Acerca de la argentinidad

Acerca de la argentinidad

Invito al lector a realizar el siguiente ejercicio: coloque al kirchnerista menos fanático al lado del antikirchnerista menos fanático. Después de un buen rato percibirá que en realidad hay muchos aspectos en los que están de acuerdo, aunque no estén dispuestos a admitirlo ni siquiera en su fuero interno.

14 Octubre 2012

Por Alejandro Grimson

Adelanto de Mitomanías argentinas *

¿Usted tuvo alguna vez la oportunidad de salir de la Argentina? ¿De conocer a la gente de otro país, más allá de los atractivos naturales o turísticos del lugar (como las playas, la nieve, las vidrieras o los parques de diversiones)? Para mí, una de las cosas más sorprendentes de conocer otras sociedades fue que no encontré ninguna en la cual las personas hablaran tan mal de su propio país como en la Argentina. Y tan cotidianamente. Tampoco es frecuente el pánico que se percibe aquí entre los sectores medios progresistas a sentirse parte de una nación, la Argentina.

Estos dos aspectos me impulsaron a pensar en diversas direcciones, y este libro es una síntesis de esas reflexiones, que podrían resumirse en una frase: cuán profundamente argentino es insultar diariamente a la Argentina. En otras palabras, me propongo explorar en qué sentido gran parte de nuestra "cultura nacional", gran parte de los rituales cotidianos que llevamos a cabo involucran escuchar o enunciar la expresión "que país de mierda". A veces la trocamos por nuestra "argentinidad al palo" y somos los mejores del mundo. Pero entre la soberbia y el desprecio, casi no encontramos matices.

Así como no es fácil encontrar culturas que se caractericen por el hábito de autodenostarse, tampoco es sencillo encontrar países cuyo ritual cotidiano sea sostener que la maldad se encuentra encarnada en sus propios gobiernos.

Los argentinos que no votaron a un determinado gobierno y, además, una buena parte de los que sí lo votaron, presuponen que si alguien ocupa el sillón de Rivadavia necesariamente tiene malas intenciones. Por algo será: sospechar que los gobernantes tienen intenciones ocultas es característico del análisis político nacional. Y no me refiero sólo al más elemental que hacemos los ignorantes en cualquier esquina o café. Periodistas sagaces, intelectuales lúcidos e integrantes de la fila en el supermercado a menudo insultan por igual a sus gobernantes de modos muy extraños.

La intención más frecuente y democráticamente distribuida que se les atribuye sería la de "robarse el país". Otra acusación, también muy habitual, es que quieren terminar con el "capitalismo" o con la "democracia", según alguna vaga definición de esas palabras. Esto les sucedió a Yrigoyen, a Alfonsín y a Perón tanto como a los Kirchner.

Este tipo de presunciones hace que la discusión de ideas sea uno de los capítulos menos transitados del debate político. Recordemos cuando los periodistas progresistas hacían hincapié en la tonada del noroeste de Carlos Saúl I, o en su afirmación errónea de haber leído a Sócrates y las novelas de Borges, en la presunta avispa o tonterías por el estilo (la peor y la más patriótica de las cuales es el acento riojano: ¡la intolerancia progre puede ser muy potente!). Sobre los Kirchner se dijo otro tanto: el doble comando, la habitación matrimonial, cómo se vestía él, cómo se viste ella.

Analizar un gobierno es considerar un listado extenso de medidas y procesos. En este país tan apasionado o enceguecido, son muy pocos los que pueden tomar ese listado y ponerles colores diferentes a las medidas que les gustan mucho, poco o nada. Si detestan al gobierno, las buenas medidas dejan de serlo automáticamente, ya que son consideradas siempre bajo el signo del oportunismo, el negocio o la venganza, el robo de banderas de otro, o lo que fuera. Si los malos gobiernos jamás hacen algo bueno, los buenos jamás hacen algo malo. Aunque la segunda sentencia sería difícil de aceptar, salvo por los fanáticos, la primera está muy extendida entre nosotros. Somos fanáticos del "todo mal". Ese fanatismo es parte crucial de nuestra cultura política y nos impide analizar con mayor objetividad los aspectos positivos o negativos de diferentes gobiernos nacionales, provinciales, municipales. Y nos impide, por eso, entender a las personas que votan a esos gobiernos.

Este libro no busca analizar las cosas buenas o malas de un gobierno determinado. Busca proponer un debate acerca de si no deberíamos cambiar esa particularidad de nuestra cultura. Y esto por un motivo: es imposible construir un país sin que podamos analizar aquello que es positivo y aquello que es negativo. Invito al lector a realizar el siguiente ejercicio: coloque al kirchnerista menos fanático al lado del antikirchnerista menos fanático. Después de un buen rato percibirá que en realidad hay muchos aspectos en los que están de acuerdo, aunque no estén dispuestos a admitirlo ni siquiera en su fuero interno. * Siglo XXI Editores.

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