Un accidente lo dejó cuadripléjico, nunca se rindió y se recibió de abogado

Un accidente lo dejó cuadripléjico, nunca se rindió y se recibió de abogado

Imaginate que un día tu vida cambia por completo. De repente se modifican tu realidad y tus perspectivas. A Diego le ocurrió durante un partido de rugby. Pero logró sobreponerse a las numerosas situaciones límite que fueron apareciendo y a aprender de ellas sin perder el humor. Esta es su historia.

LA GACETA/ FOTOS DE EZEQUIEL LAZARTE. LA GACETA/ FOTOS DE EZEQUIEL LAZARTE.
Eligió ponerse la camiseta del equipo de rugby que sigue sintiendo suyo: Universitario. La misma que defendía el día que un tackle lo dejó cuadripléjico, hace 18 años. Diego Elías se recibió de abogado en la Unsta, a los 36 años, y el primer festejo fue pedirle a su padre, Antonio, que le sacara la camisa, el saco y la corbata para lucir los colores que lleva en el corazón.

Hizo la carrera en cuatro años y 11 meses, nunca lo desaprobaron en un final y alcanzó un promedio de 8,50. Pero este es un triunfo más en su vida. Hace 18 años que viene ganando batallas y superando dificultades. Siempre con optimismo y mucho humor. A su lado tiene a un aliado incondicional, su padre. Viven los dos solos y, así les hicieron frente a todos los tratamientos, operaciones, viajes y recaídas.

"El día que me recibí, lo primero que se me vino a la cabeza fue la imagen de mi viejo sentado en la puerta de una terapia intensiva mientras yo le preguntaba por cuánto tiempo se extendería esto", cuenta Diego, sentado en una de las salas de la Facultad de Ciencias Jurídicas y estrenando el título de "doctor", muy elegante y con la corbata de Los Pumas.

El día que todo cambió
Lo recuerda como si fuera ayer. Tenía 18 años y faltaba un mes para que cumpliera los 19. Habían terminado las vacaciones y se preparaban para jugar el primer partido amistoso contra un equipo de Santa Fe. Era el 13 de marzo de 1994.

Diego corría con la pelota cuando recibió un tackle francés (acción que está permitida en el juego). Se enredó en sus propias piernas y cayó encima de un contrincante. "Me quedé mirando el cielo, no sentía nada. Un compañero se me acercó y me levantó el brazo. Yo lo miré como si no fuera mío porque no lo sentía", recuerda.

Lo trasladaron en ambulancia hasta el Sanatorio del Norte para hacerle las radiografías. Mientras su papá hablaba afuera con el médico, Diego le pidió al radiólogo que le dijera la verdad. "No me quería decir nada, pero le dije que era grande y que necesitaba saberlo. Se me acercó y me dijo: ?vas a tener que ser fuerte, es muy probable que no vuelvas a caminar?", cuenta.

Ese día cambió su vida. Más que el dolor de saber que no podría caminar otra vez lo que lo mortificaba era imaginar que no volvería a jugar un partido de rugby. Estaba de novio, salía con sus amigos y soñaba con llegar a la primera de Uni. "Amo el rugby, sigo siendo fanático. Lo que me pasó fue un accidente, no fue culpa de nadie", explica.

Jugaba de wing y pesaba 60 kilos, pero durante la primera semana después del accidente bajó a 40. Estaba muy débil y casi no podía respirar. Lo operaron en Tucumán pero le sugirieron que fuera a rehabilitarse en una clínica de Córdoba. Ahí estuvo casi un año, entre idas y vueltas. Los avances fueron muy buenos porque pudo sentarse en la silla de ruedas y recuperar el habla.

Momentos difíciles
Después de dos años ya no había mejorías. Le hablaron de un hospital en Cuba, donde quizás tendría más oportunidades. Se fue sólo con un enfermero, porque su padre debió quedarse a conseguir el dinero para el tratamiento.

Los médicos lo evaluaron y no pudieron creer que estuviera vivo. Su columna estaba toda doblada y las férulas que le habían colocado habían cedido. Tenían que operarlo. "Me mandaron un fax para pedirme que autorizara una operación, pero aclarando que había un 95% de probabilidades de que muriera. Al minuto entró otro fax de Diego rogándome que autorizara la operación", recuerda el padre. "Quiero intentarlo", decía el fax.

En esa época la empresa de su padre cerró y todos los ahorros fueron exclusivamente para el tratamiento de Diego. Vendieron el auto, la casa y terminaron viviendo dos años en una pensión. "Era tan chica que Diego bromeaba diciendo que teníamos que soñar lo mismo porque no había espacio ni para eso. Nunca perdió el humor", acota su papá.

Cuando volvió comenzó a sufrir otros problemas generados por la manipulación de la médula ósea. Crisis similares a las de un epiléptico iban y venían en cualquier momento. Durante 12 años estuvo sin salir de su casa por el peligro de que le sucediera en la calle, en un bar, en una cancha. "Después de esos años, poco a poco se fueron terminando. Hoy las tengo, pero mucho menos", revela.

En 2006, se sentía mejor y fue ahí cuando decidió inscribirse en Abogacía: "por una entrevista en LA GACETA se comunicaron de la Unsta y me dieron una beca de estudios. Además, por resolución me permiten rendir libre, y eso que el régimen es presencial".

Durante estos años logró hacer muy buenos amigos, que le pasaron apuntes, le facilitaron material y compartieron con él la vida universitaria. "Me sentí feliz y contenido", añade.

Desde el accidente transcurrieron casi 20 años, pero para él todo sucedió ayer. Se da cuenta cuando ve a sus amigos casados y con hijos. "Recibirme fue tomarme la revancha por los años que pasé encerrado", resumió.

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