mas no lo es: sus estudios sobre el lenguaje han derivado en teorías muy apreciadas en Occidente acerca de la manera en que la derecha y la izquierda conceptualizan el mundo, y transmiten sus ideas a la sociedad.

Aplicada a la realidad de Estados Unidos, la tesis de Lakoff postula que los conservadores disponen del entrenamiento apropiado para hablar al público y que esta ventaja les permite establecer los marcos del debate. Por el contrario, el pensamiento progresista tiende a enroscarse en tecnicimos -a veces- ininteligibles y a adoptar la terminología que proponen sus rivales, actitud que, en definitiva, termina fortaleciéndolos. El progresismo atrapado en el discurso ajeno resigna iniciativa y protagonismo, y se condena a correr detrás de un contendiente que, por un lado, tiene piernas más largas y, por el otro, grita con mayor potencia.

La experiencia del presidente Barack Obama demostró que las elecciones se ganan venciendo ese síndrome y que una recidiva puede tirarlo todo por la borda. "Al llegar a la Casa Blanca, optó por rodearse de tecnócratas vinculados a Hillary Clinton, que lo apartaron de su electorado. Obama permitió que le arrebataran el poder de la comunicación", concluye Lakoff, autor de "No pienses en un elefante" (2007), una obra que ha influenciado a reivindicadores contemporáneos de la izquierda, incluidos el exmandatario español José Luis Rodríguez Zapatero y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Si bien las encuestas -y los últimos datos económicos- favorecen a la fórmula demócrata Obama-Joe Biden, el exsenador de Illinois no ha podido disimular el desgaste ni evitar el oxímoron de lucir deslucido respecto de la campaña de película (con final feliz) que protagonizó en 2008. Su latiguillo para esta contienda, my bet is on you ("apuesto por ti"), no ha despertado ni por asomo el entusiasmo que hace cuatro años generó el yes we can ("sí podemos"). Y, según Lakoff, el ticket republicano Mitt Romney-Paul Ryan no hizo más leña del árbol caído no por una reacción oportuna del oficialismo, sino por su torpeza intrínseca. "Gracias a Dios, Romney no es buen orador", apunta el profesor que entró a la arena de la lingüística de la mano del catedrático estadounidense Noam Chomsky, padre de la gramática generativa, y luego siguió su propio camino en el ámbito de la ciencia cognitiva.

Vínculo incomprendido
A Lakoff le disgusta el mote de gurú del pensamiento de izquierda, pero ha tenido que acostumbrarse a ese sambenito. "Me asusta que haya gente dispuesta a seguir recetas, a aferrarse a lo que alguien dice sin analizar críticamente lo dicho. Yo pretendo lo opuesto", explica en inglés durante los 44 minutos que concedió a LA GACETA antes de comenzar una nueva jornada académica en la Universidad de California en Berkeley. En ese centro de atracción de partidarios del librepensamiento y cuna del movimiento contracultural (que tanto ají aportó a la segunda parte del siglo XX), Lakoff procura propagar un hallazgo sorprendente de la época del expresidente republicano Ronald Reagan: la gente quiere y necesita que le hablen de valores, y está dispuesta a votar al que, más allá de sus convicciones íntimas, consiga satisfacer aquel deseo o necesidad del modo más sencillo y auténtico.

-¿Por qué los conservadores imponen su vocabulario a sus oponentes?

-La política depende, en gran medida, de la comunicación, pero ese vínculo no es comprendido por los sectores progresistas de EEUU. En este país y en buena parte de Occidente, los simpatizantes de la izquierda suelen estudiar ciencias políticas, economía, derecho, sociología.., es decir, todas disciplinas fundadas en un modelo racional que es completamente falso para la ciencia cognitiva. Los conservadores, en cambio, van a las escuelas de negocios o se anotan en marketing, donde aprenden cómo piensa la gente y cómo llegar a ella. Es decir, estudian la ciencia cognitiva. Los conservadores entienden el funcionamiento de la comunicación. Esta superioridad se manifiesta a diario cada vez que los progresistas se empeñan en abordar regulaciones y aspectos complejos de la burocracia desconociendo que la política, esencialmente, trata sobre moralidad. Nuestras investigaciones muestran que los ciudadanos votan de acuerdo a lo que consideran que está bien o mal, y no entienden ni tienen interés en los argumentos técnicos de los progresistas.

-¿Para vencer hay que apelar al costado emocional?

-No, simplemente hay que dominar la comunicación y comprender la cuestión moral. No se trata de que unos sean más emocionales y otros más intelectuales: los conservadores son sumamente racionales porque saben a dónde han de golpear para llamar la atención.

-La definición del adjetivo "progresista" plantea, de entrada, una gran controversia tanto adentro como afuera de la izquierda.

-Al principio ese grupo usó la palabra "liberal". Y esta subsistió hasta la Guerra de Vietnam, cuando la elite liberal integrada por John F. Kennedy, Hubert Humphrey y Lyndon Johnson apoyó la invasión contrariando la posición de la izquierda más ortodoxa. Más tarde, el neoliberalismo asociado a la globalización terminó de liquidar a la etiqueta, que casi se convirtió en un insulto. En la primera década de 2000, toda la izquierda abrazó los términos "progreso", "progresivo" y "progresismo". Esos vocablos remiten a una moralidad fundada en la empatía y en la preocupación por el prójimo...

-¿Qué tipo de democracia requiere esa concepción fraternal?

-El progresista considera que la democracia es un sistema de Gobierno donde los ciudadanos se cuidan unos a otros y ejercen sus responsabilidades civiles aplicando la ética de la excelencia; es decir, hacen lo mejor que pueden en función de las circunstancias. Este Gobierno encuentra su justificación en la protección del Estado de derecho y de bienes comunes como las rutas, las escuelas, los hospitales, la seguridad... También protege a los individuos de los desbordes de las corporaciones en un esquema donde lo privado depende de lo público y no al revés. Esta es la visión progresista de la democracia, pero los progresistas prefieren hablar sobre regulación...

-¿En qué consiste el ideal de democracia de los conservadores?

-Yo la llamo "moral del padre estricto" (strict father morality) y entraña una visión autoritaria, donde lo más importante es la responsabilidad individual. Según esa perspectiva, el Gobierno debe dejar en paz al ciudadano para que este haga lo que quiera y como quiera en el trámite de maximizar su interés personal. Esto es lo que los conservadores llaman libertad (freedom). Quizá la mayor parte de los estadounidenses se sienten a priori más atraídos por el progresismo, pero, a la hora de votar, entienden mejor el discurso de los conservadores. La izquierda no quiere aceptar que el lenguaje no es neutro y que está obligada a inventar uno propio si pretende superar a su rival.

-Usted, que descubrió la excelente oratoria de Obama en 2004, ¿puede explicar por qué la Casa Blanca erosionó ese talento?

-No hay misterio. Obama gobernó con el equipo que formó la Hillary Clinton que se veía a sí misma como candidata presidencial demócrata en 2008. El acceso a la Casa Blanca acarrea la posibilidad de nombrar a 3.000 altos funcionarios; Obama, que no había hecho las previsiones del caso, empleó a jóvenes afines a Clinton sin reparar en su experiencia y en sus credenciales. En esa redada apareció un pez con vínculos estrechos con Wall Street como Rahm Emanuel, que, como primer jefe de Gabinete, resultó un fiasco absoluto. Entre otros desaciertos, Emanuel contribuyó a aislar al presidente. El Obama que entendía intuitivamente el reto de la comunicación se dejó convencer por los tecnócratas de Clinton cuando se vio en el brete de gobernar. -¿Qué trajo ese giro?-Entre otras consecuencias, la adopción de la mirada racionalista que plantea al bienestar material como la cuestión esencial de la política. Ese discurso arrasa con lo demás: se habla sólo de dinero y no de lo que conviene a la convivencia humana. Este abordaje permite a los republicanos andar a sus anchas en el terreno de la moralidad, y, por supuesto, definir en soledad lo que está bien y lo que está mal.

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