La novela de Echanoz, recién llegada a la Argentina

La novela de Echanoz, recién llegada a la Argentina

14 Octubre 2012

NOVELA

RELÁMPAGOS

JEAN ECHENOZ

ANAGRAMA - BARCELONA

En Relámpagos, la tercera de la suite de "vidas imaginarias", Jean Echenoz despliega con prosa ágil, segura y vibrante la turbia y delirante vida de Nikola Tesla, el ingeniero austriaco que inventó la corriente alterna y que vivió, nervioso, entre las raras vibraciones del arco eléctrico. 

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La novela no es una biografía estudiosa ni una no ficción documentada y fiel. Al contrario, Echenoz le pierde el respeto a la historia. Echenoz es infiel. Y esa infidelidad es una felicidad para el lector. El libro, como los otros dos de la serie -Ravel (2007) y Correr (2010)-, sigue la curiosa estela de esa tradición que se inicia, insospechadamente, con Vidas de filósofos, de Diógenes Laercio y que continúa con Marcel Schwob, Borges (el discípulo díscolo de Schwob) y que hoy sigue, vital, con Tomás Eloy Martínez (el mejor T. E. Martínez es el de Lugar común la muerte), Luis Chitarroni y Javier Marías. 

Relámpagos es un cruce deliberado de realidad y ficción. Se podría decir que es una crónica larga, ininterrumpida, una deliciosa crónica falsa, eso que he llamado (emulando la jocosa técnica enunciativa del gran Cabrera Infante) crónica fusión, o crónica ficción, o crónica invención.

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Echenoz es un inventor, acaso como el propio Tesla, ya que en Relámpagos, Tesla se llama Gregor y ese cambio no es casual ni baladí. Al contrario, es una decisión clave a la hora de pensar las relaciones entre realidad y ficción. A propósito de este dilema, Echenoz hecha mano a su invención con más soltura en Relámpagos que en Ravel y Correr. No es que en las otras novelas no haya invención. No. Lo que sucede es que en Relámpagos, la invención es deliberada y crucial, es intensa y estructural. 

¿Quién conoce los meandros de la angustiante vida de Tesla? ¿Quién puede conocer los laberintos de la pasión de ese ingeniero que dijo escuchar las voces de los marcianos en una noche fría y lejana en los montes de Colorado Springs? Nadie. Ni siquiera el propio Tesla. Y Echenoz sabe eso. Y se aprovecha. Por eso inventa instantes nimios e hilarantes, escenas imposibles y reales, encuentros fortuitos y brillantes.

La silla eléctrica

En la novela, desfilan Mark Twain, Edison y John Pierpont Morgan (con nombre falso), el famoso empresario que lo ayudó con las finanzas en su proyecto más ambicioso y que después le soltó el brazo (como ocurre en los fríos y trágicos "biopics" de Hollywood). 

Edison no solo es el famoso inventor que compite con Tesla sino también el inhumano empresario que sacrifica todo con el objetivo de desacreditar a Tesla, de humillarlo. Por eso Edison busca probar la corriente alterna con un ser humano. Y lo hace con un despreciable condenado a muerte. El episodio, escalofriante, truculento, pone en escena los efectos de la novedosa y desconocida corriente en el cuerpo. El condenado gime con la primera prueba. Pero aún no lo mata. En la sala circula un putrefacto olor a carne quemada. Nadie soporta el olor. Con el segundo intento, los brazos del condenado lanzan chispas. Nadie ha visto eso antes. Es la primera vez. Así lo describe Echenoz. Y es una invención y el lector le cree. 

El condenado lanza chispas y el olor es cada vez más intenso. "Su copioso sudor se transforma progresivamente en sangre, una densa columna comienza a alzarse de su cabeza, y sus ojos intentan con éxito salirse de sus órbitas hasta que su defunción, certificada por un forense, no deja lugar a dudas". La novela narra la invención casual de la silla eléctrica.

La síntesis episódica y las elipsis cruciales convierten a la novela en un relato que avanza con un ritmo sostenido. Relámpagos atrapa como un thriller, como un plano secuencia interminable que puede narrar la vida de un hombre solitario y huraño, antipático y frenético, en unas pocas páginas. ¿Cuántos hoy pueden arrogarse de contar sin respiro la vida de un hombre? Pocos. Y Echenoz lo hace, como lo ha hecho en una novela corta llamada Un año.

Relámpagos cautiva y emociona con las descripciones rápidas de un hombre que logra que construyan una alta torre de hierro cerca de Long Island (con el vanidoso propósito de transmitir ondas eléctricas por todo el mundo) y que al poco tiempo el ejército ordena derribar, luego de que Gregor se entere, con desilusión, que el italiano Marconi ha inventado la radio.

Hay una escena que sintetiza el espíritu trágico, irónico y especulativo de la novela. En el inicio del ocaso, Gregor, hastiado del mundo, huraño, despreciado por sus pares, decide criar y curar palomas. Después de un tiempo, se da cuenta de que hay una paloma que prefiere. Sin pudor, Gregor advierte que se ha enamorado de ella. Como si fuera el ejemplo perfecto del ideal de Schopenhauer, Gregor y la paloma conviven como una pareja infeliz, como una extraña pareja hasta que él no puede seguir.

Solitario utópico

Como Ravel y Zápotek, los protagonistas de Ravel y Correr, Gregor es un solitario utópico, alguien que prefiere mirarse en los difíciles espejos del yo a convivir con la plural sombra de las otros. Dice Echenoz: "…queda claro que prefiere estar solo y vivir solo en general, y repararse a sí mismo en los espejos antes que mirar a los demás…"

Lejos del estereotipo, lejos del lugar vértigo cinematográfico (recordemos que David Bowie hizo de Tesla en El gran truco), Echenoz desmenuza la incomparable vida de Tesla y hace de ella lo que no es: una ficción. Una ficción lúcida, atrapante, irreversible, frenética. 

Aunque el final es previsible para los que conocen la biografía de Tesla, no desentona, no desilusiona. En modo menor, el final es tenue, leve, como si tocara una música apacible y triste: Tesla sigue hasta las últimas horas con su afición menos pública y más íntima, acaso ese amor que le ha ayudado a sobrevivir a los hombres. 

El final no contradice el fervor ni el ritmo de la novela. Al contrario: la eleva, la complementa, la serena.

© LA GACETA

FABIÁN SOBERÓN

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