No se avisora una crisis seria por los problemas

No se avisora una crisis seria por los problemas

Hugo Ferullo. Doctor en economía - UNT.

20 Mayo 2012
Una mirada panorámica de la historia económica argentina permite decir que los problemas que se espera que nuestra economía tenga que enfrentar durante lo que queda de 2012 son, en cierto sentido, menores: no estamos frente a nada que se parezca a una crisis económica de la envergadura de las que vivimos, por ejemplo, a fines de los años 80 o a fines de los 90 del muy traumático siglo XX. Lo que tenemos hoy enfrente es un año donde el alto ritmo de crecimiento que heredamos del pasado inmediato se frena, en buena medida por causas que provienen del exterior de nuestra economía: en Brasil, por ejemplo, la economía se desacelera y su moneda acaba de ser devaluada, mientras que la Unión Europea está a punto de comenzar a desintegrarse bajo el imperio de políticas que algunos pretenden, de manera harto curiosa, reinstaurar en nuestro país. En un contexto internacional como éste, lo que podemos esperar para el año en curso, en términos de nuestra propia actividad económica, es una situación análoga a la que atravesamos durante 2009, pero probablemente de menor intensidad en términos de desaceleración productiva. Frente al fracaso de la ciencia económica en pronosticar, más allá de voces marginales, la enorme crisis que irrumpió hace tres años en la economía mundial, bien haríamos los economistas en privarnos de dar lecciones sobre lo que pasará en el futuro inmediato. De todas maneras, frente a la pregunta de cómo se comportará durante el presente año la producción global del país, podríamos aventurar un crecimiento en un porcentaje cercano a la mitad del registrado el año pasado. Más allá del nivel de actividad, podemos mencionar problemas macroeconómicos no resueltos, entre los que aparecen el actual exceso de demanda de dólares que dio lugar al renacimiento del mercado paralelo de esta divisa, y un nivel de inflación que sigue estando por encima de los niveles deseables. Pero, de nuevo vistos en un contexto histórico, no son problemas que permitan avizorar una crisis seria: la inflación, en particular, no muestra ningún signo (ninguno, empezando por las cuentas públicas) que lleve remotamente a sospechar el desencadenamiento de una crisis hiperinflacionaria. Frente a este panorama, muchos economistas están pronosticando para la economía argentina, una vez más, la llegada del fin de los tiempos. ¿Por qué se magnifican hasta la euforia estos problemas económicos históricamente menores? En parte, la respuesta hay que rastrearla, como lo planteó en reiteradas ocasiones Paul Krugman, en la incomodidad que provoca el reciente éxito en términos de crecimiento de un país como la Argentina que tomó, como eje de la política económica, la participación activa del Estado como condición necesaria para disciplinar la participación de muchos grandes actores locales y multinacionales en el funcionamiento de mercados muy poco competitivos.

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