El lugar Borges
LA ADVERTENCIA. Como dice Borges, las hipótesis no tienen que ser ciertas, tienen que ser interesantes, distingue Sarlo con lucidez. LA GACETA / FOTO DE HECTOR PERALTA LA ADVERTENCIA. "Como dice Borges, las hipótesis no tienen que ser ciertas, tienen que ser interesantes", distingue Sarlo con lucidez. LA GACETA / FOTO DE HECTOR PERALTA
08 Abril 2012

Por Beatriz Sarlo

Me parece interesante que reflexionemos sobre el espacio Borges; sobre la idea de que, como las reliquias santas, Borges sigue produciendo milagros en la literatura, sigue actuando sobre ella, aun cuando, como trataremos de ver, no se escriba hoy a partir de Borges. Sin embargo, Borges no fue siempre este espacio y este lugar.

Borges gana el premio Formentor en 1961. Lo comparte con Samuel Beckett. Ni Borges ni Beckett, dos grandes del siglo XX, eran escritores notorios en ese momento. El editor de Beckett, el francés Jerome Blandon, cuenta que tenía los sótanos atiborrados de libros de Beckett y que el Formentor le ayudó a sacar a las librerías algunos paquetes. Por otro lado, ningún editor francés podría haber dicho en ese momento lo mismo sobre los libros de Borges, pues no habían sido traducidos. En 1961, en mi opinión, Borges ya había escrito lo fundamental de su obra. Si hubiera muerto en ese año, Borges sería el mismo Borges que es hoy; la obra ya estaba completa, sus descubrimientos literarios ya estaban hechos.

Borges tuvo muchos problemas para ser exportado de la Argentina, pese a que publicaba en Sur, revista que era muy leída en el exterior, y aunque tenía admiradores europeos. Por ejemplo, Les Temps Moderns, la revista de Sartre, tradujo algunos de sus poemas. Pero había algo en Borges que no terminaba de funcionar; le faltaba latinoamericanismo, color local, lo que de manera casi racista los europeos querían encontrar en un escritor latinoamericano. Borges era un punto demasiado europeo, poco telúrico. Su latinoamericanismo, que es su criollismo, muy evidente para los argentinos, es una respiración del español del Río de la Plata. Pero es más difícil de percibir si uno lo tiene que leer en traducciones.

Borges tardó en llegar a ese público europeo, hasta que a fines de los 70 una cita que hace Michel Foucault sobre Borges tiene un efecto multiplicador. Es como si hubiera llegado el momento Borges.

Reconocimiento tardío
Por el lado argentino, en los 50 la generación que viene a renovar es la de la revista Contorno, donde están David Viñas, Noé Jitrik, Adolfo Prieto, Oscar Masotta, León Rozitchner, Juan José Sebreli. Y en esa revista, que renueva la lectura de la literatura argentina, no se menciona a Borges. A esa generación le interesa la discusión con Martínez Estrada. Los 50, sin embargo, son los años en que Borges está publicando lo mejor de su obra. David Viñas, en un libro que debe ser uno de los grandes libros de la crítica argentina (Literatura argentina y realidad política) tampoco lo menciona. Borges es un ausente. En algún momento eso cambia; y yo creo que el momento en el que cambia podría situarse alrededor de 1970. En esa época, Los libros, una revista del nuevo marxismo, publica un cuento de Borges y una foto suya en la tapa. Yo, que colaboraba en esa revista, me sorprendí. Esa foto en tapa me parecía un exceso. Eso que hoy sería buen sentido periodístico, en ese entonces podía ser materia de discusión. En 1970, Borges recién estaba instalándose en todo el campo. Hoy pasa exactamente lo opuesto: Borges es un lugar adonde todo cabe, adonde se tira todo, adonde se fantasea todo. Ahora Borges es una especie de recipiente que recibe el tributo de personas que tienen la edad que yo tenía en ese momento; es el escritor argentino completamente universal.

Pruebas de una transformación
Hay distintas pruebas de esta transformación de Borges en el lugar donde se deposita todo lo valorable de la literatura, en el que todo lo que uno quiere signar positivamente de la literatura se remite a Borges. La primera es una prueba tempranísima, que recién se convierte en prueba después, y que ya indica algo, como si el destino estuviera marcando algo que ya iba a suceder después. En 1938, la editorial Losada publicó en una colección espléndida, La pajarita de papel, una traducción de La Metamorfosis, de Kafka. Siempre creímos que esa traducción era de Borges. Y, como dice Borges, las hipótesis no tienen que ser ciertas, tienen que ser interesantes. La hipótesis de que esa traducción, refrendada por la firma de Borges, era suya, sonaba mucho más interesante que pensar en cualquier otra alternativa. Eso hacía de Borges el introductor magno, primero de Kafka, y luego de Faulkner, con la traducción de Las palmeras salvajes. La traducción de La Metamorfosis era mediocre. Pero, siendo Borges un lugar, nadie diría eso. Hace muy poco tiempo, una bibliotecaria española, simplemente cuidadosa de las fuentes, cotejó fechas y descubrió, publicada en La revista de Occidente, en 1924, la misma traducción. Exactamente la misma, pero firmada por un ignoto traductor.

Otro caso es el de Elena Poniatowska, la gran escritora mexicana. Ella le hace un reportaje a Borges, cuenta que le lee un poema. Él no le dice nada y al hacer la nota transcribe el poema. Borges se convierte en un lugar hueco donde se tira un poema, uno con imágenes banales, repetidas, un texto que la gente va a entender. Tuvo que llegar un académico para aclarar que ese poema no era de Borges.

Tercer momento de Borges como espacio. Me pasó, hace muy pocos meses, en un congreso en una ciudad de España. Un bibliotecario me pidió si, al margen de las actividades de ese congreso, podía ir a la biblioteca para examinar un libro que él creía que había sido tocado, corregido, anotado por Borges. Lo sacó de una caja fuerte, como si fuera un manuscrito firmado por San Juan. El libro era una edición que hace Borges en Losada de los poemas publicados entre 1922 y 1943. Ya en 1943 Borges había comenzado a corregir de manera salvaje su propia literatura. Para trabajar críticamente con Borges hay que trabajar con las primeras ediciones, no con esas de Losada, porque arruina a veces sus mejores imágenes: "la luna atorrando en los charcos" se convierte en "la luna reflejándose en los charcos". Atenúa el criollismo, un "atorrando", que es un verbo muy local, se saca y se atenúa un criollismo de los años 20 del que Borges se arrepentiría más tarde.

El libro, efectivamente, estaba colmado de escritura. Le dije al bibliotecario: "esto es obra de alguien que, sobre la edición de Losada en 1945, 46 o 47, restituyó la primera". Es decir, fue para atrás, tachó las correcciones de Borges y agregó las frases o términos originales de las primeras ediciones de Luna de enfrente, Fervor de Buenos Aires y Cuaderno San Martín. Esta no es la grafía de Borges, le dije. Di vuelta el libro y constaté que pertenecía a un argentino que vivió en París, que se llama Daniel Devoto, y me pareció perfectamente verosímil que las anotaciones las hubiera hecho él. El bibliotecario no me creyó porque la hipótesis era poco interesante. Mucho más interesante era pensar que Borges hubiera operado sobre el libro, que prácticamente lo hubiera reescrito. Cuando fui a la Biblioteca Nacional cotejé las primeras ediciones de los libros de Borges y verifiqué mi hipótesis. Le mandé al bibliotecario fotocopias de esas páginas pero el bibliotecario nunca me contestó. Yo había destruido ese lugar Borges que milagrosamente se había producido.

Donde todo cabe
A partir de entonces me di cuenta de que tenía que empezar a pensar sobre ese lugar Borges en la literatura argentina. Un lugar en el que caben traducciones falsas, poemas que no ha escrito. Y donde prosperan y florecen las oralidades de Borges. Creo que el lugar de Borges es mucho más el de las anécdotas, el de las entrevistas periodísticas que el lugar de la literatura. Todos tenemos una cita de Borges para cada una de las circunstancias de nuestras vidas, pero lo que es más citable de Borges son esas entrevistas que él comienza a hacer a montones cuando se queda definitivamente ciego, del momento en que -según dice- le fueron dados los libros y la noche. Pero hay un momento en que los libros y la noche vienen apareados como en un juego periodístico en el que Borges entra. Y entra con ese humor típicamente vanguardista que nunca puede ser encontrado en las preguntas que se le formulan.

Hay una famosa anécdota de un programa de televisión atroz. Uno se pregunta por qué Borges estaba sentado en ese estudio. El programa se llamaba Grandes valores del tango. Por empezar, a Borges no le gustaba el tango posterior a los años 20 ni le gustaba el tango cantado. El conductor le pregunta "Borges, ¿usted lo conoció a Discépolo?" Él contesta "bueno, alguna vez...." Seguramente por cortesía le tenía que decir que lo conoció. No contento con eso, el locutor le pregunta "¿y usted conoce el tango Uno?" Y ahí a Borges se le hace un vacío, porque evidentemente no lo recordaba o no lo conocía. Y el locutor dice "Bueno, el que comienza Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias". Ahí Borges dice: "mmmm, si puso ansias, debió poner 'esperancias'". Creó una catástrofe climática y fueron al corte. Esas intervenciones eran extraordinarias, típicas de un vanguardista.

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 Ese estilo de intervenciones, creo, se multiplican en los años 60 y 70. Son los Borges en tapa de las revistas semanales. Ese es un lugar Borges.

Tenemos, además, los libros de diálogos; algunos son buenos, como el de Antonio Carrizo, y otros deficientes. Pero esos libros tienen una facilidad: está hablando el lugar Borges, no está hablando el texto de Borges, que jamás es sencillo. El texto de Borges es traicionero. Uno cree que está entendiendo pero no es así. La prueba yo la hago con Historia universal de la infamia, que es de los más complejos. Parece que se está contando la historia de Billy the Kid y de pronto uno está perdido en una historia de una página y media. Con esa claridad que, por otra parte, tiene su prosa, que es extremadamente diáfana. Mientras que el Borges oral es el que da todos estos pasatiempos, es el Borges infinitamente citable.

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Borges - Cortázar

Este no fue siempre el lugar Borges.  Durante mucho tiempo, por décadas, la literatura argentina tuvo dos lugares: un lugar Borges y un lugar Cortázar. Interrogados, en 1970, críticos literarios, profesores, escritores hubieran dicho: acá hay un sistema bipolar, un sistema bifronte, una literatura que está pivoteando sobre esos dos nombres. No sé si Cortázar lo creía (él tenía una admiración enorme por Borges), pero le llevaba a Borges una enorme ventaja. Producida la revolución cubana, Cortázar encuentra su camino. Viaja a Cuba, empieza a hablar en nombre de Latinoamérica y, en 1973, escribe el Libro de Manuel, una novela muy mala pero revolucionaria. Se aleja de 62 / Modelo para Armar, que era muy experimental. Cortázar, de algún modo, sintoniza mejor con el aire de época de la nueva izquierda. Por otra parte, sintoniza mejor con cierto elemento surrealista que se peticionaba de cierta literatura. Borges no, Borges era un racionalista. Durante varios años, más de una década, los "años Cortázar" prevalecen. Hoy parece mentira. 

En una serie de entrevistas a 18 escritores argentinos realizadas en la década del 90, que fueron publicadas en un libro que hizo Graciela Speranza, sólo uno nombra a Cortázar y casi todos a Borges.  Si esas entrevistas, con escritores de la misma edad, hubieran sido hechas en 1973, la proporción hubiera sido inversa. Puede haber muchas razones para esto. Cortázar era la lectura ineludible de iniciación literaria para los jóvenes. Rayuela, o se lee a los 18 o no se lee. Es un libro romántico, humorístico, con Dadá, con surrealismo, con una biblioteca de citas. Quizás ahora la iniciación cultural no se da preeminentemente con libros. Se da con fragmentos, con letras de canciones.

Para los jóvenes interesados por el mundo de la cultura, por decirlo de algún modo, Cortázar era un pasaje. Hoy, quizás tampoco sea ese pasaje. Ahora, escritores que están empezando a escribir, que tienen 30 años, probablemente hayan entrado a la literatura directamente desde Borges, o desde el rock. Habría que demostrar, por eso lo enuncio como hipótesis, que ya no existe el mismo camino de iniciación literaria. El único escritor que se ha estado ocupando de Cortázar, en los últimos años, es Ricardo Piglia, un escritor completamente borgeano. Otro caso es el de Juan José Saer, que siempre aborreció estéticamente a Cortázar. Tanto Piglia como Saer tuvieron que pasar por Borges.

El primero que nace libre, que no tiene un inconsciente en el cual resuena el nombre de Borges, es Manuel Puig. No estoy diciendo que Puig no leyó a Borges sino que entra a la literatura sin pasar por ese lugar. Trae materiales de otra parte; del cine, del melodrama, del bolero, de los medios de comunicación. Y junto con los materiales trae un trabajo sobre las formas de esos materiales. Puig es el escritor que no siente la necesidad de instalarse en el lugar Borges, ya sea para copiarlo, ya sea para cuestionarlo, para escribir a partir de él. Se instala en otro lugar y eso produce una ruptura muy fuerte en la literatura argentina.

Fíjense cómo vamos avanzando con un esquema de dos cabezas: Borges - Cortázar. En un momento, Cortázar parece tomar la delantera, por razones ideológicas, por razones de personalidad, de temperamento; cuando Borges decía las cosas más reaccionarias, Cortázar decía las cosas más simpáticas. Luego hay una oclusión de Cortázar y un avance tumultuoso de Borges. Un Borges que está en todas partes. Borges como lugar periodístico, como tapa de la revista Gente, un Borges que todo el mundo quiere tener en su casa. Puig parece decir: "mi linaje está en otro lado". Eso es como un principio de liberación de la literatura. No digo que eso produzca mejor ni peor literatura, sino una suerte de desacople. Como si los vagones que venían siendo arrastrados por una locomotora estética se desacoplaran. Sin embargo, como esos monjes que en la Edad Media seguían repitiendo los versos de Virgilio, siempre queda la vibración del lugar Borges.

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