Mar adentro se sufren de igual modo los temporales y las calmas absolutas

Mar adentro se sufren de igual modo los temporales y las calmas absolutas

Carlos Schiavone pasó más de la mitad de su vida en los barcos.

LEJOS DE TODO. Carlos (a la derecha) junto a un compañero de trabajo, en un recreo de su jornada laboral. LEJOS DE TODO. Carlos (a la derecha) junto a un compañero de trabajo, en un recreo de su jornada laboral.
16 Septiembre 2012
Camina con cautela. Como si le resultara dudosa la inmovilidad de la tierra firme. Carlos Gustavo Schiavone está acostumbrado a la superficie oscilante del barco. Tiene 55 años y más de la mitad de su vida transcurrió en medio del mar.

Se internó en las aguas por primera vez cuando tenía 18 años. Comenzó su carrera en la Escuela Naval y en la década del 90 decidió dedicarse a la marina mercante. Pasó por una decena de naves, de todos los tamaños y rubros. Ahora se desempeña como jefe de máquinas en un barco off shore (que tiene múltiples propósitos), propiedad de una empresa noruega. Vive un mes y medio en medio del océano y otro período idéntico en su casa. En otras épocas llegó a viajar hasta 10 meses en un año.

Shiavone habla de la hazaña marítima y sus palabras derraman añoranza. "En los últimos años todo cambió. El barco no es lo mismo con la tecnología. Ahora viajamos con más seguridad, pero con menos aventura. Con el avance en las comunicaciones se sufre menos la distancia, la soledad", reconoce.

De muchas de las alegrías y desdichas de su familia, Schiavone se enteró embarcado en un buque. "Eso es lo más duro de no trabajar en tierra firme", cuenta este aventurero, casado con Patricia y padre de dos hijas. "No ves a los chicos crecer ni a los viejos morir. Esta es una frase común de cubierta... y tan cierta", sostiene. Estaba en otra punta del mundo cuando una de sus niñas pronunció sus primeras palabras. Y también en cumpleaños, navidades y otros festejos. "Me perdí muchas cosas. Es pesado, pero por suerte tengo una familia de hierro", señala.

Este hombre de mar es alto, flaco y amable. Se enfunda cada día en un overol anaranjado. Y se olvida de su castellano habitual porque mar adentro debe hablar inglés. En el barco tiene un camarote, comedor, TV, computadoras y gimnasio.

Estar lejos de la tierra se sufre cuando hay temporales de increíble furia. Y también cuando los atardeceres desbordan una calma absoluta, resalta Schiavone. "No es fácil tolerar este trabajo. Desde los mareos hasta el aislamiento se sienten mucho. No tener los pies en la tierra puede producirte una angustia profunda, hay quienes lo padecen más; es una angustia existencial, de no saber cómo terminará el día", explica, aunque aclara que como él es introvertido no le pesa tanto la soledad.

"Muchas veces pensé en dejar todo. Pero no fue fácil. Me gusta este trabajo porque no tengo que sufrir la estresante ciudad, con su tránsito insoportable y la rutina", confiesa Carlos. Él ha viajado por todo el mundo. Cuenta que de tanto andar en superficies oscilantes (a veces no puede dormir) se aprende a valorar las cuestiones más pequeñas de la vida cotidiana: "afeitarte y lavarte los dientes o bañarte es todo una odisea en el barco, y podés terminar golpeado". "Cuando estoy en la tierra extraño el mar", reconoce, y admite que lejos del agua su imaginación ocupa el día dibujando océanos azules y cielos luminosos.

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