Los 106 años de Julieta llevan al viejo Tucumán

Los 106 años de Julieta llevan al viejo Tucumán

Conversar con ella es como pasear por el pasado. Guitarras, empanadas y kipe para celebrar un feliz día de cumpleaños

MAMÁ CON SUS HIJAS. Julieta (a la izquierda) sonríe junto a Blanca (en la otra silla de ruedas) y Selva (de pie). LA GACETA / FOTO DE ANALIA JARAMILLO MAMÁ CON SUS HIJAS. Julieta (a la izquierda) sonríe junto a Blanca (en la otra silla de ruedas) y Selva (de pie). LA GACETA / FOTO DE ANALIA JARAMILLO
11 Junio 2012
Alguien empujaba la silla de ruedas azul hacia el patio, lejos de la versión casera de "Malagueña salerosa" que tronaba en el comedor. Abrigada con un saco negro y con una manta del mismo color -que seguramente forman parte de un luto que ya lleva décadas-, Julieta López de Aparicio no escuchaba bien. O simplemente lo simulaba. Después de pasar un rato con ella daba la impresión de que eso ocurría cuando no estaba interesada en responder. A los 106 años, es evidente que su lucidez le pasa el trapo a varias de las personas más jóvenes que la rodean.

El comedor de la casa de Yerba Buena funcionaba ayer como una caja de resonancia para que a las voces y a las guitarras de los cantores improvisados se las escuchara desde lejos. Quizás por eso la vereda estaba llena de vecinos. O tal vez porque Julieta es una institución y nadie quería dejar de saludarla. Ella cumplió 106 años y sus familiares lo celebraron con empanadas, kipe, pollo y sandwiches.

Sorprendentemente, Julieta arrancó la entrevista con una queja gastronómica. "En mi casa nunca comprábamos nada. Eso de pedir comida... ¡jamás! Porque uno no sabe cómo preparan las cosas ni qué le ponen. Siempre preparábamos todo nosotras: hacíamos empanadas, carneábamos chanchos y preparábamos chorizos; también los tamales", enumeró. Inmediatamente disimuló un esbozo de emoción que sirvió para demostrar que su queja era, en realidad, una manera tímida de agradecer: "hace días que veía a mis hijas y a mis nietos que andaban cuchicheando. Yo no podía escuchar qué decían y mire con lo que me han salido; nunca me imaginé que fueran a hacerme esta fiesta".

No había dudas: la mente de Julieta iba a 1.000 por hora. De pronto, una de las esposas de sus nietos le pidió que cuente cómo era el Tucumán de su infancia. Después de hacerse repetir la pregunta varias veces, le respondió: "y agarre un libro y estudie. Para qué le voy a contar yo lo que ya está escrito".

Pero el enojo era simulado e inmediatamente arremetió con una catarata de recuerdos. "Cuando yo era chica y vivía en el campo me bajaba del tren en La Ramada y me iba a caballo hasta Tala Pozo. Eran tres leguas que hacía sola y jamás me pasó nada. Si ahora fuera una chica de esa edad, no iría sola ni a la esquina", comparó.

Julieta pasó parte de su infancia en el campo y el resto en la capital. Iba a la escuela San Martín y contó que sus padres eran dueños de media cuadra de la calle San Lorenzo y de varios metros de la Entre Ríos. Allí estaba la casa familiar. Se casó con Juan Martín Aparicio, tuvo dos hijas, dos nietos y seis bisnietos. Enviudó hace más de 30 años (nadie sabía precisar la fecha; ella seguramente la tenía clarísima, pero, por alguna razón, no la dijo). "¿La vio a mi mamá? ¿Vio que bien que está? Míreme a mí, yo tengo 85 años", comentó Selva, una de sus hijas. La otra, Blanca, de 81, está en silla de ruedas, porque se está recuperando de una operación.

"No digo que hoy no haya respeto, porque sí lo hay. Pero no como antes. Hoy en día los padres no tendrían que darles con todos los gustos a sus hijos. Deberían enseñarles a comportarse bien, a ser respetuosos; en definitiva, deberían educarlos. Antes se vivía de manera sencilla, pero con respeto y tranquilidad. Eso me parece que ahora no pasa", se despachó y, tras dejarse sacar unas fotos, se despidió. Adentro la guitarreada seguía tronando y Julieta quería volver al comedor.

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