La luz de Carlos Saura
30 Septiembre 2012
Un hombre vestido de torero baila, desencajado y brutal, una música hecha de golpes y manos. El público, eufórico, aplaude y canta. Los gritos y los aullidos pululan. La cámara recorre, minuciosa, los pies encantados y las manos victoriosas del torero. Una mujer, la inolvidable Carmen, mira al torero con los ojos imposibles y negros.

Un hombre delgado y alto, desafiante, controla los gestos turbios del torero. La mujer sigue los pasos rudos y suaves del hombre delgado. Él es Antonio y es el "amante" de Carmen.

Está claro que ella está en juego.

La cámara sigue, sigilosa, las caras atribuladas de Antonio y del torero. La cámara sigue, minuciosa y sensual, la huida rápida y sensual de Carmen. Antonio persigue, herido y melancólico, a Carmen. Ella lo deja. Y Antonio lo sabe. Lo siente hasta el tuétano. El rincón más oscuro de su corazón late, imparable.

Ella se oculta detrás de una puerta. El umbral terrible esconde el cuchillo final.

Esta escena pertenece a Carmen, del cineasta español Carlos Saura. La película está basada en la pieza literaria del refinado y populista Prosper Mérimée y en la ópera homónima de Georges Bizet. La película de Saura es un musical y está narrada con una iluminación precisa y lujuriosa y con los colores terciarios de Pontormo. La música suena en los oídos del mundo y nadie olvida los ritmos españoles escritos por un músico francés. Nadie olvida los enfrentamientos físicos, la música llorosa de Paco de Lucía, los cuerpos sudorosos atravesados por la pasión, la danza irrefrenable de la cámara que baila con los cuerpos sudorosos.

Nadie olvida la luz.

En España y Latinoamérica el cine musical ha corrido una suerte dispar. Escasos filmes han logrado pasar la prueba de la previsible y rutinaria mezcolanza kitsch de música e imágenes. Una de las excepciones es la película de Saura.

Carmen, de Saura, brilla por las logradas preocupaciones formales del director, por el montaje aceitado de flamenco y Bizet, por las escenas de la tabacalera y del cruce final. Hay una luz que enceguece los cuerpos: esa luz ha entrado en la memoria de los espectadores.

Carmen es un clásico. Saura ha entrado al panteón restringido de los directores únicos.

© LA GACETA Fabián Soberón - Profesor de Teoría y Estética del Cine de la Escuela Universitaria de Cine.

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