El glorioso mediodía del 24 de septiembre

El glorioso mediodía del 24 de septiembre

24 Septiembre 2012
Resuelto Belgrano a afrontar el desafío de tan incierto resultado, toda la provincia entra en febril actividad. El tiempo apremia, ya que los realistas van a moverse desde Metán en cualquier momento. Es urgente reforzar el Ejército del Norte y preparar la inminente batalla. El general levanta el campamento de Burruyacu, y el 11 de setiembre por la noche, entra en la ciudad con su exhausta tropa.
Se trata de una aldea poblada por cuatro a cinco mil habitantes. En el perímetro urbano ceñido por sus calles "de ronda", se agruparían unas 700 viviendas, entre casas de un sola planta y ranchos techados de paja. El Cabildo y sus cuatro humildes iglesias, eran los edificios más importantes de esta población cuya vida se desperezaba alrededor de una plaza con yuyales y lagunas.
No existía más escuela que la de los Padres Franciscanos, y por cierto carecía de imprenta o de bibliotecas. Por sus desparejas calles de tierra, cruzaban jinetes y carretas. Las diversiones del pueblo se agotaban en dos mesas de billar y otras tantas canchas de bochas, además de las carreras cuadreras, el juego de la sortija y las reuniones, en casas o en pulperías, donde con guitarra, arpa, violín y bombo, se bailaba y se cantaba la vidalita.
Su vida económica se asentaba en campos famosamente fértiles y en grandes bosques: el trigo, el tabaco, las suelas y las maderas, materia prima de sólidas y muy buscadas carretas, mantenían al vecindario, a mil doscientos kilómetros de Buenos Aires.

Vísperas del gran día
Toda esa ciudad, y con ella la campaña, se moviliza de acuerdo a las exigencias de la hora. Aráoz y su poderosa familia son los animadores principales en la obtención de dinero, hombres, armas y cabalgaduras. Belgrano escribe a Buenos Aires explicando los motivos de su decisión. "La gente de esta jurisdicción se ha decidido a sacrificarse con nosotros. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos". El general se prodigaba en esfuerzos día y noche, junto con su Estado Mayor, para organizar la resistencia. Sus cabalgaduras no se desensillaban en toda la jornada, recorriendo, de una punta a otra, los preparativos.
Su plan era presentar batalla en las cercanías de la ciudad, de manera que, en caso de derrota, pudiera retroceder y resistir desde el núcleo urbano. Así, instaló artillería en toda la zona de la plaza, abrió fosos y cavó trincheras en las esquinas. Quedó allí una pequeña guarnición, mientras el resto del ejército acampó  en las afueras.
A todo esto, los realistas ni soñaban que Belgrano estuviera dispuesto a resistir. La vanguardia del rey empezó a moverse desde el campamento de Metán y entró en territorio tucumano. Uno de los oficiales, el coronel Agustín Huici, célebre en el Alto Perú por sus abusos y crueldades, entró confiado en el pueblo de Trancas, con su ayudante Negreiros y el fraile capellán Juan Antonio Ibarreche. No sospechaba que estaba allí una partida de los nuevos reclutas tucumanos. Al mando del capitán Esteban Figueroa, cayó sobre ellos y los hizo prisioneros.
Tristán, al enterarse del episodio, remitió una nota a Belgrano, a quien suponía en retirada. Lo intimaba a dejar en libertad al coronel Huici y, jactanciosamente, fechaba sus líneas en el "Campamento del Ejército Grande, a 15 de setiembre de 1812". A su respuesta, negativa, Belgrano la fechó en el "Campamento del Ejército Chico, a 17 de setiembre de 1812". Mitre comenta que este rasgo de buen humor, "prueba el equilibrio de su alma en aquellos momentos verdaderamente solemnes".
Buscando darle un escarmiento, Tristán avanzó más rápidamente, desde Trancas. El 22 de setiembre llegaba a Tapia. Pero nadie les informaba sobre los preparativos de Belgrano, porque sólo encontraban ranchos vacíos. En la tarde del día siguiente, 23, Tristán llegaba a Los Nogales. Allí decidió acampar. Su propósito era iniciar, al día siguiente, lo que pensaba sería una entrada triunfal en Tucumán. Había sido tan fácil ocupar Jujuy y Salta, que no pensaba tener inconveniente alguno. A su vez Belgrano, con algunos hombres, se situó al noroeste, sobre una altura que formaban la cañada de Los Nogales y la Puerta Grande, en el antiguo camino a Santiago. Desde allí, comprobó que los realistas acampaban y se volvió a la ciudad.
La noche del miércoles 23 y la madrugada del jueves 24 de setiembre de 1812, fueron de gran tensión. Las perspectivas eran más que suficientes para inquietar. El ejército realista tenía más de 3.000 hombres de línea, infantes la mayoría, todos bien armados y con experiencia de veteranos, además de una artillería de 13 cañones.
A esa fuerza debían enfrentar los patriotas con unos 1.800 soldados, de los cuales sólo 300 eran veteranos, reforzados con las milicias de Tucumán, de Salta y de Jujuy. A último momento se les sumó un contingente de Santiago del Estero y, durante el combate, arribó el enviado por Catamarca.

Ruegos a la Virgen
 En medio de esa tensión, en el cuartel y en las casas se rezaba a la Virgen de la Merced. Esa devoción de los tucumanos era tan antigua como la misma ciudad, pues databa de la época de la fundación. A mediados del siglo XVIII era tan popular, que los religiosos mercedarios instituyeron la Cofradía de la Virgen, en 1744. La fiesta se celebraba todos los años el 24 de setiembre, con gran pompa, y la imagen era sacada en procesión, con asistencia de todo el vecindario.
Con motivo del inminente combate y de la proximidad de la fiesta, es de imaginar que se habían multiplicado las rogativas. Según testimonios múltiples, Belgrano, en las vísperas de la batalla, encomendó su ejército a la Virgen "a quien había confiado el triunfo". Además, el mismo jefe diría posteriormente, en el parte, que la victoria fue "alcanzada el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos".
Según el historiador Antonio Zinny, antes de empezar la acción, Belgrano se dirigió a las tropas diciéndoles que "la Santísima Virgen de las Mercedes, a quien he encomendado la suerte del ejército, es la que ha de arrancar a los enemigos la victoria". La tradición asegura, también, que cuando las tucumanas  iban en tropel a rezar a la Virgen, el general les recomendó que "pidan al cielo milagros, que de milagros vamos a necesitar para triunfar".
Y siguen así multiplicándose los testimonios, que hablan de la devoción del general, del ejército y del pueblo. Ya en medio de la batalla, narra uno de sus protagonistas, el coronel Lorenzo Lugones, que mientras los soldados combatían, "las mujeres del patriota pueblo dirigían sus plegarias al Cielo y a la Virgen Santísima de las Mercedes".

Avanzan los realistas
El amanecer del jueves 24 de setiembre de 1812 presagiaba un día caluroso, casi estival. El ejército realista de Pío Tristán había pasado la noche en Los Nogales, y se preparaba a marchar sobre San Miguel de Tucumán. En cuanto a los patriotas de Manuel Belgrano, tras permanecer toda la noche dentro de la ciudad, mechada de fosos y trincheras, al rayar el alba se habían colocado al norte, unas cuadras más allá de la actual plaza Urquiza.
A esa altura, los realistas ya estaban enterados de que en Tucumán había fuerzas en su espera. Lo habían podido comprobar la tarde anterior las patrullas, enviadas desde Los Nogales, y se lo habían hecho saber a Tristán. Este pensó que podía tratarse de la retaguardia del Ejército del Norte, ya que suponía a Belgrano en retirada. Pero, de todas las maneras, no dudaba que la superioridad de sus tropas, en número, armamento e instrucción, le permitirían superar con facilidad cualquier resistencia.
Tristán inició entonces su marcha, con rumbo directo a San Miguel de Tucumán. Pero antes de llegar al paraje llamado entonces La Puerta Grande, encontró que avanzaba el incendio de unos pajonales. El fuego iba adquiriendo volumen, ayudado por el viento y por la sequedad del ambiente. Los pastos habían sido encendidos por una patrulla de los patriotas, conducida por Gregorio Aráoz de La Madrid.
Frente al inconveniente, Tristán decidió torcer a la derecha y tomar lo que se llamaba, entonces y en la actualidad, Camino del Perú. El desvío les demandó casi dos leguas. Pasaron por Ojo de Agua y continuaron hasta el puente de El Manantial. Tras cruzar el puente, el jefe decidió que un batallón se desprendiera de la columna y avanzara hacia el sur, para cortar la posible comunicación con Santiago y Córdoba. Hay que recordar este contingente, porque tendrá su papel en el trámite de la batalla. Y, al frente del grueso del ejército, ni bien superado el puente, Tristán dobló rumbo a la ciudad de Tucumán.
Mientras tanto, Belgrano ya estaba informado, por sus patrullas, de que Tristán había tomado el Camino del Perú. No dudando que a la altura del puente viraría -como lo hizo- hacia la ciudad, cambió la ubicación de las tropas. Las sacó del norte de San Miguel de Tucumán, cruzó la ciudad y fue a emplazarlas al oeste en las inmediaciones de lo que es actualmente la plaza Belgrano.
El sector donde tomaron ubicación las tropas patriotas, abarcaba gran parte del denominado "Campo de las Carreras". Belgrano desplegó sus fuerzas colocando la caballería en ambos flancos y también en la primera línea, y los infantes al frente, en tres columnas. En cada uno de los cuatro claros dejados por infantes y jinetes, se emplazó una pieza de artillería y una fracción de caballería. La línea del ejército desplegado ocuparía una decena de cuadras. Es decir que una punta llegaría un poco al norte del actual Colegio de las Esclavas, mientras la otra tocaba el paraje conocido más tarde como "Quema de basuras", en Los Vázquez: aproximadamente, la zona de las actuales Bernabé Aráoz y avenida Independencia. Según su propio testimonio, el coronel José Moldes arrimó acertadas indicaciones sobre la elección del lugar y el despliegue de los soldados.
En la ciudad, habían quedado dos compañías de infantes y 6 piezas de artillería, para su defensa.

La formación patriota
La caballería de Belgrano se dividía en tres fracciones. La mayor estaba al mando del coronel Juan Ramón Balcarce, siendo jefes de sección los capitanes Cornelio Zelaya y Pedro Antonio Flores, y el teniente Rudecindo A1varado. La otra fracción estaba mandada por el teniente coronel José Bernaldes Polledo, llevando a los capitanes Francisco Castellanos, Fermín Vaca y Nicolás Vaca, en las jefaturas de sección. Mandaba la tercera el mayor Diego González Balcarce, con las secciones a cargo de los capitanes Rodríguez y Arévalo y el teniente Rufino Valle. La infantería, en sus cuatro grupos subdivididos en 3 compañías cada uno, tenía los siguientes jefes: mayor Carlos Forest (capitanes Ramón Echeverría, Blas Rojas y teniente 1º Jerónimo Helguera); teniente coronel José Superí (capitán Antonio Visuara, tenientes Ramón Mauriño y Bartolomé Rivadera); teniente coronel Manuel Dorrego (capitanes Esteban Figueroa, Manuel Pesoa y teniente Miguel Sagárnaga); teniente coronel Ignacio Warnes (capitanes Manuel Ruiz, José M. Sempol y Melchor Tellería). La artillería estaba al mando del Barón Kainnitz de Holmberg. Su  ayudante era el capitán José María Paz, y mandaban las secciones el capitán Francisco Villanueva, tenientes Juan Santamarina y Juan P. Luna, y subteniente José Velázquez. En la ciudad, responsables de la defensa eran el mayor Benito Martínez y el subteniente Juan Zeballos. Además, en el cuartel general, estaban el mayor general Eustaquio Díaz Vélez, el coronel José Moldes, el coronel Apolinario Figueroa, el teniente coronel Francisco Pico, los capitanes Amaro Bilbao y Eustaquio Moldes y los tenientes Alejandro Heredia y Manuel de la Vaquera.

La batalla
Serían las 11 de la mañana, cuando el ejército realista convergía sobre la ciudad, desde El Manantial, por el camino llamado "de Los Tres Palos". La tropa iba tan confiada como sus oficiales. Ni siquiera habían montado alguno de sus 13 cañones, y los tenían que desarmados, con las piezas distribuidas sobre las mulas. Tanto confiaba Tristán en que esto sería un paseo, que en El Manantial había encargado a un aguatero que le llevase una pipa a la ciudad, porque pensaba darse un baño al mediodía.
De ese modo, constituyó una terrible sorpresa encontrarse, de manos a boca, con el Ejército del Norte desplegado en línea de batalla. Rápidamente, los realistas trataron de desplegarse a su vez, pero sólo consiguieron hacerlo parcialmente. Ya avanzaban sobre ellos, disparando sus fusiles, las avanzadas de la infantería de Belgrano.
La artillería patriota, por orden del barón de Holmberg, entró en acción de inmediato, dirigiendo certeramente su fuego. Esto aumentó el desorden y la nerviosidad con que se desplegaba la infantería realista, e hizo que Tristán no pudiera armar sus cañones, que le hubieran sido de preciosa ayuda.
Belgrano estaba, ese día, muy enfermo. Tan fuertes habían sido sus vómitos esa mañana, que decidió dirigir la acción desde un carretón. Pero luego se sintió restablecido y pudo montar a caballo. Al dispararse el primer cañonazo, el animal se encabritó y arrojó al suelo a su jinete. El incidente, que recuerda José María Paz, causó confusión, porque se pensó que el jefe había quedado herido. No ocurrió así y volvió a montar.
Dio orden de cargar a su caballería del ala derecha, a las órdenes del coronel Balcarce. Esta entró en acción. Hizo un pequeño desvío para evitar el fuego de la infantería, y cayó sobre ella por detrás. Bajo su empuje, fue arrasada también la infantería que aún no había podido entrar en línea, se puso en fuga la caballería de Tarija y fue desbaratada la de Arequipa, que custodiaba el convoy de bagajes. Es decir que este movimiento, ordenado por Belgrano con toda precisión, tuvo un éxito demoledor.
El regimiento de Dragones y los "Decididos" de Tucumán, que integraban ese grupo de unos 500 hombres, cargó con tremendo ímpetu, golpeando los guardamontes y dando salvajes alaridos. Claro que tan exitosa maniobra del ala derecha se empañó, porque los soldados se entretuvieron luego en el saqueo de bagajes. Pero, unida su acción a la artillería derecha y a la infantería de Forest, habían logrado el gran objetivo de desarmar y hacer retirar en desorden, hacia el puente de El Manantial, a toda el ala izquierda enemiga.
Entretanto, en el centro, las cosas, tras un primer inconveniente, ocurrieron con la misma felicidad para los patriotas. La infantería realista -en el sector que no había sido afectada por la carga de Balcarce- entró eficazmente en línea y empezó a causar serios apuros a los patriotas de Warnes, que estaban a su frente. Debió entonces actuar la reserva, a cargo de Dorrego, quien acudió rápidamente en su auxilio. Juntos, lograron que la infantería enemiga empezara a ceder terreno, desamparada como estaba por la derrota de su ala derecha de jinetes.

El embate criollo
Pero aquella columna de infantería que Tristán, al cruzar el puente, había enviado hacia el sur, decidió participar en el combate. Cómodamente desplegada, acudió en apoyo del ala izquierda realista. Esta había logrado desorganizar a la caballería patriota de Bernaldes Polledo, que tenía a su frente. Entonces Belgrano galopó, desde la derecha, hacia esa crítica izquierda, para mandar que cargara. Pero, cuando llegó, ya estaban en tumultuosa retirada. No pudo contener a los fugitivos, y la desbandada lo arrastró hacia el sur, sacándolo del campo de batalla.
Fue el momento más crítico de la acción. El ala izquierda española, viéndose así libre de la caballería que tenía al frente, y sintiéndose apoyada por el batallón extra, arrolló la columna de infantes patriotas de Superí, y formó un martillo sobre la izquierda, para atacar.
En el campo, todo era confuso. Había empezado a soplar el viento con violencia: una tormenta de tierra, que luego se convirtió en lluvia. Además, una manga de langostas había aterrizado sobre el terreno donde combatían realistas y patriotas. Tristán, entretanto, había sido arrollado por sus propios fugitivos, y obligado a retirarse hacia El Manantial. Pero allí, con energía, empezó a reorganizar sus fuerzas para entrar de nuevo en acción.
Mientras esto ocurría, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez adoptó una inteligente decisión. Tenían en su poder la mitad de la artillería enemiga y más de 500 prisioneros. Si bien habían roto en tres puntos la línea realista, no sabía las consecuencias que podía tener la acción del martillo formado sobre la izquierda., y no podía comunicarse con Belgrano. Entonces,  tras una rápida consulta con los jefes de tropa, optó por retirarse a la ciudad, llevando los prisioneros y la artillería tomada al enemigo. Como la planta urbana estaba fortificada, desde allí podía resistir, en caso de que ocurriera un ataque.

Horas tensas
La acción bélica estaba detenida. En lo que quedaba de ese jueves 24 y hasta pasada la medianoche del viernes 25, el ejército realista se limitó a disparar unos cuantos  cañonazos. Amagó una entrada a la ciudad, pero al fin se mantuvo en las afueras.
Lo sabemos por una carta del dominico Ramón del Sueldo, quien estaba en la plaza atendiendo los heridos que llegaban. Narra que "entre las tres y las cuatro de la tarde" (es decir varias horas después de concluido el combate), los realistas "avanzaron con nuevo ardor por el sud, camino del bajo de Aguilar: su fuego era a tiro de cañón y algo activo; la dirección que tomaron para entrar a la plaza era la parte del cerro; todo su fuego fue infructuoso y no dañó a persona alguna ni edificios; en nuestra torrecita (del convento) pegó una bala de cañón, rompió tres ladrillos de la cornisa y algunas tejas de la portería; luego los hicieron retroceder y se colocaron inmediatos al sitio donde había comenzado el fuego por la mañana, y cesó enteramente el fuego".
Añade que "en ese lugar se mantuvieron toda la noche y el 25 todo el día, anochecieron y no amanecieron: se fugaron a media noche". Aprovechaba para cronicar la batalla. Decía que "han mostrado toda la tropa y los paisanos un valor extraordinario; toda la caballería con sus comandantes pusieron guardamontes, y estos han servido de algún resguardo a los nuestros contra las lanzas y sables, y a los enemigos de terror, porque el ruido que causaban, en la furia de los caballos, hacía corcovear las mulas de los enemigos: los volteaban y los lograban los nuestros".
De los sucesos, muchos de ellos con sabor anécdótico, que acaecieron en esas tensas jornadas, su mejor cronista fue uno de los jóvenes oficiales patriotas, el teniente José María Paz (ver página 7).

Retirada y triunfo
Digamos solamente que Tristán halló imprudente entrar en la ciudad y terminó retirándose hacia el norte, en la noche del 25 al 26. Quedaba así cumplido el propósito de Belgrano de detener el avance del ejército real al interior de las Provincias Unidas, y resuelta en triunfo la acción del Campo de las Carreras.
Ni bien hecha efectivo el repliegue del enemigo, por la mañana del sábado 26, Belgrano envió su primera comunicación al Gobierno central. "La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bsjo cuya protección nos pusimos", decía, y pasaba a enumerar someramente las bajas realistas, así como los prisioneros, el armamento, bagaje y los trofeos capturados. Informaba que "daré a V.E. un parte pormenor, luego que las circunstancias me lo permitan".
Según el parte detallado, que Belgrano firmó el 29, el ejército patriota tuvo 65 muertos y 181 heridos en la jornada de Campo de las Carreras. En cuanto a las pérdidas del enemigo, informaba que "se han enterrado 453, ignorándose todavía los muertos que existen dentro de los montes, en cuya diligencia se anda". El total de prisioneros fue de 626. En cuanto al equipo tomado a los realistas, consistió en 7 cañones, 358 fusiles, 139 bayonetas, 39 lanzas, 40 cajones de municiones de artillería, 30 de fusil, una de lanzafuegos, 5 cajas de guerra, 81 tiendas de campaña, 17 azadas, 19 hachas, 27 artesanas, 2 resmas de papel y 2 cajones de herramientas de armería. Esto además de tres banderas y dos estandartes.
Bien ha exaltado Mitre la "inmensa influencia" que la batalla de Tucumán tuvo "en los destinos de la Revolución Americana". Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retiraba, las provincias del norte se perdían para siempre, como se perdió el Alto Perú. Y, agrega el historiador, "si se medita que, sofocada o circunscripta la revolución argentina, o simplemente paralizada en su acción externa, las expediciones sobre Montevideo, Chile, Lima, Perú y Quito no habrían tenido lugar, fuerza será convenir también que en los campos de Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que se aceleró, si es que no se salvó en ellos, la independencia de la América del Sur".

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