El mandatario en Babia

El mandatario en Babia

En materia de lenguaje hay equívocos de todo tipo. Las palabras no impiden desembocar en lo contrario de lo que sugieren. Sobre eso alertaba George Orwell y mostraba que el sentido verdadero de las palabras no es ajeno a los deseos ocultos de quienes las usan. Por Raúl Courel para LA GACETA - Buenos Aires.

IMPONENTE. Uno de los parajes más bellos de Babia, donde los reyes de León y Asturias solían ir a descansar. PIETRO KOSOWKI IMPONENTE. Uno de los parajes más bellos de Babia, donde los reyes de León y Asturias solían ir a descansar. PIETRO KOSOWKI
19 Febrero 2012
Los reyes de León y Asturias, en la Alta Edad Media, se distraían yendo a Babia a cazar jabalís y a descansar. De allí procede la expresión "estar en Babia", que se usa para decir de alguien que no está enterado de nada o que es el último en saber. La cuestión es: ¿cómo era posible mantener el poder y estar poco o nada informado?
Lo cierto es que estando en Babia los reyes no sólo no la pasaban mal sino tampoco perdían la corona, al menos no por eso. La opción no era ser rey o estar en Babia, ambas cosas podían andar juntas. Más aún, para estar en Babia de maravillas nada mejor que ser rey.
No va de suyo, según se puede advertir, qué significa reinar y, si uno se fija, tampoco qué es gobernar. Esto se refleja en la curiosa relación entre los términos "mandatario" y "gobernante", que son sinónimos a la vez que cargan significaciones opuestas. En efecto, la palabra "mandatario" designa a quien recibe el mandato de otros, que son sus "mandantes", pero esta acepción no coincide con la de "gobernante", puesto que éste, como la misma palabra afirma, "gobierna", "manda", o sea: es "mandante", no "mandatario".  
En materia de lenguaje hay equívocos de todo tipo. Los lingüistas han observado, por ejemplo, que en egipcio antiguo un mismo vocablo significa tanto "ordenar" como "obedecer", y que otro sirve para decir tanto "fuerte" como "débil". Las palabras, notemos, no impiden desembocar en lo contrario de lo que sugerían. Sobre eso alertaba George Orwell cuando decía que "si el fascismo llegare a Occidente lo haría en nombre de la libertad", mostrando que el sentido verdadero de las palabras no es ajeno a las intenciones o deseos ocultos de quienes las usan.

Quisquilloso
No hay manera de pensar las cosas del mundo sin encontrar ambigüedades como las referidas, por eso nadie se sorprende de que el mandón esté en Babia creyendo que gobierna, cuando en realidad sólo hace caso a tal o cual. Incluso el más autocrático de los tiranos puede no hacer otra cosa que empeñarse en darle el gusto a algún mentor insospechado. Quizá por eso sea tan quisquilloso respecto a si conduce realmente aquello que cree conducir y a si su autoridad es fuerte o no tanto. Finalmente, nunca está del todo a la vista, ni a la del propio mandatario, a quién o a qué obedece realmente. Eso sí, hay ignorancias que matan, como la del califa Ibn Abu Sulaim, que recién supo que había sido siervo de la crueldad después que una cimitarra le cortara la cabeza.
"Vine a vivir a una playa lejana para ser finalmente rey de mi propio mundo", decía el viejo emigrante a la amiga que lo visitaba. Mordaz, ella agregaba: "Sí, pero de un reino grande como un pañuelo", dando por cierto que más vale un reino extenso que uno pequeño y que es mejor mandar sobre mucha gente que sobre poca. No era el caso del fraile Crisóstomo Enríquez, que no quería gobernar otra cosa que sus ovejas en el campo porque de ese modo lograba alcanzar el retiro que buscaba. Sin duda vislumbraba que a la mentada "soledad" del poder si algo no le falta es exceso de compañía.
A propósito de soledades, el escritor español Gonzalo Torrente Ballester, según cuentan, sostenía que ninguna es peor que la provocada por la creencia de que la gente es idiota. Debía tener razón, porque si el mandamás, con un espíritu tan despectivo, decide rodearse de sabios, puede hacerse objeto de la advertencia que Erasmo de Rotterdam, con aguda ironía, dirigía a fines del siglo XV a su amigo Tomás Moro: "invitad a un filósofo a un banquete, y veréis que con sus preguntas impertinentes y sus observaciones necias os agua la fiesta". © LA GACETA

Raúl Courel - Psicoanalista tucumano, escritor, ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

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