Sin los pies en la tierra

Sin los pies en la tierra

Trabajar lejos del suelo no es fácil. Requiere valentía, destreza y un esfuerzo especial para enfrentar y convencer a los familiares -generalmente temerosos- que se oponen. Un torrero y un limpiador de vidrios en altura nos cuentan sus apasionantes experiencias, lejos de la seguridad que nos brinda transitar al ras del piso.

SUSPENDIDO. Rubén pasa mañanas enteras limpiando los vidrios de los edificios en altura de Tucumán. LA GACETA / FOTOS DE INéS QUINTEROS ORIO SUSPENDIDO. Rubén pasa mañanas enteras limpiando los vidrios de los edificios en altura de Tucumán. LA GACETA / FOTOS DE INéS QUINTEROS ORIO
El vértigo está prohibido. Con los pies al borde del abismo, efectúan puntillosos movimientos a varios metros de altura. Y no les tiembla el pulso. Son torreros o limpiavidrios de edificios que les dan sentido a sus vidas trabajando en el aire. No son los únicos que se alejan de todo para ocupar un puesto. También están quienes se embarcan varios meses al año y aquellos que surcan el cielo cada día desde la cabina de un avión. Lejos de la seguridad que nos da vivir al ras del suelo, entrevistamos a tucumanos con ocupaciones de alto riesgo. En esta producción nos cuentan sus historias, repletas de anécdotas y de dificultades a gran escala.

En las antenas
Sus días están teñidos de acción. A cualquier hora, en cualquier parte, Francisco Gustavo Benito Del Río trepa por las torres de nuestra ciudad con una habilidad sorprendente. "Solo me falta el traje de hombre araña", bromea antes de retener la respiración y juntar aliento para lo que se viene. Sube 30, 60 e incluso 120 metros de altura. Allí, acosado por el precipicio, trabaja en algo que se ha convertido en imprescindible para la sociedad: las comunicaciones.

Pasa horas colocando nuevas antenas para celulares o reparando equipos. Francisco (37 años) no reniega. Le gusta sentir la adrenalina recorriendo su cuerpo. Y no tiene miedo, aclara. Es torrero de una de las pocas empresas que se dedican a esta actividad. "No solo basta con ser audaz, hay que tener los ojos muy bien abiertos -explica-. El mínimo descuido y corrés riesgo de no contar la historia".

Aunque trabaja bajo estrictas normas de seguridad, Del Río sostiene que la mejor forma de poner los pies tan lejos de la tierra es con una buena preparación. A la experiencia, este torrero le sumó cursos de rescate en altura que dictan los bomberos. "Es un trabajo muy emocionante, uno se siente más cerca de Dios y eso es impagable", cuenta.

Reconoce que su tarea no siempre es agradable: "cuando hay viento es terrible; a uno le parece que en cualquier momento se puede caer porque la antena se mueve de un lado a otro. Lo mismo percibís cuando te agarra una tormenta y estás arriba; a veces tardás hasta 20 minutos en bajar. Y son los peores minutos de tu vida, porque pensás que no llegás nunca".

Los torreros realizan su tarea sin perder de vista el sol: en verano para huir de él, y en invierno para buscarlo. "Cuando estás arriba todo te 'pega' más: si hace calor, sudás la gota gorda, y si hace frío se te congelan las manos", describe Del Río. "Uno de los grandes problemas es moverse por espacios muy reducidos, pisando una chapa de pocos centímetros. Ni hablar de cuando te agarran ganas de ir al baño. Me la tengo que aguantar", confiesa.

Benito considera que tiene una vista priviliegiada de la vida de los tucumanos. Y opina que si todos nos pudiéramos ver desde arriba nos deprimiríamos: "nuestra ciudad está llena de basura, los techos de las casas están destruidos y el tránsito es una locura".

Aunque padece dolores de espalda, lo que más hace sufrir a este trabajador son los reproches que le hacen sus seres queridos. "Uno pasa por situaciones límite y eso a mi mujer y a mi familia los aterroriza", relata. No obstante, piensa seguir escalando torres hasta que el cuerpo le diga basta. Lleva 12 años en el aire, disfrutando de sensaciones que nada tienen que ver con las del mundanal ruido. "La desconexión con la vida real es total -advierte-. Es como estar fuera del mundo. Respiras libertad".

Entre el calor y el miedo
La magnífica vista que se disfruta desde muy arriba es el mejor bálsamo contra el calor y el miedo que pueden sentirse antes de subir a una escueta silleta de madera. Sobre ella, Rubén González limpia vidrios en altura. Secador en mano, pasa sus días refregando cristales de edificios.

Rubén llegó a escalar hasta 35 metros para hacer su trabajo. Desde las veredas se lo ve espectacularmente colgado y en acción. Realiza una tarea meticulosa. "Esto no da para andar con descuidos, cualquier veteado que quede en un cristal nos obliga a volver a empezar. Y cuando estás arriba en lo único que pensás es en bajar", confiesa.

Envuelto en arneses y protegido con un casco, González hace su labor con un balde de agua, productos especiales y la tradicional goma en forma de T. "Al principio me impresionaba estar allí, ver a las personas tan chiquitas que parecen hormigas", detalla.

A la familia de Rubén no le hace ninguna gracia que él trabaje en las alturas. A su esposa, según cuenta, le inquietaba imaginarlo suspendido en el exterior de un edificio. Hasta que lo vio. Desde entonces se opone terminantemente a que siga trabajando así. "A veces tengo que ocultarle que lo hago", admite González. Él tiene 34 años y es papá de un bebé.

Lo que más le gusta de su empleo es cuando le toca estar cerca de la cancha de Atlético. "Verla desde arriba es magnífico", celebra. Sufre estar tan lejos del suelo cuando tiene ganas de ir al baño o cuando se le cae alguna herramienta de trabajo. El peor momento: "una vez que me olvidé totalmente cómo se hacían los nudos para colgarme, así que los hice mal y quedé suspendido en el aire y temblando durante varios minutos, hasta que un compañero me rescató".

Lejos del suelo y de las metáforas, para quienes se elevan cada día, poner los pies en la tierra significa mucho más que estar centrados. Para ellos es la tranquilidad máxima.

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