Esplendor y decadencia de los ómnibus eléctricos

Esplendor y decadencia de los ómnibus eléctricos

Los trolebuses reinaron durante menos de una década. En tres años se instalaron tres líneas y se licitaron y habilitaron otras tres (que finalmente no se usaron). En tres meses de 1962 desaparecieron.

AL SUR. Una unidad de la línea 101 por avenida Alem primera cuadra. En la vereda, un tronco de tarco caído. LA GACETA / ARCHIVO AL SUR. Una unidad de la línea 101 por avenida Alem primera cuadra. En la vereda, un tronco de tarco caído. LA GACETA / ARCHIVO
Las gorras de los guardas, todos de saco y corbata, llaman la atención de los ocasionales transeúntes. Cuatro unidades Henschel aguardan en fila. Una brisa fresca matiza la soleada mañana del sábado 11 de agosto de 1956. Una delegación de autoridades y personal de la DPT (Dirección Provincial de Transporte) espera en la intersección del Camino del Perú y Mate de Luna. A las 9 en punto arriba el interventor federal, coronel Antonio Vieyra Spangenberg. La ceremonia, breve y sencilla, oficializa la inauguración de la línea 102 de trolebuses. A las 9.15, tras una breve inspección de la línea y del cuarteto de ómnibus eléctricos, parte el primero de ellos.

Un cohete espacial
"El vehículo aceleraba con la fuerza de un cohete espacial. Aunque por entonces -creo- esas naves no se conocían ni siquiera por las películas de ciencia ficción. Además, los conductores, supongo que para acentuar la diferencia del servicio, viajaban -al menos- a 50 km/h por la avenida. La suavidad y belleza del trolebús me tenía subyugado", destaca sobre ese día Manuel Ernesto Galíndez, por entonces de 15 años. Hoy tiene 71. 

Una forma de distracción
"Había gente -agregó- que, a falta de otro entretenimiento, subía a los troles solo por el placer de pasear sentados en un espacio limpio y luminoso. Naturalmente yo prefería los trolebuses antes que los colectivos. Tanto para ir como para volver del colegio". El 102 arrancaba en el Camino del Perú y llegaba hasta El Bajo. Roberto Mario Fernández, sobrino de un motorman de los ómnibus con tiradores, fue más pintoresco en su apreciación. "Cada viaje en trolebús -destacó- era como una incursión a otra dimensión, la del confort y la decencia de la cual no todos los tucumanos se sentían partícipes por esos años. Y acaso tampoco meritorios. Y si viajar sentados en el troley era comodísimo, viajar de pie era más que difícil. Sobre todo al principio. A mí me exigió un período de entrenamiento especial, porque tanto la aceleración como la frenada de esos vehículos eran formidables. Por lo tanto, había que afirmarse y apresurarse a encontrar un asiento antes de que la aceleración nos tumbara o aplastara las costillas contra los pasamanos de los asientos".

Derribado
"Y eso fue -añadió Fernández- precisamente lo que le sucedió a un señor de edad, en uno de esos primeros viajes. No pudo resistir la aceleración del trolebús y se fue de espaldas, golpeándose contra los soportes del asiento. El pobre quedó largo rato con la boca abierta, hasta que al fin pudo sentarse y acomodarse".

Ampliación
A menos de un año de inaugurarse la 102 se amplió el recorrido hacia el oeste. Desde el Camino del Perú hasta el pie del cerro, en Yerba Buena. Así quedó reconectada la "Ciudad Jardín" con la capital. Hasta 1929 había circulado el tranvía rural a vapor, inaugurado en 1916, con motivo del centenario de la Independencia. Este medio partía de la plaza Alberdi hasta la Ciudad Jardín.

"En realidad, el 102 desde Yerba Buena anduvo un poco más de tres o cuatro años, o quizás menos. Pero en ese tiempo era muy agradable viajar en ellos. Hasta entonces, para trasladarse hacia y desde el centro se debía recurrir a las incómodas 'bañaderas'. Eran los ómnibus cortos y lineales que había por entonces en Yerba Buena", describió Francisco "Pancho" Pedro Velasco, residente durante más de siete décadas en el municipio piedemontino.

"Además de la limpieza que mostraban en su interior y de lo cómodos que eran los asientos -continuó don Pancho-, a mí me atraía la luz roja del tablero, que se encendía y apagaba cada vez que estaban a punto de saltar las lanzas que conectaban al trole con los cables. También la misma luz alertaba cuando se abrían y se cerraban las puertas".

La tercera línea
A partir de 1958, el servicio de trolebuses en San Miguel de Tucumán sumó otra línea: la 101. El trazado también era casi rectangular, arrancaba desde la plazoleta Dorrego (avenidas Roca y Sáenz Peña), en el sureste de la ciudad y llegaba hasta el sector noroeste (avenidas Ejército del Norte y Belgrano) a una cuadra de los cuarteles.

"Los fines de semana, cuando salían o volvían de sus francos, los conscriptos monopolizaban los troley de la 101. También los bailarines eran mayoría en este recorrido, que llevaba mucha gente a divertirse en los bailes de los clubes Ferrocarril Mitre y Asociación Mitre, por nombrar algunos", recordó Luis Vicente Tolaba (69 años).

Aunque un año antes, en 1957, se había licitado la explotación de tres nuevas líneas, ninguna de ellas llegó a funcionar.

Desprestigio
Con el correr de los meses comenzaron a aparecer y a remarcarse carencias, como falta de coches, de energía eléctrica, de repuestos.

La espera del trole se volvió angustiosa. Los minutos pasaban y el atraso cada vez era mayor. La fase de desprestigio fue lapidaria para el ómnibus con tiradores. Una circunstancia que en la actualidad se repite con otros medios, como reflejo de una tortura que recobramos del pasado y que se confunde con el presente. Épocas tan caóticas como estáticas y siempre plenas de promesas no cumplidas.

"¿Por qué siempre nos quitan las cosas bellas y funcionales? El ser humano exhibe una extraña habilidad, sin una mínima lógica, para destruir lo que construye. Y más aún cuando hay grandes intereses en juego", reflexionó el otrora presidente de la Asociación Amigos del Transporte Eléctrico, Víctor Rossi.

Lo cierto es que el 2 de febrero de 1962 se suprimieron los servicios de la primera y de la última línea creada: la 103 y 101 respectivamente. La medida, adoptada por el gobierno de Celestino Gelsi, se fundamentó en la ley de privatización del transporte, aprobada por la legislatura de esa época y refrendada por el gobernador que representaba a la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente). Ese mismo día también se retiraron de circulación los ómnibus que regenteaba la ya disuelta Dirección Provincial de Transporte.

El final
El tiro de gracia se concretó el 28 de abril del mismo año, a través de un decreto firmado por el flamante gobernador de facto de la provincia, Carlos Alfredo Imbaud. El instrumento disponía la supresión del servicio de trolebuses a partir del 2 de mayo. Y entre las razones esgrimidas señalaba: "con el objeto de posibilitar su explotación privada, mediante licitación pública, para que los servicios puedan ser cumplidos con eficiencia y economía más acorde con las necesidades del público usuario".

"Me apenó tanto esta decisión... Está claro que de haberse seguido utilizando el trole habríamos avanzado en todo, incluso en reducción del consumo de electricidad. Asimismo cuenta la cantidad de petróleo que nos hubiéramos evitado comprar, y la ciudad se habría ahorrado también un montón de polución de los escapes de los ómnibus", agregó Rossi, consultor en transportes eléctricos.

Los troles fueron desguazados y vendidos. Algunos, como chatarra. Otros se convirtieron en aulas, en bibliotecas y hasta en gallineros.

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