El hombre que explicó el siglo XX

El hombre que explicó el siglo XX

Eric Hobsbawm fue, hasta el lunes de esta semana, el historiador vivo más conocido del mundo. El nos mostró que los últimos dos siglos no les hicieron caso a los almanaques, sino que fueron delimitados por grandes acontecimientos mundiales. Los historiadores Gabriela Tío Vallejo, Roberto Pucci y Patricia Kreibohm opinan sobre la obra, la vigencia y los puntos débiles del maestro.

07 Octubre 2012

Hoy se habla de esas periodizaciones y de esos conceptos sobre las dos centurias pasadas con convencida naturalidad. Porque Eric Hobsbawm, el que hasta el lunes pasado era el historiador vivo más conocido del planeta, prohijó categorías definitivas sobre la historia contemporánea. A él -y a su lucidez- se adeuda la noción de que el XIX fue un siglo largo, que comenzó antes en el calendario, en el 1789 de la Revolución Francesa; y que terminó después que el almanaque decimonónico, en 1914. De él, por supuesto, es también la concordante advertencia de que el XX fue un siglo corto, que comenzó en ese 1914 en el que detonaba la Primera Guerra Mundial; y que concluyó en 1991, con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

El título de Edad de Oro del Capitalismo al período que va desde la segunda mitad de la década de 1940, tras la Segunda Guerra Mundial, hasta los primeros años de la década de 1970, con la Crisis del petróleo (pasando por el Baby boom y el Estado de Bienestar), también fue otorgado por él.

Una vida al ritmo de la Historia
Es que este autor de una veintena de libros (su obra es obligatoria en cualquier esfuerzo por entender la centuria pasada), fue un testigo para nada privilegiado de ese nuevo mundo que se configuraba justo cuando él mismo estaba llegando. Británico de segunda generación; nació en la egipcia Alejandría dentro del seno de una familia judía nada menos que en 1917. El año de la doble Revolución Rusa y del viraje en la Gran Guerra. Los tiempos de la industrialización de la muerte y el quiebre del sueño del progreso indefinido y de las fracturas morales expuestas. Cuando tenía dos años, su familia se instaló en Viena. En 1929, un infarto dejaría al pequeño Eric huérfano de su padre inglés; y en 1931, la tuberculosis se llevaría a su mamá austriaca. El siguiente destino de él y de su hermana Nancy sería Berlín, de donde el tío que se hizo cargo de ellos se los llevó a Londres en 1933: el maldito año del ascenso de Adolf Hitler al poder, a través de los votos. De nada sirvieron los volantes del Partido Comunista, que alertaban sobre el infierno que traería el nazismo, que el adolescente, afiliado a los 14 años, repartía en las calles alemanas.

En Cambridge, además de sus estudios, consolidó su ideología socialista, al tiempo que se incorporaba al PC de Gran Bretaña en 1936. En 1947 daba clases en Birkbeck College. Y en 1960 comenzó con la tetralogía con la que pasaría de la fama (ya se la habían dado sus estudios sobre los mitos de Robin Hood) a la merecida celebridad: en 1962 publicó La era de la revolución: Europa 1789-1848; en 1975, La era del capitalismo: 1848-1875; en 1987; La era del Imperio: 1875-1914; y en 1994, Historia del siglo XX.

En la Vista panorámica que abre este último libro, filósofos, músicos, historiadores, científicos y escritores, alternativamente, describen ese siglo corto como maravilloso, en unos casos, y como atroz, en otros. Los recuerdos de este Francotirador (tal el título de su autobiografía, de 2007) son, en sí mismos, un álbum de ese esquizofrénico período de la humanidad.

Fetichismo intelectual
Que Hobsbawm explicó como nadie ese siglo XX fue el reconocimiento común que le realizaron los diarios y las academias en Europa, así como también en la Argentina, donde la cuestión fue más allá de los protocolos y de los dolidos rictus de ocasión: docentes y alumnos de distintas universidades de Buenos Aires coincidieron en que no era NingúnHistoriadorNaziChorro: tal la página de Facebook donde, además de rendirle tributo, confirmaron que era un verdadero fetiche intelectual.

"Es que, en buena medida, él es la puerta de entrada al materialismo histórico. Los estudiantes no leen Marx porque es complicado y porque lo consideran aburrido. Hobsbawm tenía una pluma ágil, buenas explicaciones y, además, era marxista", delimita Gabriela Tío Vallejo.

"La historiografía marxista británica cuestiona la idea de las etapas rígidas y entra a la historia desde abajo", define la doctora en Historia por la Universidad Autónoma de México. Ese "desde abajo" equivale a estudiar cómo viven, en qué creen y cuáles son las creencias y las experiencias de las luchas de las clases oprimidas y de sus organizaciones. "Lo que permite ver los procesos de dominación como dinámicos", explica la docente de la UNT. Y no sólo eso es lo atractivo de Hobsbawm para los latinoamericanos. "Nosotros no tenemos grandes industrializaciones con grandes proletariados. ¿Cómo, entonces, entiende el marxismo a los sectores de este lado del mundo? A partir de la fuerte referencia del la historiografía del marxismo británico".

Llegar al gran público
"Sus volúmenes acerca de las revoluciones burguesas, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, tienen una nitidez envidiable", rescata Patricia Kreibohm, quien plantea una doble explicación sobre la trascendencia del autor.

"Por un lado, su calidad como historiador riguroso es notable. En Europa, desde la década de 1930, están surgiendo corrientes historiográficas que van a consagrarse en los 50 y que salen de la historia dura, política y militar, de hechos y de crónicas, para avanzar en el campo de lo social y de lo económico. Y esas escuelas son influenciadas por el marxismo y, a la vez, también influyen en él. En este contexto, Hobsbawm va a ser un historiador de nuevos objetos y va a desarrollar métodos para abordarlos", contextualiza la titular de Historia Contemporánea de la Unsta. "Lo prolífico de su obra y los aciertos en su difusión, por otra parte, son cuestiones que no deben ser pasadas por alto. Él supo salir de la estrechez de los círculos académicos y, aunque no haya llegado al 'gran público', resulta evidente que trascendió un círculo reducido de lectores".

"Sus obras cautivan porque se leen como apasionantes novelas de lo real, en cuya trama supo poner en juego todas las fuerzas que intervienen en los procesos humanos, desde la economía y la sociedad a la alta y baja cultura, es decir, el imaginario que habita en las mentes de los actores humanos", describe Roberto Pucci, quien se reconoce como miembro de una generación que se educó desde su juventud en la lectura de las obras de ese intelectual de "merecida reputación".

El autor de Tucumán
1966 - Historia de la destrucción de una provincia destaca que, aunque se mantuvo fiel al marxismo de su juventud hasta el final, fue un heterodoxo a su manera, al igual que sus compañeros del grupo de historiadores británicos, como Christopher Hill o Edward Thompson. "En ellos se combinaba una doble tradición: la del empirismo inglés con una izquierda no escolástica, fundada en la investigación seria y en la más escrupulosa erudición. Estudioso infatigable, Hobsbawm fue un comunista sin militancia (un comunista Tory, se definió él), pero no un historiador de escritorio, ya que recorrió y conoció, de primera mano, el mundo del que hablaba, de Berlín a Londres, de La Habana a la Sicilia de los bandoleros rurales, cuya historia contó". 

Tensión ideológica
Pero también advierte el docente de la UNT que la lectura de sus obras "es imprescindible, pero no resulta suficiente para comprender la historia del siglo XX y del mundo que habitamos. Porque su adhesión al marxismo, que exige el mismo tipo de fidelidad que los dogmas religiosos, le impidió apreciar en su verdadera magnitud la auténtica tragedia del siglo, signada por la confrontación entre los proyectos totalitarios de izquierda y de derecha, y por la erección de los campos de concentración del nazismo, del Gulag soviético o del Laogag chino. Y así Hobsbawm justificó hasta el final lo que consideraba como 'excesos' del estalinismo, siendo que la dictadura absoluta y el genocidio estaban inscriptos en esas utopías desde el inicio: en nombre de la liberación 'final' de la especie humana, se edificó la pesadilla de unas sociedades fundadas en el Terror de Estado, la esclavización y la matanza de millones de individuos. Como señalara Tony Judt, uno de sus mejores discípulos pero también su crítico más brillante, 'para encarar cualquier cosa mejor en el nuevo siglo debemos contar la verdad acerca del que se acaba de clausurar. (Pero) Hobsbawm se rehúsa a mirar las maldades de frente y a llamarlas por su nombre'".

Kreibohm lo cuestiona por el mismo flanco. "Estuvo siempre signado por su formación marxista y la tensión ideológica estuvo muy presente en su obra, aún cuando ya no era tan significativa en la realidad. Lo vemos en Historia del siglo XX, escrita a mediados de los 90, cuando el Muro de Berlín había caído en 1989 y la URSS se había extinguido dos años después. Es verdad que, en ese sentido, lo legitiman tanto su historia de vida como el hecho de que su generación salió de la marca de los totalitarismos para entrar al sino de la Guerra Fría. Pero otra cosa muy distinta es haber bajado el tono sobre las atrocidades del estalinismo".

Ningún minimalista
"Hasta qué punto habría aprobado el propio Marx lo que se ha llevado a cabo en su nombre, y qué habría pensado de las doctrinas a menudo transformadas en el equivalente laico de las teologías, oficialmente aceptadas como verdad inmutable, es un tema que puede suscitar interesantes especulaciones, aunque no académicas", planteó Hobsbawm en Cómo cambiar el mundo, su último libro publicado, en 2011, y comentado por LA GACETA Literaria el 16 de diciembre pasado. Allí sostenía, con el capitalismo en pleno crujir, que todavía hay muchas y buenas razones para tener en cuenta lo que Marx tiene para decir acerca del mundo. También hay muchas y buenas razones para tener en cuenta lo que Hobsbawm tiene para decir de Marx y del planeta que acaba de dejar: en 2013 aparecerá su libro póstumo, aún sin título.

"Para los jóvenes historiadores y para los aprendices revolucionarios, la de Hobsbawm no sólo es una historia científica sino también una historia comprometida. El mundo no va a cambiar por sí solo y la injusticia tiene que ser denunciada. No hay una 'mano invisible' como la que propone Adam Smith: hay que entrometerse", sostiene Tío Vallejo. Y planta una última reivindicación. "Presenciamos la crisis y la explosión de las grandes explicaciones. Y se abre el juego de la historia al mundo de los sentires, de las personas, de lo pequeño. En ese contexto, Hobsbawm mira el imperialismo, el mundo árabe, la violencia del Estado... y sigue dando una gran explicación".

Esa, y no otra, es la historia de la Historia.

© LA GACETA Alvaro José Aurane - Licenciado en Comunicación Social. Prosecretario de Redacción de LA GACETA. Profesor de Historia Contemporánea en la Unsta.

Publicidad
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios